THE ECONOMIST: ¡Palo dado…!
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THE ECONOMIST: ¡Palo dado…!

 


¡Palo dado, ni Dios lo quita! Es un antiguo dicho que tiene vigencia y se acomoda a todas las circunstancias. Hace tres días, la prestigiosa revista británica The Economist, que ya tiene 178 años de circular en los medios periodísticos, se ocupó nuevamente de un tema mexicano, esta vez en la figura de quien ocupa la presidencia de la República, en una de sus más memorables portadas y dos artículos que reseñan la situación política y la economía de nuestro país. The Economist no sólo ha sobrevivido a guerras locales, regionales y mundiales; ha visto el triunfo de revoluciones y sus regímenes, ha visto también la caída de algunas pretendidas transformaciones; ha observado desde su atalaya analítica, el tránsito de monarcas, dictadores, presidentes, primeros ministros, caciques, tiranos. Sin exagerar, The Economist ha presenciado y testificado la marcha del mundo de manera particular desde el análisis económico y en el siglo de su fundación, con el método de la economía política, que preconizó Marx en sus postulados del materialismo dialéctico.

No es éste el espacio impreso para dar cuenta detallada de los dos interesantes artículos que The Economist dedica al presidente de México en su edición internacional, fechada ayer 29 de mayo, páginas 14 y 18, y en la edición para América Latina del 27 de mayo, cuya portada es verdaderamente demoledora para la investidura de quien reside en el antiguo Palacio de los Virreyes; ya se han divulgado, comentado y analizado en casi todos los medios y en las redes sociales, las opiniones favorables y desfavorables sobre la revista y su tendencia liberal. Quizás sea innecesario usar recurrentemente el término “neoliberal”, cuando el liberalismo económico ha sido desde hace siglos, la columna vertebral del comercio, las finanzas y la economía internacional en lo general. Quizás el liberalismo haya tenido excepciones en la brevedad de la Comuna de París, la Rusia Bolchevique y luego la URSS, la China de Mao, Corea del Norte y el estancamiento de la Cuba castrista y los retrocesos de Venezuela, Argentina y Nicaragua. Fuero de esos y algunos otros malogrados experimentos de un socialismo tardío, el liberalismo ha sido la formula más eficaz de intercambio, de dominio, de colonialismo económico, de contrastes riqueza-miseria: luces y sombras, pero al fin con saldo favorable.

The Economist es, sin duda, el medio más consultado por especialistas en economía y finanzas de todo el mundo; por estadistas, políticos y por líderes empresariales y bancarios. No se pueden desdeñar sus comentarios y las proyecciones que hace sobre el futuro económico de los países. Es difícil que alguien pueda rebatir datos y cifras suficientemente bien documentados, opiniones calificadas en materia política y útil para la prospectiva social.

En la presidencia de México, el último número de The Economist se ha tomado como un insulto, como una ofensa no sólo personal, sino a la Patria y a un proyecto económico-social mal estructurado y sin expectativas de trascender. De manera lastimosa se ha contestado y se ha pretendido rebatir el contenido de lo publicado, al grado que se encargó al canciller responder al Editor en Jefe, acerca de un asunto que no es competencia de la diplomacia mexicana, resultando en una carta expansiva en la forma pero pobre en el contenido retórico y carente de sustancia política, sólo haciendo alarde que ha servido para destacar las carencias de un régimen que parece encaminarse hacia la dictatura y hacia la ruina económica (como cita la revista), sustentado más en el poder de las fuerzas armadas que en el deshilvanado discurso matutino, plagado, según se ha probado, de inexactitudes y de violaciones legales y constitucionales.

El gobierno de México ha recibido un “varapalo” que ya nadie quita. El régimen actual puede durar hasta más de seis años, pero lo más probable es que The Economist y sus opiniones trasciendan las ilusiones y ocurrencias sexenales.

EXTRA: Asesinatos de candidatos no cesan, es un registro macabro. Pero desde Palacio lo han llamado “amarillismo” de los medios. Eso es peor que ceguera.