El 2 de julio de 2000, México vivió un parteaguas histórico. Tras más de siete décadas de hegemonía priista, la victoria de Vicente Fox marcó el inicio de la alternancia democrática. Fue un triunfo de la ciudadanía, de la pluralidad sobre el autoritarismo. Fue un momento de esperanza que representó la posibilidad de construir una democracia moderna, con instituciones fuertes y gobiernos más cercanos a la gente.
A 25 años de aquella transición, vale la pena hacer un balance de lo que quedó pendiente, y lo que se ganó durante los sexenios de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, frente al panorama actual, marcado por la concentración del poder, la polarización y el debilitamiento institucional.
El gobierno de Vicente Fox no fue perfecto, pero demostró que el poder podía cambiar de manos sin ruptura institucional. Durante su sexenio se consolidaron libertades, como una prensa más crítica, organismos autónomos más sólidos y un clima de apertura política. Se respetó la pluralidad en el Congreso y se evitó la tentación de manipular procesos electorales. Se promovió el libre acceso a la información pública; así también, se estableció el programa federal “60 y más”.
En lo económico, Fox mantuvo la estabilidad, impulsó la inversión extranjera y consolidó una clase media. Se fortaleció el SAT y se aumentó la recaudación sin subir impuestos. Aunque no concretó las grandes reformas estructurales, su gestión sentó bases para la modernización democrática del país.
Felipe Calderón gana el proceso electoral de 2006 por un margen estrecho, aunque el candidato opositor de ese entonces argumento fraude, lo cierto es que la victoria de Calderón objetivamente fue real, nunca se demostró lo contrario.
El sexenio de Felipe Calderón estuvo marcado por la lucha contra el narcotráfico. Si bien la estrategia es debatible, no puede ignorarse que asumió el desafío de enfrentar a los cárteles, que se gestaron durante el priiato, en un momento crítico para la seguridad nacional. Su gobierno consolidó avances en materia de salud -con el Seguro Popular que amplió la cobertura médica para millones de mexicanos-, y en infraestructura, con grandes obras carreteras y de transporte.
Calderón preservó la estabilidad macroeconómica en medio de la crisis del 2008. Su disciplina fiscal y el manejo prudente de la deuda contrastan con el endeudamiento creciente que ha caracterizado al actual gobierno. Pese a la adversidad, gobernó con apego a las instituciones y sin intentar subordinar a los poderes autónomos.
Enrique Peña Nieto muestra de capacidad para construir acuerdos con otras fuerzas con el Pacto por México. Se aprobaron reformas estructurales en telecomunicaciones, energía, educación y fiscalidad. Quizá estas reformas daban para más, aunque su implementación no fue la correcta.
Es cierto que su gobierno estuvo manchado por escándalos de corrupción y un severo desgaste político. Es cierto que bajo su mandato México mantuvo estabilidad económica, atrajo inversión extranjera y la firma del T-MEC.
El actual gobierno llegó al poder prometiendo una Cuarta Transformación. Sin embargo, en lugar de avanzar hacia una democracia más participativa y justa, ha promovido una concentración del poder que recuerda a los peores años del presidencialismo autoritario.
La eliminación de contrapesos, la reforma al Poder Judicial, el debilitamiento de organismos autónomos, el manejo opaco de programas sociales y la estigmatización de la oposición son síntomas preocupantes. Además, la militarización de funciones civiles ha representado retrocesos en términos de eficiencia, transparencia y rendición de cuentas.
En contraste con los gobiernos anteriores, que -con errores y aciertos- respetaron la pluralidad, impulsaron reformas modernizadoras y fortalecieron instituciones, el gobierno actual ha optado por el control centralizado, la confrontación y una visión maniquea del país.
Pasamos del cambio posible al poder concentrado. Hoy, más que nunca, se vuelve indispensable defender el legado de esa transición democrática: el equilibrio entre poderes, la libertad de expresión, la legalidad y la posibilidad de disentir sin ser descalificados. El verdadero cambio no se da en el discurso ni en la concentración del poder, sino en el fortalecimiento de la ciudadanía y de las instituciones.
El desafío de hoy no es volver al pasado, sino evitar repetirlo transformado.
@aguilargvictorm