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8M: Marchamos porque nos duele, pero también porque tenemos esperanza

El pasado sábado, como cada 8 de marzo, tomamos las calles. Salimos con el corazón apretado y la garganta encendida. Salimos con pancartas que son gritos escritos, con consignas que resuenan en las paredes y en la memoria. Salimos con rabia, con dolor, pero también con la convicción de que un mundo distinto es posible.

Marchamos porque seguimos contando nombres, porque las listas de feminicidios no se detienen, porque cada día una mujer desaparece sin dejar rastro o es asesinada con saña.

Marchamos por Jashibhe Natalie Díaz Morales, quien tenía una vida por delante y fue asesinada en Tehuantepec.

Marchamos por María del Sol Cruz Jarquín, quien jamás debió estar en la mira de un arma por haber sido comisionada ilegalmente en una campaña electoral.

Marchamos por Dafne Carreño Bengochea, quien intentó salir de una relación violenta y pagó con su vida.

Marchamos por Judith Vianney, asesinada por alguien que compartía su espacio de trabajo.

Marchamos por Sandra Estefana Domínguez, activista ayuujk desaparecida hace cinco meses y a quien seguimos buscando.

Marchamos por las que nos faltan, por las que dejaron un vacío en una familia, en una casa, en una comunidad. Por las que no pueden alzar la voz porque ya no están.

Pero también marchamos por las que todavía están aquí, por las que aún tienen miedo, por las que enfrentan violencia en su propio hogar, por las que no han denunciado porque saben que el sistema no las protege. Por las niñas que aún son vendidas, por las jóvenes que viven acoso en las calles, en las escuelas, en los trabajos. Marchamos porque necesitamos nombrar todas las violencias que nos siguen doliendo como sociedad.

Cada una de nosotras marcha desde su historia y su lucha. Algunas llevan pancartas con los nombres de quienes ya no están, otras hacen arte, otras llenan de consignas las paredes que nos han querido imponer como límite. Otras simplemente caminan, sostienen la mirada, alzan la voz. Cada una a su manera, pero todas con la misma exigencia: que no haya ni una más.

Y a pesar de todo, en medio de la rabia y del dolor, hay algo que nos sostiene: la esperanza.

Esperanza al ver que el movimiento crece, que más mujeres jóvenes se apropian del espacio público, que la lucha se vuelve intergeneracional. Esperanza en las redes de sororidad que nos sostienen, en la forma en que nos cuidamos unas a otras, en el eco que va dejando nuestra voz. Esperanza porque sabemos que las que vinieron antes abrieron el camino y nosotras seguimos avanzando, sin rendirnos, sin retroceder.

Marché por mis abuelas, que no tuvieron los mismos derechos que hoy exigimos.

Marché por mi madre, que me enseñó a ser fuerte.

Marché por mis sobrinas, para que crezcan en un mundo donde ser mujer no signifique peligro.

Marchamos porque no nos callarán.

Marchamos porque no nos rendiremos.

Marchamos porque nos duele, pero también porque creemos que un mundo sin violencia es posible, y no descansaremos hasta verlo hecho realidad.

X @Natali_Cruz_

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