A cuidar el agua
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Opinión

Editorial

A cuidar el agua

 


Estamos viviendo en general, no solamente en nuestra capital y otras partes del estado y del país, una preocupante sequía. La guerra por el agua –dicen algunos especialistas- será peor que la del petróleo. Sin agua no hay vida. Es simple. En la capital oaxaqueña ya estamos padeciendo un justificado, aunque doloroso racionamiento del vital líquido. Los manantiales, pozos y mantos freáticos se han ido agotando paulatinamente, conforme crece también la demanda. Muchas presas que surtían generosamente comunidades, predios agropecuarios y otros, carecen de la capacidad para hacerlo. Los fondos de lodo impiden que, cuando llueve con abundancia, se llenen a medias. Por fortuna, las existentes en Oaxaca, como es el caso de la presa de Jalapa del Marqués, no muestran aún signos de agotamiento y tienen la capacidad para seguir aportando el líquido a los canales que irrigan parte de las poblaciones del Istmo de Tehuantepec.

Lo anterior viene a cuento porque, así como hay tradiciones que sirven de festejo a las comunidades, hay otras que reflejan preocupación. Por ejemplo, hay pueblos en los que este día, sábado de Gloria, se acostumbra arrojar cubetas o tambos de agua a la gente. Hay comunidades que se ubican a orilla de carretera y la gente se apuesta en ambos lados de la vía con cubos de agua para arrojarla a los automóviles que pasan. Se sabe que dicha costumbre empezó a ser sancionada desde hace algunos años, en virtud de que la carencia del líquido vital empezó a impactar no solamente a poblaciones o ciudades con veneros, presas o pozos con agua suficiente para satisfacer la demanda, sino por un agotamiento de todos ellos. Ello implica que cada vez más, se va generado una cultura para el cuidado del agua. Hay que recordar, además, el trabajo que implica llevarla a los consumidores finales. Hace años, un anuncio publicitario impactó mucho en el ánimo ciudadano: “Dios da el agua, pero no la entuba”.

Sin duda pues, el cuidado del líquido vital, sin el cual la vida orgánica es prácticamente imposible, es una tarea que nos compete a todo, es decir, es una labor corresponsable. Y ello se debe hacer desde casa. Crear en familia una cultura del cuidado, del reciclaje de las aguas de jabón, el uso de la regadera para las plantas y de un cubo, en lugar de la manguera para lavar los automóviles. Y ello, no representa un gran esfuerzo que no podamos hacerlo.

 

Prioridad cero

 

Hay varios rubros que han tenido la desgracia de ir a la zaga de las prioridades en los tres órdenes de gobierno: Federación, estado y municipio. Uno es el abandono presupuestal a todo lo que tenga que ver con la defensa del medio ambiente. Aquí se incluye el rescate de ríos y afluentes; la protección y cuidado de los árboles, además de las políticas de sustentabilidad. Otro rubro es el que concierne a la cultura. Ambos se ven como cuestiones superficiales que poco o nada impactan en el poder político y la ciudadanía. El abandono en que se ha tenido el primer rubro, ha mostrado su alcance brutal. El pasado jueves 7 de abril, un añejo árbol –se dice que histórico- se precipitó a tierra en el Paseo Juárez El Llano. Sólo daños materiales. No hubo desgracias personales qué lamentar. El año pasado, con las primeras tormentas, un gigantesco higo se vino abajo en la Calzada de la República. Y hace al menos un par de años, dos enormes laureles corrieron igual suerte en el Zócalo de la capital.

Al recuento de pérdidas de especies que algún día nos brindaron su frescura, sombra y verdor, hay que añadir centenas de palmeras que han tenido que ser derribadas, dejando en su lugar sólo troncos inertes y un vacío que hasta hoy en día, no ha sido llenado. Decenas de ellas aún están en pie, pero muertas por dentro. Y qué decir de muchas jacarandas que han corrido una suerte similar, ante la fuerza de las plagas que se las comen, sin que se levante una sola voz para exigir a las autoridades intervenir para evitarlo. Según la titular de la Secretaría de Medio Ambiente Municipal, de 440 árboles que están catalogados, seguramente por los años que tienen o por su representatividad en la capital, 40 están con daños serios, que los hacen candidatos a ser derribados, ante el peligro inminente de venirse a tierra. Es el caso de algunos framboyanes que estuvieron frente a Santo Domingo, especies que se perdieron y han sido sustituidas por nuevos ejemplares.

Sin embargo, amén de la abulia de las autoridades, la falta de presupuesto para contratar especialistas y salvar lo que aún queda en pie de nuestra riqueza forestal citadina, se trata de una cruzada corresponsable, que debe involucrarnos a todos. No es ético sólo criticar, censurar o descalificar, como ocurre con algunos llamados ambientalistas, sino de proponer acciones viables para evitar que nuestra capital se siga deforestando. Un análisis de la situación de las especies que aún tenemos vivas, sería un buen principio.