Otra fecha histórica
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Opinión

Editorial

Otra fecha histórica

 


Estigmatizado, satanizado y vilipendiado por muchos, pero reconocido por historiadores tanto del país como el extranjero, como uno de los forjadores del México actual, a través de la consigna de “orden y progreso”, el General Porfirio Díaz, sigue entre los mexicanos como un personaje controvertido desde el punto de vista histórico, pero admitido como un militar sin cuya estrategia y conocimiento, difícilmente México hubiera paliado con éxito la Guerra de Intervención. Lo anterior viene a cuento pues mañana 3 de octubre, se celebran los 155 años de la Batalla de Miahuatlán, considerada en las “Memorias”, como la más estratégica que haya librado en ese lapso doloroso de nuestra nación. Los cerros de “El Yolveo” y “Los Nogales”, fueron el cementerio de cientos de soldados franceses y austríacos que murieron en combate contra un grupo de soldados miahuatecos mal armados, pero dispuestos a morir por la Patria, al mando de los coroneles Feliciano y Apolinar García.

Desde hace más de un siglo, desde el día primero de octubre inician los festejos de esta fecha histórica, con el montaje de arcos triunfales en los sitios históricos, desde donde se planeó la batalla contra el ejército de intervención. El 2 de octubre, autoridades civiles y militares van a caballo al paraje denominado “La Pilastra”, a rendir honores a la bandera y a los caídos en dicho sitio, en donde se montó desde tiempos inmemoriales, una especie de monumento. La Batalla de Miahuatlán y la derrota de las huestes del general Oronoz, fue una vergüenza para Napoleón. Habrían de venir otras derrotas que tuvieron su punto final con la de Puebla, el 2 de octubre de 1867, que conformó el ocaso de la aventura intervencionista y el establecimiento del régimen republicano y constitucional de don Benito Juárez. Las armas nacionales se cubrieron de gloria. El general Díaz informó al Benemérito, que la ruta a la Ciudad de México estaba libre y sin enemigo al frente. Juárez, parco, sólo le contestó: “enterado”.

Los restos de Díaz reposan en el Panteón de Montparnasse, en París. Lejos de su patria y de la tierra que lo vio nacer. Sus grandes éxitos militares han sido vistos sólo como hechos aislados. La historia oficial no le ha hecho justicia. Menos la tendrá hoy, cuando se observa la construcción de mitos, con los que se trata de construir una historia a la medida de quienes detentan el poder, no la que se ha construido con el sacrificio y la sangre de miles y miles de mexicanos, muertos en los campos de batalla.

 Aniversario y vandalismo

Hoy es una fecha emblemática para los mexicanos, especialmente para aquellos nacidos a fines de los años cuarenta o principios de los cincuenta del Siglo XX. Se recuerda el movimiento estudiantil de 1968, el cual fue reprimido por policías, militares y paramilitares, luego de un mitin celebrado en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Centenas de estudiantes, principalmente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), del Instituto Politécnico Nacional (IPN), escuelas preparatorias de la primera institución y escuelas vocacionales de la segunda. La cuota de sangre fue una mancha indeleble en la historia política del país, que salpicaron los Juegos Olímpicos que se celebraron ese mismo año.

Muchos jóvenes que militaban en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), fueron detenidos, sometidos a tortura de la entonces temible Dirección Federal de Seguridad, que dependía de la Secretaría de Gobernación y fueron recluidos, como presos políticos o de conciencia, con cargos graves como motín, sedición o el delito de disolución social en el llamado Palacio Negro de Lecumberri. Ahí fueron mezclados con delincuentes del orden común: criminales, ladrones, violadores. Sin embargo, la represión del movimiento estudiantil habría de impulsar años después reformas legales vinculadas a la libertad de expresión y la apertura de mayores espacios de participación política. Habría traído consigo pues, una mayor apertura. Para curarse en salud, los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y de Luis Echeverría, trataron de sanar las heridas que dejó la sangre y la libertad de centenas de jóvenes. Pero la lucha también se hizo radical y se consolidó el movimiento guerrillero.

Durante algunos años la celebración de esta fecha tan triste y dolorosa, no pasó de comunicados, marchas, protestas y consignas, hasta bien entrado en Siglo XXI, cuando el vandalismo se apropió de la causa. Jóvenes disfrazados de anarco-punks; feministas embozadas; porros universitarios o falsos luchadores, se vuelcan hoy en día a las calles, con afán de destruir, agredir, violentar, asumiendo dichas acciones completamente ignorantes de esta fecha. Con el argumento de que “dos de octubre no se olvida”, salen a relucir causas, banderas y consignas, con las que se arremete en contra de todo. Gobierno federal y estatales han obrado con demasiada indulgencia ante hechos propios de vándalos, temerosos de repetir aquel escenario de hace 53 años que, fue diferente, cuando muchachos (as) idealistas enfrentaron a un acartonado sistema político.