Empatía en niños
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Opinión

Comentario Pediátrico

Empatía en niños

 


(Primera parte)

La empatía es la capacidad que tiene el individuo para posicionarse y entender la condición emocional de otra persona. Expresado así en forma sencilla, establece su diferencia con otro concepto parecido que es la simpatía, que se entiende es la condición en donde dos personas se identifican en condiciones afines de habilidades, sentimientos y conocimientos. 

Es importante el desarrollo de empatía en los primeros años de vida, ya que ayuda a mejorar las habilidades sociales y, más concretamente, el comportamiento pro social, se asocia al desarrollo de una conducta más cooperativa y altruista, proporcionando a los niños y adolescentes durante su formación una mayor estabilidad emocional y establece a futuro, ser un factor protector de la violencia muy importante. 

A fin de fomentar el desarrollo de la empatía durante los primeros años de vida, los objetivos son muy particulares e involucran: identificar en forma personal sus necesidades, sentimientos, emociones o preferencias, para ser capaces progresivamente de poder denominarlos, expresarlos y comunicarlos a los demás; gradualmente también, poder identificar y respetar, los de los otros individuos, para que con su control, poder interactuar de forma emocional y social más eficiente con ellos y la sociedad en general. 

Por medio de la empatía es posible para una persona, dar dimensiones específicas a dos componentes concretos: al componente afectivo, experimentando las emociones de otras personas; y el componente racional, que le permite entender las perspectivas particulares de las situaciones emocionales de otras personas. 

Se ha postulado que el desarrollo de la empatía se establece en cuatro estadios diferentes, los cuales avanzan desde una visión más egocéntrica, hasta una preocupación empática por los demás, resultando en una actitud de ayuda desinteresada. 

El primero conocido como empatía global, se extiende desde el nacimiento a los primeros doce meses, los bebés son capaces de reaccionar ante el dolor o la angustia de los que les rodean. Sin embargo, a esta edad, los bebés no son capaces de distinguir entre ellos y los demás, por lo que reaccionan ante el dolor de los demás creyendo que les ocurre a ellos mismos, realizando una imitación motriz ante las emociones de los demás, como medio para identificar y empezar a lograr entender mejor estas emociones.

En la empatía egocéntrica (de uno a dos años de edad), los niños ahora sí saben que las otras personas no son ellos mismos. Sin embargo, los estados internos que otros muestran, no son comprendidos por los bebés y estos los confunden con los suyos propios todavía. Dado que, en este estado, los pequeños todavía se encuentran en una etapa preverbal, tratan de consolar a los que les rodean mediante el contacto físico. Es una transición entre la condición egocéntrica y su relación a los demás, donde ya es capaz de advertir que la aflicción no es suya, sino de otro, aunque todavía confunde los estados internos ajenos con los suyos, e intenta ayudar haciendo lo que le aliviaría a él. Por tanto, todavía no es capaz de consolar a otra persona de manera totalmente eficaz.

Ya con la empatía por los sentimientos a los demás (tres a ocho años de edad), el sentimiento del niño se ajusta más a lo que el otro siente realmente, debido a que ya se da cuenta de que la otra persona tiene estados internos independientes de los suyos, ya es consciente de que los sentimientos y las perspectivas de los demás, pueden ser distintas a las suyas propias. Así, las respuestas emocionales ante la angustia ajena, son más efectivas que en estadios anteriores. Además, es un período en el que las habilidades comunicativas de los pequeños, permiten que sean capaces de empatizar en mayor medida con las emociones de los demás, dado que se pueden comunicar oralmente y entender de mejor manera lo que les ocurre a los que les rodean. Al principio, empatiza con sentimiento sencillos, pero a medida que va creciendo, es capaz de empatizar con sentimientos ajenos cada vez más complejos, como el sentimiento de decepción y traición. Tiene bastante relación con el juego simbólico, a esta edad, los pequeños adoptan la perspectiva de otros personajes mediante el juego, existiendo así una relación entre el desarrollo del juego y el de la empatía. Entre más participen del juego simbólico, tendrán mayor capacidad de comprender las emociones en los demás. 

De los ocho a los doce años, se establece la empatía hacia la condición de otros, estas edades, alcanzan una mayor madurez cognitiva y tienen más claros conceptos como las identidades e historias o vivencias personales de personas ajenas. Así, son capaces de suponer o distinguir qué tipo de circunstancias alguien ha podido experimentar a lo largo de su vida, para así entender sus sentimientos o situación actuales. Son capaces de tener sentimientos hacia grupos o clases sociales. 

En todas estas etapas es significativa la capacidad emocional de los padres y profesores, para poder influir de forma apropiada. Para entender fácil a los niños, se requiere que el adulto escape de sus dogmas y prejuicios para ubicarse en la edad del niño. 

En cada etapa, el niño en desarrollo se enfrenta a situaciones conflictivas que pueden generar respuestas extremas, a partir de su cerebro emocional sobre el racional, y es aquí donde la empatía es una herramienta tan poderosa porque cuando la persona escucha una respuesta empática, se produce en su cerebro un efecto maravilloso. El cerebro racional y el cerebro emocional sintonizan, y esto tiene un efecto calmante sobre el cerebro emocional.

La principal dificultad para echar mano de la empatía como herramienta del desarrollo cerebral es que la mayoría de las madres –y la infinita mayoría de los padres– tienen dificultades en el manejo y el conocimiento de sus propias emociones; por tanto, para muchos adultos educar en emociones, puede ser algo tan difícil como para un maestro analfabeto enseñar a leer a sus alumnos. La factible solución consiste en considerar y tratar de entender el aspecto emocional del hijo para tratar de sintonizar en su misma emoción y su misma intensidad (de la emoción) a fin de tratar de coincidir con él.