Viviendo con miedo
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Carpe Diem

Viviendo con miedo

 


Sabíamos que este año sería difícil, pero nos quedamos cortos. Este año será históricamente difícil.
No hubo vidente que predijera lo que se nos venía encima: una pandemia mortal, una tremenda baja de los precios del petróleo, una fuerte devaluación del peso y su consecuente recesión económica bajo el peor gobierno que nos pudo tocar en una situación tan alarmante.
A los virus y tormentas económicas que nos llegan de fuera de nuestra tierra hay que sumar la indolencia y poco sentido de solidaridad de conocidos grupos violentos de chantaje político nativos de estas latitudes. Lo dijeron a secas: no nos importa el coronavirus y, por lo tanto, su salud; nos importan nuestras demandas. Y nos recetaron una serie de bloqueos que desnudaron la miseria de su espíritu y la podredumbre de los que hoy se alzan como representantes de la lucha social de la dizque izquierda.
Esta incertidumbre generalizada que flota como nata en el ambiente no la vivíamos desde hace muchos años. Oaxaca había sido como un pequeño refugio que nos protegía de las grandes tragedias. Nuestra desesperada realidad la dictaban los bloqueos, los ambulantes, las ferias, las fiestas patronales y calendas que ya conocemos de memoria de tantas que organizan con cualquier motivo.
Pero lo de hoy es diferente. Descontando los valentones que afirman que a ellos no les pasa nada o que se pierden en conjuras internacionales, mucha gente tiene miedo, miedo ante la incertidumbre de lo que nos espera en el futuro y que tratan de paliarlo saliendo a comprar desesperadamente papel de baño; es un misterio difícil de comprender.
Las pesadillas de nuestro pasado reciente fueron las armas nucleares y el riesgo de una hecatombe atómica. Ese riesgo sigue latente, pero estamos viendo que resultó mucho más efectivo un minúsculo bicho que cientos de misiles para destrozar no solo a una país sino a toda la humanidad.
Es inevitable que la pandemia que recorre el mundo y que alcanzó Oaxaca domine nuestra agenda. Nuestras precauciones ya no se limitan a no ser violentados por el crimen sino ni siquiera a dejar que se nos acerquen o nos saluden de mano o beso. Hoy resulta tan aterrador un abrazo como un fusil en manos de un delincuente.
Las calles lucen vacías y la gente se nota preocupada, se aferran a la creencia de que el calor de la Semana Santa funcione como un “detente” y aleje de nuestras puertas a todos los demonios, sanguijuelas y pandemias que nos afligen.
La lejanía de China respecto de nosotros nos hizo pensar que lo que allá sucedía era algo ajeno; lo mismo creyeron los confiados italianos y españoles y se quedaron de brazos cruzados.
Grave error que esos países están pagando porque, a diferencia de los chinos que reaccionaron fuerte con las medidas drásticas que les permite su dictadura y con ello lograron contener la pandemia, en Italia se baten todos los registros de muertes por esta enfermedad al no haber reaccionado en tiempo para aplicar las medidas preventivas indispensables.
Italia y España, además, tienen en común con México, que están gobernados por políticos populistas y que, en aras de una supuesta lucha contra la corrupción, se dedicaron a realizar toda clase de recortes presupuestales al sector salud. Los malos resultados de esas políticas se cuantifican por el elevado número de ataúdes que desfilan todos los días hacia los hornos de cremación.
No lo sabemos todavía, pero quizá también a nosotros nos alcance el destino. Traer en la cartera un trébol de cuatro hojas y colgado un detente es lo que sugiere la máxima autoridad en México para mantenernos a salvo.
A la falta de ciencia se le suple con charlatanería y pensamientos mágicos como si estuviéramos en el siglo XV. Se desconfía de los expertos, se les despide y ridiculiza dejando los problemas en manos de sujetos leales, devotos y abyectos, pero altamente ineficientes. A los hospitales se les restringe todo desde el presupuesto, no hay ni aspirinas ni gasas, mucho menos equipos de alta tecnología para salvar las vidas que estarán en riesgo. Y ese riesgo lo corremos todos y cada uno de nosotros, sin diferencia de clase social, sexo o color de piel.
El miedo se expresa de diferentes maneras, una de ellas es la negación y, como valentones de cantina, salen a exponerse a multitudes para demostrar que son invencibles. Muy comprensibles son las compras de pánico y la susceptibilidad a toda clase de mensajes que circulan por las redes sociales. En momentos de miedo suelen tomarse decisiones equivocadas.
Aun no llega con toda su fuerza la pandemia a México, pero todo apunta a que lo hará y, por lo tanto, a Oaxaca. Hoy las calles se ven disminuidas, mucha gente está tomando precauciones, pero otros muchos no, sobre todo personas de estratos sociales bajos. Su precariedad y la dureza con que la vida los trata los obliga a desafiar el destino.
Las cosas cambiarán, más vale que no pensemos que, una vez pasada la emergencia volveremos a lo de siempre. Así como apareció este virus de la nada así podría aparecer otro en cualquier momento. Vienen cambios y deberemos adaptarnos a la nueva realidad.
Por lo pronto, lo que se convirtió en una gran fiesta en años recientes, “La Samaritana”, pasó casi desapercibida. Es probable que les festejos religiosos de la Semana Mayor también se vean afectados por indicaciones sanitarias y de sentido común.
Hábitos y cultura habrán de cambiar. El cambio será tan fuerte en proporción directa a la intensidad de la pandemia. Seguramente en China, Italia y España las cosas no volverán a ser como antes, debemos prepararnos también nosotros.
Preparémonos para lo peor, tanto en lo sanitario como en lo económico. El repunte turístico de nuestra tierra es probable que se derrumbe. Faltan 16 semanas para las fiestas de los Lunes del Cerro, ¿habrá pasado lo peor como para celebrar la Guelaguetza?