Oaxaca en obra negra
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Carpe Diem

Oaxaca en obra negra

 


La historia política moderna de Oaxaca tiene claramente señalado un antes y un después. Ese cambio de rumbo lo señaló el relevo de gobierno entre Pedro Vásquez Colmenares y Heladio Ramírez López. No es que antes de Heladio en la política oaxaqueña hubo hombres santos, sino que, a partir de él, el descaro y el cinismo se convirtieron en la norma. Heladio fue el que inauguró la costumbre de dejar obras inconclusas, o mal hechas. Hizo escuela. El gobierno de Alejandro Murat lo aprendió bien y elevó a grados sublimes la ladina tarea de engañar entregando cascarones en lugar de obras.

Durante el sexenio de José López Portillo se construyó un nuevo pacto federal y hacendario. A partir de entonces los gobiernos estatales y municipales empezaron a recibir mayores cantidades de recursos cada año. La infraestructura no ha crecido. Ni carreteras, puentes o aeropuertos ni industrias, pero las zonas residenciales de gran exclusividad en nuestra ciudad se han multiplicado varias veces. Es incongruente, pero entendible por la forma en que está aceitado nuestro sistema político: la corrupción.

Quienes se han lanzado a la aventura de gobernar Oaxaca lo han logrado, han sido la mayoría de ellos auténticos aventureros que se han ido de esta tierra a la conclusión de sus gobiernos a pesar de haber cantado durante seis años, una y otra vez, su amor por Oaxaca. Lo increíble es que aún haya quien crea en las promesas de la clase política.

Al desastre que es el abandono municipal de la ciudad capital se debe agregar la superficialidad de la pareja gobernante recién ida que fracasó en su intento de construir un “modelo Oaxaca” que no es otra cosa que la manipulación de la información; el manejo de datos y cifras para mentir.

Como monumentos que no están para celebrar nada sino para recordar un fracaso, los cascarones de las obras mal hechas están por todo el estado. En la capital tenemos el Centro Cultural y de Convenciones, El Centro Cultural Álvaro Carrillo, El Centro Gastronómico, la ampliación de la carretera de Símbolos Patrios, la ampliación de las Riberas del Atoyac o la casa de atención del DIF.

En el interior del estado están el Foro Huatulco, obras de drenaje sanitario, redes de distribución de energía eléctrica, ollas de captación de agua pluvial u obras de pavimentación abandonadas. Pero no solo dejó los cascarones, nos dejó una enorme deuda pública que pagamos cada que tramitamos una licencia de conducir, pagamos la tenencia o hacemos algún otro trámite estatal.

La obra de movilidad conocida como “City bus” quedó tirada. Gabino Cué la inició y la abandonó. Es uno de los cínicos que han pasado por la silla virreinal. Murat trató de revivirla y la acabó de hundir. Los vestigios que hoy quedan cerca de la zona del mercado de abasto expresan por sí mismas el grado de ineficiencia, corrupción, mala planeación y mala fe con que han actuado todos los que han metido las manos ahí, gobernadores, presidentes municipales, diputados locales y federales.

Un par de años antes de irse, Murat tramitó y recibió un crédito de 3500 millones de pesos, deuda pública para cada uno de nosotros. Con ella se iba a desarrollar la zona oriente de la ciudad cuando los soldados dejaran Ixcotel, asunto que sigue pendiente porque ni se fueron los soldados ni se aplicó el recurso en el necesario desarrollo urbano de esa parte de la capital y municipios conurbados.

Demoler el Teatro Álvaro Carrillo para construir en su lugar un cubo de concreto muestra el grado de poder y capricho con que un gobernante puede actuar. No se diga del conocido capricho del Centro Gastronómico, con un diseño arquitectónico que semeja las celdas de una cárcel más que un agradable mercado de comida. Y en el tema de los caprichos está el edificio de Aripo y la manía de convertir todo espacio público en exclusivas tiendas de artesanías, como lo hizo con la casa oficial de avenida Juárez y lo intentó en el Teatro Macedonio Alcalá.

Además de edificar cascarones fue política pública el apropiarse y comercializar hasta el exceso la cocina tradicional, el mezcal y algunos textiles. Tuvo claras simpatías por un grupo de cocineros que hoy pagan su cercanía con la pareja Murat con un amplio rechazo popular manifestado a través de las redes sociales, en donde se expresa la negativa de los oaxaqueños a aceptarlos como sus representantes y embajadores culturales. Así mismo entregó apoyos sin límite a una cámara espuria de mezcaleros cercanos al poder en detrimento de cientos de pequeños productores a quienes olímpicamente olvidó. A unos les construyó el Centro Gastronómico, a otros un espacio a todo lujo y equipado al que llaman “centro de capacitación e innovación” (Icapet) de Matatlán. Ambos lugares deben ser recuperados por el gobierno actual y destinarlos a un uso social más que mercantil.

El “modelo Oaxaca” resultó una ilusión como lo fue el sexenio anterior, un cascarón caro, superficial e inútil.

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