La carestía imparable
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La carestía imparable

 


No hemos sentido todas las transformaciones que la pandemia nos ha traído, no sabemos siquiera cuáles serán sus efectos en el corto y mediano plazo, pero el tema económico ha sido el más devastador. Además de la fuerza productiva de trabajo que murió y dejó en la orfandad económica a muchas personas, así como huecos en el trabajo donde ya tenían una especialización, ausencias dolorosas. El principal problema ha sido los que eran proveedores económicamente. Lo más grave es que todavía no acaba el problema y toma otras formas y colores de ataque. Ahora está atacando a los jóvenes que seguramente se confiaron ante la seguridad de la vacuna de sus padres y aflojaron las medidas de protección.
Hubo semanas y meses en que miles de negocios estuvieron parados, dejaron de ganar trabajadores y dueños de los negocios; las empresas públicas agotaron sus reservas y poco a poco se extendió la falta de productos. Después de ese panorama bajaron los contagios aumentaron las personas vacunadas y se abrieron una serie de negocios que las autoridades de salud autorizaron. Se empezó lo que se ha llamado la recuperación económica, aquí, es donde empieza el principal problema. Los productores y comerciantes han desatado alzas de precios insospechadas. Quieren en poco tiempo obtener las ganancias que perdieron en un año; han subido los precios de los alimentos, de la ropa de los artículos de consumo duradero como nunca había visto. Un alza generalizada en corto tiempo.
Como vivo solo, al adquirir los artículos que consumo, consumo siempre lo mismo y en la misma empresa que es un supermercado. Hace un año mi “mandado” me costaba entre 350 y 400 pesos. Al abrirse el mercado subió a 550 y ahora está en 700 pesos, casi el doble de lo que me costaba hace año y medio la misma cantidad de frutas y alimentos. En síntesis, creo que a los productos alimenticios les han subido un 40 por ciento lo cual resulta catastrófico.
La situación es realmente grave y con el modelito económico que tenemos llamado neoliberalismo ni forma de pararlos. En una economía de libre mercado, si usted no tiene dinero, no compra. Esto, si no cambian las leyes, ni el Peje puede solucionarlo.
Antiguamente, hace como 30 años, existía un control de precios de una canasta básica de alimentación. Estaba controlado el precio del maíz, del trigo, los combustibles y una serie de artículos de primera necesidad. La empresa Conasupo además de hacer multimillonarios a sus directivos, compraba y distribuía alimentos entre las llamadas clases populares o sea más del 80 por ciento de la población en México. Era la etapa del Estado protector de la sociedad que equilibraba el salario mínimo con el precio de algunos insumos básicos. El litro de leche costaba un peso con cincuenta centavos y estaba controlado el precio del frijol, maíz y latería.
Pero llegó con Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari el neoliberalismo y toda esa prensa que ahora habla mal de AMLO aplaudió la llegada de los libertadores del comercio. Despareció la Conasupo, desapareció el control de precios y se dejó al “mercado” el más cruel de los mecanismos, que fijaran los precios.
Uno de los problemas que motivó esta nota fue que asistí por un problema de salud a dos hospitales en busca de atención hospitalaria para un problema muy concreto.
Primero fue al ISSSTE, que tiene un edificio formidable y una ausencia total de atención, eran como las 20:15 de la noche y en el servicio de urgencias no había nadie. Como a los 10 minutos apareció en la ventanilla una enfermera quien nos informó que estaban en un cambio de turno, que el médico llegaría como a las 21:30 horas y que había una serie de personas antes que yo. Que me sentara a esperar. En un sistema de urgencias haya que esperar más 2 o 3 horas para que lo atiendan, pensé “algo está podrido en Babilonia”.
Como el problema era de urgencia fui a otro hospital no había cupo. Mi dirigí a un tercero que trabaja con un centro educativo, la universidad, y me recibieron inmediatamente. Me tomaron los signos vitales y me metieron a una rutina que nada tenía que ver con mi problema, según los conocimientos que tengo de medicina. La presión estaba alta. Repentinamente y sin decir agua va me trataron de poner un suero a lo cual me negué, porque conozco muchos casos en que a los enfermos con alta presión les ponen un suero y les provoca un infarto. El médico me alegó un protocolo médico, a lo cual respondí que me lo cobrara, pero no me lo pusiera. La molestia fue enorme y me pasó una hoja que inmediatamente firmé en el que se afirmaba que yo renunciaba al tratamiento.
Empecé a investigar cuál era el tratamiento y es una rutina que tiene un costo aproximado de 10 mil pesos, y que se aplica la necesites o no. Incluye análisis, suero, venoclísis, diagnóstico y una noche por lo menos de hospitalización. El costo es muy alto como una primera aproximación a la enfermedad. Tenía razón el presidente AMLO cuando acusó en la “mañanera” a una serie de médicos que solo buscan enriquecerse y de la necesidad de tener una medicina social. La rutina de ingreso a los hospitales privados es un robo anticipado que se hace sin saber qué tiene el enfermo. La idea es cobrar antes que atender. Esa es la razón porque los hospitales representan en estos momentos uno de los negocios más lucrativos en el país. Ojalá alguien pueda revisar ese protocolo en forma científica no solo para que ganen los hospitales, y se verá que un 50 por ciento de los gastos no son necesarios. Pero la gente llega asustada, temerosa, ante temas desconocidos y le clavan el puñal. ¿Son tantas las cosas que hay que mejorar? Fin