Veda o pandemia
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Opinión

Editorial

Veda o pandemia

 


Cada año, el mes de febrero no sólo es conocido como uno de los meses del calendario más raros, pues lo mismo llueve que hace calor o viento, por lo que le llaman febrero loco, sino, además, porque hay celebraciones de tipo religioso o cívico que lo hacen singular. Por ejemplo, en el gobierno estatal se suelen preparar matrimonios colectivos para aquellas parejas que no hayan formalizado su unión ante la ley. Este año, la dirección del Registro Civil, tuvo que posponer realización del programa “Febrero, Mes del Amor y del Matrimonio”, ello debido a la veda que impone la ley, a raíz de la consulta sobre la revocación de mandato del titular de la Presidencia de la República o como consecuencia del proceso electoral que se habrá de celebrar el próximo 5 de junio, para elegir nuevo gobernador de la entidad. Lo anterior conlleva suspender toda propaganda gubernamental y eventos en los que se promuevan acciones sociales.

Como todo mundo sabe, la pandemia ha traído efectos nocivos en la sociedad. Más en estos momentos cuando la cepa ómicron ha desatado una ola incontenible de contagios, los cuales han afectado particularmente a la población que, por abulia, creencias religiosas o ignorancia, no ha acudido a los módulos de vacunación a recibir el biológico. Es más, Oaxaca retrocedió al semáforo amarillo. Ello ha llevado a suspender ceremonias cívicas, sociales, actos masivos y eventos que, en años anteriores a 2020, eran motivo de gran asistencia. Ahora, los oaxaqueños y en otros estados del país, tenemos encima dos temas por los cuales habrá restricciones, tanto en el ámbito civil como gubernamental. En este último caso hay que ver la veda oficial, que crea en el ambiente de gobierno una parálisis, precisamente porque la ley prohíbe realizar acciones que puedan ser concebidas como actos de proselitismo político.

Se trata de más de tres meses en los cuales no se podrán publicitar las actividades gubernamentales ni poner en marcha proyectos que puedan ser calificados por los organismos electorales en el supuesto de que hablamos en el párrafo anterior, salvo, seguramente, cuestiones de salud, educación o seguridad. Si a ello agregamos que al gobernador Alejandro Murat le faltan sólo diez meses en el cargo, podremos inferir que nada bueno representa para su administración el hecho de que tenga que suspender sus actividades oficiales para cumplir con la ley electoral.

 

Triquis: El conflicto perpetuo

 

Pocos grupos étnicos tienen la tendencia al conflicto permanente y al enfrentamiento con sus hermanos de sangre, como la etnia triqui. Desde hace décadas viven velando armas. Los titiriteros que manejan los grupos y organizaciones que ahí permean, están empeñados no en lograr la paz y la convivencia civilizada, sino en victimizarse y enfrentarse. Centenas de personas han fallecido a lo largo de los últimos años. Sean personas de la tercera edad, mujeres o niños, eso no importa. Lo que interesa es tener el predominio para poder recibir las canonjías y prebendas de los gobiernos estatal y federal. Y cada vez, la etnia se atomiza en más organizaciones. O es el Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT o su escisión el MULT-I, o es la Unión de Bienestar Social de la Región Triqui (Ubisort) o la Asamblea Popular Indígena (API), entre otras.

Desde fines de enero se han recrudecido las hostilidades en la zona de Copala, específicamente, en la comunidad de Tierra Blanca. Presuntos militantes del MULT-I han acosado a la población con disparos de armas de grueso calibre. No es la primera vez que ello ocurre. Hace algunos meses los pobladores de dicha comunidad insistieron estar fuera de la disputa con el MULT, grupo que aglutina a otros indígenas. Los gobiernos federal y estatal dispusieron de un operativo de seguridad con el apoyo de corporaciones como la Guardia Nacional y la Policía Estatal. Más aun, se resguardó el retorno de personas que se habían asumido desplazadas de Tierra Blanca, con una serie de obstáculos por parte de aquellos que pretenden victimizar a la referida comunidad étnica.

La bandera de la pertenencia a algún grupo étnico sigue generando serios dolores de cabeza, pues se ha asumido como un certificado de inmunidad. Se asumen intocables, como aquellos que durante once años han ocupado los pasillos del Palacio de Gobierno, presumiendo supuestas medidas cautelares o aquellos que se han instalado en la Avenida Juárez de la Ciudad de México y ahí permanecen, generando un terrible caos vial a quienes transitan por esa zona. Grupo violento, pero susceptible a la manipulación de activistas y personas sin escrúpulos que los utilizan a placer. Y son felices mientras sus titiriteros les consigan el dinero fácil o la dádiva gubernamental, por lo que siempre tienen la mano alargada. Y son trashumantes porque en su misma tierra no pueden vivir, por la violencia que ellos mismos generan.