¿Quién es quién en las mentiras?
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¿Quién es quién en las mentiras?

 


Si no fueran pocas las tundas que se les han dado a un grupo de periodistas y diarios en las “mañaneras” con su nueva política de información, exhibiendo los negocios que hacían hace sexenios, ahora se inaugura una sección denominada “Quién es quién en las mentiras” que pasará los miércoles. Se escogerán los diarios y periodistas que hayan publicado la mayor mentira de la semana. Material abunda.
Muchas veces con el deseo de hacer más atractiva las notas le agregan un poco de imaginación, algunos saborizantes, se distorsiona parcialmente la realidad. Son pecados vanales, que no afectan la noticia. Lamentablemente, cuando se expresan juicios de opinión, los adjetivos se multiplican y un buen análisis se traduce en una serie de falsos juicios y apreciaciones. Son expresiones muy personales, con las cuales puede uno estar de acuerdo o no, pero llevan una intención de crítica o de “análisis”. Es muy difícil que un analista político se equivoque. Casi siempre hay “línea” mala fe, dolo, cuando se escribe una mentira o una falsedad.
Como el periodista es dueño de la máquina de escribir y del espacio en el periódico el lector queda indefenso. Por ello se creó el derecho de réplica que busca ser una defensa para el personaje injuriado por un periodista. Nunca aconsejaron a los injuriados que se enfrentara a la prensa. Desde que yo recuerde siempre se usaba darles dinero, invitarlos a comer o que un amigo de ellos o un personaje poderoso hablara para que concluyeran las descalificaciones en los periódicos. Como la mayoría de las veces, el sujeto al que aludían tenía pecados guardados, cola que le pisen, ni autoridad moral buscaba un arreglo en lo oscurito o debajo de la mesa.
En otras ocasiones, el arreglo era más grave, se asesinaba a periodistas quienes creían más en la libertad de expresión o en la fuerza de quien los contrataba para atacar a un grupo o una persona, que en la violencia que generaban sus notas. Algunos estados se convirtieron en tumbas para los comunicadores cuando existían grupos de malandros que peleaban por una zona y el comunicador cometía el error de meterse como beligerante. Aparte de estos problemas la prensa de México gozaba de una impunidad asombrosa.
En la Ciudad de México el periodista más famoso asesinado por lo que escribía fue Manuel Buendía, un hombre que tenía excelente información y de vez en cuando filias y fobias contra algunos políticos. Era, sin duda, el periodista más leído, confiable en sus informaciones, cuidaba sus fuentes. Estaba en las grandes jugadas nacionales y era conocido internacionalmente. Su asesinato conmovió a la opinión pública. Durante los últimos sexenios han sido asesinados comunicadores que no saben distinguir los límites de la información y la calumnia. Se dio el caso de Sergio Aguayo, un investigador y comentarista político de El Colegio de México, que en sus estudios sobre la gravísima situación que prevalecía en la frontera norte de nuestro país, al referirse al gobernador de Coahuila Humberto Moreira, lo describió en términos peyorativos. Moreira –ni tardo, ni perezoso– lo demandó y un juez lo condenó a pagar una cantidad millonaria por reparación del daño. El pobre Aguayo tuvo que andar pidiendo dinero prestado para pagar la fianza y recurrir a sus amigos para que lo ayudaran a salir del problema, el cual está en veremos.
Anécdotas y situaciones críticas entre la prensa y las diversas autoridades son incontables. En algunas ocasiones los periodistas se ponen de acuerdo y agarran a un personaje preferiblemente del gobierno local o federal para hacerlo pedazos. Todos los días publican una nota, un comentario, una fotografía negativa de esa persona. Como no existe en el país una prensa que se mantenga de su circulación y de la publicidad, toda la prensa tiene detrás de sus financiamientos un grupo económico local, nacional o internacional. Por lo tanto, en sus columnas defienden los intereses de quienes les pagan.
Son muy pocos los diarios que responden a los intereses informativos de la sociedad, Antiguamente Excélsior, La Prensa y El Día, eran cooperativas y respondían a una pluralidad de intereses de comunicadores, pero estas empresas desaparecieron y el lector quedó desprotegido ante los intereses empresariales de los medios. Ahora hay que leer por los menos dos o tres periódicos para tener una imagen apegada a la realidad. Afortunadamente, los verdaderos dueños de los medios no han guardado las apariencias y defienden apasionadamente sus intereses políticos y comerciales. Sus medios impresos o electrónicos son medios de poder y de defensas de los intereses, no les importa las necesidades informativas de lo población.
Nunca hemos gozado de tanta libertad los periodistas. Al menos desde el poder central del Gobierno federal no hay una instancia, un funcionario o una Secretaría que esté buscando los contenidos, las posturas editoriales, llamando a las redacciones para reconvenir el enfoque editorial o de ciertas informaciones o porque se incomoda a cierto funcionario. Se puede discutir, alegar, contrapuntear, incluso disentir de los enfoques editoriales. No hay ninguna petición de que despidan ni siquiera a un reportero que hace preguntas incómodas. Se da la información escueta, sin “sobre”, sin línea, las disidencias son parte de la pluralidad mediática que disfrutamos hoy en día.
Larga vida a “Quién es quién en las mentiras”. Esperamos que la presentadora mejore sus argumentos y exposiciones y que semanalmente sea una lección periodística.