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Este año alteró muchas cosas, pero no pudo unirnos ni siquiera en la desgracia. La política gubernamental de dividir para ganar sigue intacta.

Nadie puede salvarse de quedar en uno de los bandos. Fachos y chairos, despectivamente. De una manera académica, de la que carece el presidente, sería apropiado llamarles premodernos, los de derecha, y postmodernos, los de izquierda. Aquí no hay centros, lo dejó en claro cuando afirmó que, o bien estábamos con la 4T, o en contra.

Pero a pesar de que él no lo acepta, muchos de nosotros no cabemos en ninguna de esas casillas. Personalmente me identifico con las ideas liberales, la ideología en dónde ahora viven las ideas de progreso, ciencia, libertad, razón y democracia.

Los dos bandos en pugna se sitúan en el medioevo, sus posturas, sus anhelos e ideología son propios de siglos pasados, ambos son enemigos de la modernidad.

El movimiento populista en el poder, a veces de izquierda y a veces de derecha es tan retardatario que, para entenderlo, harían muy bien reeditar y difundir el famoso ensayo “El estilo personal de gobernar”, de Daniel Cosío Villegas, publicado en 1974 dentro de la colección “Cuadernos” de Joaquín Mortiz, en que analiza el gobierno de Luis Echeverría, en donde, al igual que hoy, la pieza política central en nuestra vida debe ser el presidente, no apegado a las leyes e instituciones en el ejercicio del poder, sino a su propio estilo personal.

En los años setenta lo dijo Carlos Fuentes: “Echeverría o el fascismo”. En este siglo nuevo la consigna es casi igual: “La 4T o los conservadores”. La historia ya puso en su lugar aquel gobierno y lo mismo hará con este en cuanto se le termine el poder.

Esta década que concluyó trajo la conjunción de personajes con ideas y conductas semejantes, aunque de ideología diferente, supuestamente. La globalización y el brutal enriquecimiento de algunas pequeñas elites son algunas de las causas que, a nivel mundial, hicieron surgir la ola populista, con su nefasta carga de división como estrategia de gobierno.

Los Estados Unidos dan el ejemplo mundial de un país dividido, que es la herencia de Trump y los supremacistas que lo rodean. México está en la misma ruta, con un presidente rodeado de supremacistas morales que pretenden imponerse por medio de certezas y no razones.

Aceptar la supremacía de las certezas morales es aceptar los dogmas de fe como norma de conducta, precisamente lo contrario a las ideas de los liberales del siglo XIX mexicano, cuyo personaje cumbre fue Benito Juárez y su clara visión del imperio de la ley y de la separación de los dogmas religiosos de las políticas de gobierno. Sí, la ideología practicada al extremo por los de la 4T la han convertido en una religión, con cardenales como Manuel Bartlett, Monreal o Napoleón (Napito) Gómez Urrutia.

Es mentira que la única forma de salir adelante sea la división de los mexicanos. Nuestros autonombrados activistas se apropiaron de la bandera del progreso, la justicia social y de la moral pública, llegando al ridículo de proclamar una cartilla de conducta redactada por personas que carecen de ésta y que, por supuesto, exenta de su cumplimiento al alto clero de la transformación. En el otro extremo, los premodernos, los guardianes del viejo orden segregacionista, supremacista y contrarios a la modernidad. Probado está que los extremos lo son tanto, que terminan por no diferenciar en dónde termina uno y empieza el otro.

La división de ambas visiones abiertamente promueve el pánico, una versión alarmista e histérica del mundo que no debería tener cabida en pleno siglo XXI en el que no deberían existir los autoritarismos, ni los abiertamente declarados como Venezuela ni los socarrones como el que se pretende en México al concentrar tanto poder, como en los años del viejo PRI, en la figura presidencial.

La ciencia, la lógica, la razón y el conocimiento son las víctimas de esta división provocada por el apetito de poder en la lugar de la búsqueda del bien común. La despreciada ciencia, acusada de neoliberal, es la esperanza de volver a abrazarnos nuevamente sin temor a contagiarnos. El razonamiento y la argumentación lógica son la base de los sistemas de impartición de justicia. El razonamiento y los modelos matemáticos son los que evitan los apagones, tomando en cuenta toda clase de variables. Y no, no fue la quema de unos pastizales la responsable del gran apagón de la semana pasada. La respuesta hay que buscarla en el despido del personal con altos grados académicos y su reposición con personajes 90% leales ciegamente, pero 100% ineptos para el puesto.

El día uno de enero no solo inició un año, inició la tercera década del siglo XXI y, por lo que se ve, no aprendimos lo suficiente de los horrores del siglo pasado y estamos por repetir muchos de ellos.

@nestoryuri