El discurso del odio
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Editorial

El discurso del odio

 


Durante tres años, los mexicanos nos hemos habituado ya a recibir una dosis diaria de discursos y mensajes, desde el podio presidencial, destinados a la descalificación, la injuria y el denuesto. Nadie se ha librado de los dardos venenosos que distan mucho de ser una política de Estado. Son, más bien, el reflejo ominoso de una visión torcida respecto a todos aquellos que se perciben como enemigos reales o potenciales de un régimen que, hasta la fecha, ha dejado más dudas que certezas. En la conciencia colectiva de los mexicanos, fervientes seguidores o adversarios del llamado gobierno de la Cuarta Transformación, repican en la mente términos que se han repetido miles de veces. Conservadores, neoliberales, miembros de la derecha, enemigos, golpistas, corruptos, miembros de la mafia del poder. O bien, se pone en tela de juicio a los órganos autónomos, el INE, el INAI o a la clase media aspiracionista, a los egresados de universidades extranjeras, a los empresarios o miembros de organismos civiles, con apelativos burdos y vulgares. 

O bien se arremete contra España, exigiendo disculpas por los excesos de sus soldados en la Conquista o poniendo en tela de juicio la política migratoria de los Estados Unidos o la Organización Mundial de la Salud. Los medios de comunicación son el platillo favorito. Intelectuales y periodistas son la botana y la sopa; el platillo fuerte y la sobremesa. Y a los que no están de acuerdo con la reforma eléctrica se les pretende satanizar con el balido de las ovejas. Lo que no se ve es la corrupción en casa. Esos son infundios. Y se cubren con el sacrosanto manto de la ceguera o la impunidad. Una treintena de investigadores y científicos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología –CONACYT- son perseguidos cual delincuentes. No se combate la inseguridad; se arremete contra la ciencia y el espíritu crítico; no contra los criminales que han salpicado de sangre el país, sino estigmatizando la inteligencia y la crítica. 

Por ello se ha pretendido cuestionar a una de las instituciones más respetables de este país y de Latinoamérica, forjadora de tres Premios Nobel y miles de mentes brillantes: la Universidad Nacional Autónoma de México –la UNAM-. Es decir, todos aquellos que no comulgan, no por una posición ideológica sino por su misión de pluralidad, diversidad de ideas o compromiso con el pensamiento crítico, son enemigos. Esto es, la democracia al revés. Lo único que en lo personal me reconforta es que la UNAM, el Alma Mater de miles de mexicanos, habrá de prevalecer ante los embates de la autocracia y la estulticia. 

La falacia de la inversión 

La semana pasada estuvo en territorio oaxaqueño el Embajador de los Estados Unidos en México, Kenneth Lee Salazar. A diferencia de sus antecesores, revela un gran activismo diplomático. Y viajó a la región istmeña. Ahí, el gobernador le mostró las bondades y riqueza de una de las regiones históricamente más estratégicas del país. Pero, sobre todo, los avances del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, uno de los proyectos emblemáticos del gobierno de la llamada Cuarta Transformación. En una reunión posterior, con sus homólogos de Chiapas, Veracruz, Campeche, Tabasco, Yucatán y Quintana Roo, el ejecutivo estatal ponderó el potencial que tenemos los oaxaqueños en diversos rubros de la economía: turismo, minería, producción de mezcal, particularmente el citado proyecto de desarrollo en el Istmo, entre otros. La riqueza que poseemos es indiscutible, particularmente, un atractivo para las inversiones. Lo grave es que cada uno de esos rubros está bajo fuego.

Somos el estado más emblemático en la producción de mezcal. Pero la denominación de origen se ha ampliado tanto, con una visión oficial tan torpe, que hace poco más de una semana, en el Diario Oficial de la Federación figuran al menos cuatro sitios de Sinaloa que tienen ya el reconocimiento. Hay otros más en Zacatecas, Puebla, Estado de México, Michoacán y Aguascalientes. El boom del mezcal, parece estarse yendo por la borda. Oaxaca es uno de los diez estados del país con mayor riqueza minera. Sexto productor de oro. Tenemos minerales estratégicos como uranio y litio. Además, claro, de otros metálicos y no metálicos. En la zona de Amoltepec y Zaniza, en la Sierra Sur, se localiza uno de los yacimientos de hierro más ricos del mundo. 

Pero no se pueden explotar. Es tal la efervescencia de grupos y organizaciones, presuntamente anti-minas, que se han dedicado a torpedear cualquier inversión y polarizar a las comunidades, con el ardid de la defensa de los recursos y la cultura indígenas. El mismo Corredor Interoceánico tiene una serie de obstáculos. En el Istmo, a diario se montan hasta seis bloqueos. Las protestas de empresarios y comerciantes se han desoído. Grupos de presión, organizaciones sociales y líderes sin escrúpulos van sobre dicho proyecto, igual que han obstaculizado la instalación de parques eólicos. Tenemos mucho, pero estamos montados sobre vetas de oro y seguimos pobres. La razón es una: el miedo para aplicar la ley y poner por encima de políticas de chantaje y presión, el bien de la sociedad.