¿Bolívar, Roosevelt o el caño?
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¿Bolívar, Roosevelt o el caño?

 


“Si el presente pretende

juzgar el pasado, perderá el futuro”

Winston Churchill

Hace una semana, en una proclama política (que no informe), el presidente de México, en un desolado Patio de Honor, del antiguo Palacio de los Virreyes, exaltaba a Bolívar y a Roosevelt, ante la falta de una sólida forma de enfrentar una doble crisis: la de salud y la económica, que están poniendo en evidencia las carencias intelectuales y políticas, de un gobierno que anuncia transformar algo, que muy a su pesar, contenía elementos institucionales para hacer de México una economía fuerte, abierta a los retos mundiales   de un entorno global agresivo. Los primeros resultados de esa transformación, lucen más como detritus, que cómo renuevos o primicias. Todo indica que la política mexicana está en franca descomposición, camino del resumidero de la historia.

Echado en una hamaca, proclamando que triunfará-triunfará-triunfará, el llamado “Libertador” había logrado la independencia de algunas posesiones españolas y que daría lugar a una fantasía: la Gran Colombia, trozo efímero de la historia latinoamericana, que al fragmentarse dio lugar a cinco países: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú (y de paso Bolivia). El primero viviendo hoy una brutal dictadura que le ha sumido en la pobreza. El segundo debatiéndose entre la guerrilla intransigente y el narcotráfico. El tercero, tratando de librar la secuela de un gobierno corrupto. El cuarto, combatiendo la corrupción y encarcelando ex presidentes. El quinto intentando pobremente de superar una crisis política, originada por un ambicioso que quiso perpetuarse en el poder, a quien México le dio “asilo”. En suma, naciones que no han superado el subdesarrollo y que, en casos como Venezuela, viven de proclamar una ideología destructiva que Bolívar nunca imaginó.

En su silla de ruedas, pero muy activo, afectado por la poliomielitis, Franklin Delano Roosevelt, asumió en 1933, la presidencia de un país en crisis: Estados Unidos de América; propuso un Nuevo Trato (New Deal), condujo a su nación a triunfar en la Segunda Guerra Mundial y dejó un país poderoso y avasallador en lo militar, lo económico y financiero.

Bárbaras diferencias. Uno, presunto prócer y militar improvisado que ha dado lugar a cierta corriente política, que no ideología; aprovechó el odio británico a España para lograr la independencia de una gran región, de la cual pareciera que sólo quedaron despojos. En contraste, un político de alta formación universitaria y con destacada carrera política: llega al poder por medio democrático; contribuye a la destrucción del fascismo y del nazismo; fortalece a su dinámica nación, hoy la más poderosa del mundo.

De Bolívar hay docenas de estatuas ecuestres, napoleónicas, por todo el continente. Roosevelt cuenta con pocos “memorials”, en posición sedente, sin corcel que pretenda engrandecerlo. Dos diferencias abismales de las cuales un presidente mexicano quiere tomar ejemplos, sin que se precise siquiera un punto medio entre esas antípodas. Una, representando el poder dictatorial: crueldad y tiranía con los adversarios; otra, paradigma de la democracia.

López Obrador recurre en sus admoniciones cotidianas, a pasajes de la historia, generalmente fuera de contexto y con referencias más ligadas a la historiografía oficial, que a fuentes fidedignas. El pasado es ahora una obsesión presidencia que no sólo está destruyendo el presente, sino presagiando un mal futuro. De ahí lo que Churchill advirtió.

El reparto de becas y subvenciones a clientelas políticas, está agotando las finanzas públicas y se niega absurdamente al crédito internacional, al que tenemos derecho por ser miembros del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, uno para impulsar el desarrollo y otro creado para compensar déficits de Balanza de Pagos, no son de capricho político: son parte de acuerdos vinculatorios.

No parece que el gobierno federal vaya bien encaminado. Es proclive al pleito, a inventar adversarios, amenazar a críticos, combatir a los medios de comunicación, invocar a signos religiosos y supersticiones; y tiende a la tiranía. La democracia mexicana corre riesgo de naufragio.