Mi meta, la pobreza
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Mi meta, la pobreza

 


La cinta “Mi meta, las estrellas”, de J. Lee Thompson, con Curd Jurgens es una historia de éxito: de cómo un hombre de mente y ambición privilegiadas, ideó artefactos para volar al espacio y lo logró años después al colocar al ser humano en la Luna. Pero lo que sigue es una historia de fracaso.

Parece el eslogan o proclama del gobierno federal, que en cotidiana mañanera recomendó mantenernos únicamente con un par de zapatos, una muda de ropa y una suerte de micro-minimalismo mobiliario en un minúsculo habitáculo, donde apenas se puedan estirar las piernas y, a falta de holgura, comer con la familia de pie y quizás hasta usar los mismos platos y cubiertos para ahorrar espacio y gasto en una vajilla, turnarse el uso de ropa, camas y retretes. Son anticipo de una ineptitud largamente anunciada.

Aunque parezca, no hay exageración en lodicho. Ha sido una perorata llevada al extremo: “primero los pobres” y valerse de versículos bíblicos, no de la ley,  para justificar la existencia de pobres y de la pobreza, buscar afanosamente que no se carezca de ellos para solventar los programas sociales que favorecen una ansia de votos y montar una farsa democrática participativa, sostenida con consultas públicas ajenas a la legalidad, inducidas, operadas por fanáticos ideologizados y con escasa participación, pero que determinan decisiones de suma gravedad para las finanzas públicas y el bienestar, otro de los términos en boga para predicar que llegaremos a ser una república amorosa y feliz, como mandan los cánones del chavismo, del castrismo y de un ideario político y económico que cayó y decayó estrepitosamente hace tres décadas, con penosas excepciones: Cuba, Venezuela, Nicaragua.

¡Primero los pobres! pero se lanzan iniciativas, propuestas y decretos que atentan contra ellos o que llevan la intención de declinar la curva para que, como dice un versículo “al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Marcos 4:25).

La meta se está logrando a base de destruir obras e inversiones productivas en detrimento del erario, en perjuicio del empleo, ahuyentando inversiones, dañando el medio ambiente, restringiendo el gasto en salud, confrontado con empresarios, atacando a los medios, ofendiendo a médicos, ingeniero y arquitectos, acomodando adjetivos anacrónicos a adversarios fantasmas, tratando de revivir conservadores decimonónicos, tergiversando la historia, tener datos inexistentes; destruir fideicomisos indispensables para la protección ciudadana, para la ciencia, para la cultura; pretensión de intervenir las Afores y, gravísimo atropello: usar la reserva monetaria del Banco de México para el gasto en proyectos improductivos y en programas fondo perdido. Toda una mescolanza heterogénea de malas ideas, cuya sola homogeneidad es la incongruencia y el desconocimiento de las tareas básicas de cómo gobernar.

En el fondo hay instrucciones desde arriba. Pero se utiliza a diputados, senadores y líderes partidistas, como señuelo para sondear el ánimo público, la respuesta de los medios, de redes y de la oposición. De no escuchar el suficiente eco adulatorio de sus feligreses, se simula un desacuerdo o se inventan pretextos como no reunir al pleno del Congreso por razones de Covid-19.

No debe dudarse. Parece haber un plan no carente de siniestralidad, para ir destruyendo la riqueza ya generada, para ir expropiando bienes, invadir la vida privada, control militar que soporte al poder político, para ideologizar retrógradamente al pueblo. En resumen, buscar un debilitamiento físico y moral de la sociedad y como meta el empobrecimiento.

Suenan vientos de revisión del pacto federal, algunos temen secesión, balcanización o reasunción de soberanías estatales. No es probable que ocurran, pero son alertas políticas que advierten una desestabilización. Se reclama la recomposición del discurso gubernamental y valerse de la experiencia y capacidad de funcionarios, no apoyarse en presuntas lealtades, ineficiencia y falsa honestidad.