El plagio
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Carpe Diem

El plagio

 


Apenas en las primeras semanas en la UNAM recibimos los alumnos un documento que nos explicaba qué era el plagio y cómo debía evitarse. Así, desde un inicio, nadie podría alegar desconocimiento para justificarse. Era indispensable, en cada tarea, citar correctamente las frases o ideas ajenas; impensable tomar un texto completo y poner nuestro nombre en lugar del autor original.

En el ámbito de la academia el plagio es un acto de deshonor porque, se supone, quienes llegan a cursar altos niveles de estudio son personas de conducta ética.

Ríos de tinta y miles de conversaciones en las redes sociales tienen como protagonista a la ministra Yasmín Esquivel. Fue exhibido el plagio que cometió para titularse al usar en un 90% la tesis de otro alumno y hacerla pasar como suya. Agrava el plagio el alto cargo político de la señora porque de un juez constitucional se esperaría una conducta intachable. El descrédito en que ahora vive debería ser suficiente para que, por iniciativa propia, renunciara al cargo que ostenta.

En medios y plataformas de internet no solo hay un intenso debate sino también textos de especialistas que abordan el plagio desde muchos puntos de vista: ya sea moral, ya sea legal o simplemente mediático.

Y la situación es aún más escandalosa porque el mismo presidente de la república ha dicho que ella está ahí para defender la transformación, es decir, simpatiza con el obradorismo que, se supone, posee una superioridad moral, que no son iguales, que no son rateros, pero al final la realidad nos ha demostrado que, efectivamente, no son iguales, han salido peores.

El plagio, que es un término más bien del ámbito académico, en la calle se le dice piratería. Y la piratería se da en la música, los videos, la ropa y, por supuesto, en algo que nos duele en Oaxaca porque extranjeros han plagiado algunos diseños textiles, les han puesto sus marcas y nombres, y los venden a alto precio en Europa. Plagio y apropiación cultural no son lo mismo, pero van de la mano.

Al usar el plagio con fines comerciales se pasa de una apropiación cultural simple a una indebida, lo que debería acarrear fuertes sanciones económicas para los plagiadores. No debe aceptarse la disculpa de las grandes y famosas marcas de que se trata de homenajes culturales a los creadores indígenas porque sería normalizar la dominación y supremacía de lo extranjero sobre lo propio. Objetos utilitarios de la cultura popular son convertidos en carísimos objetos decorativos con fines absolutamente comerciales.

El Senado mexicano aprobó en 2021 una ley para proteger el patrimonio cultural de los pueblos y comunidades indígenas y que sanciona hasta con 20 años de prisión y multas de casi cinco millones de pesos a quien copie, reproduzca o imite estas expresiones sin el consentimiento de las comunidades.

Consideró el senador Ricardo Monreal que “es una actitud poco profesional y hasta deleznable el plagio de las artesanías, de los textiles, de la cultura y el arte de comunidades indígenas sin una debida retribución económica”. De acuerdo con la también senadora Susana Harp, esta ley establecería los procedimientos para que las comunidades puedan querellarse.

Pero no solo se roban lo oaxaqueño, en Oaxaca también se cometen plagios y apropiaciones culturales que deberían ser igualmente rechazadas y sancionadas como lo piden ambos senadores, con cárcel y penas económicas.

Durante el gobierno de Alejandro Murat se tuvo la ocurrencia de tratar de obtener la Indicación de Denominación Geográfica para los alebrijes. En su momento, cuando iniciaron el trámite formal ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, IMPI, lanzaron las campanas al vuelo, en todos los medios locales y en muchos nacionales publicaron que nadie más podría hacer alebrijes si no eran de Oaxaca.

Los alebrijes son creación de Pedro Linares, un artesano cartonero del mercado de La Merced de la CDMX que los materializó por allá de los años 30 del siglo pasado. Son patrimonio cultural de la capital del país. Entre otras instituciones, la UNAM así lo ha reconocido en diversos medios. No era un secreto, la información está, y estaba, disponible en internet para quien quisiera conocer la historia de dichas figuras.

El IMPI terminó por rechazar la solicitud del gobierno de Oaxaca que pretendía legalizar un plagio y una apropiación cultural que se dio por la necesidad de campesinos de los alrededores de Monte Albán de ganar algo de dinero ofreciendo las coloridas figuras a los turistas. Los originales nacieron en los años 30, las copias oaxaqueñas en los 80; cincuenta años después.

Legalmente solo los descendientes de Pedro Linares pueden usar el término “alebrije”. En Oaxaca, después de la resolución legal, se les debe llamar tallas de madera, tonas o nahuales.

El plagio es condenable tanto en una ministra, como en un gobierno frívolo y superficial como lo fue el de Murat, pero también por parte de artesanos copiones.

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