Una primavera de sangre y violencia
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Carpe Diem

Una primavera de sangre y violencia

 


Con enorme gusto felicito a EL IMPARCIAL y su gran equipo por un aniversario más de esta casa editorial, garante de la libertad de expresión.

Tan grave como las recientes masacres en las serranías oaxaqueñas es la omisión de quienes deben hacer cumplir la ley. Ambas conductas merecen castigo penal, por cierto.

Al baño de sangre provocado por la fatal política de los abrazos contra los balazos que ha colocado a Oaxaca en el medallero nacional de los índices delictivos, debemos sumar la violencia ancestral causada por problemas agrarios a lo largo y ancho del territorio, consecuencia directa del modelo de propiedad comunal y del mal reparto agrario como consecuencia de la revolución.

Las dos masacres recientes por líos agrarios serán una raya más al tigre porque vendrán otras propiciadas por la indiferencia de quienes encabezan las instituciones y porque el odio entre pueblos de Oaxaca es tan grande que, si tuvieran una bomba atómica en su poder, no dudarían en usarla contra sus vecinos.

La cosmovisión de los pueblos sobre sus montes y bosques, de los que extraen recursos, los vuelven profundamente posesivos y violentos cuando se sienten afectados, porque la extracción maderable es su principal fuente de ingresos, sí es que no están involucrados en la siembra de drogas. Por tanto, los árboles son su principal activo comercial.

Su pasado ancestral cobija el profundo arraigo con sus tierras, pero las imprecisiones sobre la propiedad de estas es una fuente permanente de odios y muerte dado que ellos entienden a su territorio de una forma diferente a como lo vemos desde la ciudad. El territorio, y su control, para ellos es mucha más que una extensión de cerros con árboles, significan su relación con la naturaleza y entre ellos mismos en la manutención de sus tradiciones a las que ahora, o les dan un sentido turístico o les dan un uso político como el que hicieron los campesinos de Teojomulco, protagonistas de una de las más sangrientas masacres de Oaxaca, en su reciente manifestación en la ciudad capital.

De las masacres de los últimos 20 años, la más grave fue la matanza de Agua Fría protagonizada por Teojomulco contra sus vecinos de Xochitepec, en el año 2002 mientras era gobernador José Murat. Ese hecho debió costarle la gubernatura, pero para su fortuna, la Copa Mundial de Futbol distrajo la atención mediática y política y pudo continuar como si nada en el gobierno. Apenas en 2020, durante el gobierno de otro Murat fueron masacradas 15 personas en San Mateo del Mar.

Hace más años, el repudiable grupo guerrillero EPR masacró a una patrulla de policías en Macuilxochilt y, el pleito entre el pueblo de Yaxe y sus vecinos de Chichicápam dejaron entre 15 y 18 muertos en los años 80. En materia de masacres tenemos mucha historia.

La masacre de Agua Fría sigue tan vigente que apenas hace unos días, campesinos de Santo Domingo Teojomulco, los señalados como asesinos, llegaron a violentar nuevamente a la ciudad de Oaxaca. Cometieron toda clase de vejaciones como fue la retención de personas contra su voluntad, destrucción de vehículos, quema de mobiliario del gobierno e incluso golpearon e hirieron a sangrar a un par de mujeres, cuyas fotos inundaron las redes. Con esta violencia contra personas ajenas a sus problemas es de imaginar el odio con que mataron a aquellos campesinos de Xochitepec. Ese problema data de finales del siglo XIX y desde entonces, ha pasado de institución en institución y sigue sin resolverse porque siempre han actuado como lo hace el gobierno actual, siendo omisos ante una patología social que requiere toda la atención y no solo demagogia: la violencia.

El engañoso discurso de una supuesta primavera en parte fue para tratar de cubrir el pasado de quienes durante años incendiaron Oaxaca, se hicieron expertos en ello y en crear todo tipo de problemas para llegar al poder. Hoy que lo tienen es evidente que no saben cómo resolverlos, no es lo suyo. Para quienes somos ajenos al círculo del que se rodean, la imagen de personajes como Flavio Sosa o Jesús Romero es la de incendiarios. En la memoria colectiva continúan las imágenes de la tarde del 25 de noviembre de 2006 siendo la ciudad capital incendiada por las huestes de don Flavio. Por ello mismo nos preguntamos de qué manera los incendiarios de antes hoy serán los bomberos. El Frankenstein de agitación social que crearon está fuera de control, tiene vida propia.

Ante la violencia hoy ofrecen diálogo que, por la sangre derramada, solo puede considerarse como una grave omisión por su actitud pasiva, tolerante y, podría ser, hasta cómplice, que es una conducta que merece castigo penal. El gobierno no debe abstenerse de actuar ante una situación que constituye un deber legal y quienes se han visto afectados directamente deberían demandar al Estado mexicano por la grave y criminal impericia con que se conducen quienes juraron cumplir y hacer cumplir la ley.

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