Abatir inseguridad
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Opinión

Editorial

Abatir inseguridad

 


En momentos en que la delincuencia parece ganar la guerra a los gobiernos, es importante sumar esfuerzos, instituciones y sociedad, para impulsar resultados concretos, pues los atracos son cotidianos, no hay capacidad de respuesta del gobierno porque no hay policías suficientes y los pocos que hay carecen de estrategia.

Urge modernizar, capacitar y recuperar a la policía, que es una institución decisiva para la prioritaria lucha contra el crimen organizado; fortalecer la justicia; reformar el pésimo sistema penitenciario; reducir la tenencia de armas cortas y al mismo tiempo, pasar del enfoque sólo policial del problema a uno más amplio que responda a su complejidad.

No se puede entender la gestión pública sin la participación de la sociedad civil, que impulse y alimente la cultura de la legalidad como la vía para frenar la violencia, la inseguridad, la impunidad y la corrupción en México. Si bien los gobernados debemos cumplir la ley por convencimiento, la autoridad está emplazada a que con sus acciones ponga el ejemplo.

Los oaxaqueños demandan seguridad física y patrimonial, tanto para la vida diaria, porque todos salen a trabajar, tienen hijos en la escuela y quieren un ambiente sano lejos de la violencia, como por ser un elemento indispensable para alcanzar progreso y desarrollo.

Un elemento crucial para que las estrategias de reducción de la violencia funcionen es la política. Ahí se genera el liderazgo, la voluntad y el compromiso para reducir la violencia de manera sostenible. Las autoridades necesitan involucrarse no solo en el proceso de toma de decisiones, sino también en el seguimiento a las acciones realizadas y, de ser posible, en el proceso de implementación de las políticas públicas.

Debido a la magnitud del problema, las autoridades deben ser incluyentes y colaborar con todos aquellos que estén dispuestos a participar activamente en la reducción de la violencia. Todo esto antes de que sea demasiado tarde.

 

 

Mes del Testamento

 

El testamento es el medio apropiado por el cual los padres, quienes ejercen la patria potestad de sus hijos menores de edad, pueden designar un tutor para que en caso de que ambos padres mueran, tenga el cuidado y guarda de su persona y bienes.

Para registrar un testamento solamente se debe acudir al notario de su elección, además de que no hay necesidad de listar o relacionar todos los bienes que se tienen al otorgar un testamento, ni presentar documentación que acredite su propiedad.

Muchas personas no acuden a hacer el testamento porque piensan que sólo se debe hacer cuando alguien va a morir, por eso se impulsa la cultura testamentaria porque es más bien un acto de responsabilidad para mantener la armonía y seguridad de la familia y evitar posibles conflictos legales a su muerte.

El testamento es atemporal, es decir, se refiere a los bienes, derechos, acciones y posesiones del testador al momento de su muerte. Y se puede simplemente señalar que su cónyuge heredará la totalidad de sus bienes o deberán dividirse entre sus hijos en partes iguales.

Además de que nadie puede otorgar un testamento en su nombre y no podrá hacerlo si por enfermedad o accidente pierde sus facultades mentales o conciencia, ya que es el propio testador, en pleno uso de su capacidad, conciencia y libertad, quien nombra a las personas a quienes desea transmitir todos sus bienes y derechos para después de su muerte.

El testamento facilita el proceso de sucesión, ya que para disponer de los bienes en caso de no existir un testamento se deberá tramitar la sucesión a través de un proceso judicial en el que un juez determinará quiénes son los herederos y en qué porcentaje recibirán los bienes.

En algunos casos, si se cumplen con los requisitos establecidos por la ley, la sucesión legítima o intestamentaria puede tramitarse ante notario público; sin embargo, siempre será más sencillo el proceso de sucesión si se cuenta con testamento.