Evitemos los extremos
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Opinión

Evitemos los extremos

 


 

Una norma determinante de los gobernantes coherentes es dar buenos resultados a sus gobernados. Existen dos maneras de obtener resultados. Primero, empleando los mínimos recursos humanos, financieros y materiales, o si se quiere, optimizando los recursos que se emplean, a condición de obtener los resultados deseados. Cuando las cosas se realizan de esta manera, se ha sido eficiente. Alcanzar siempre la eficiencia en la gestión pública, es un ideal deseado por los gobernantes responsables con sus pueblos.

La segunda manera de obtener los resultados de la gestión pública y de gobierno es alcanzar el objetivo o la meta a toda costa, no importando los costos financieros, materiales y humanos. Lo importante es alcanzar el fin deseado en el menor tiempo deseado. Cuando las cosas suceden de esta manera se está en el campo de la eficacia.

Ha existido mucho debate entre las dos formas de obtener los resultados deseados. Para muchos, la eficacia debe ser la norma de los gobernantes, para otros, solo vale ser eficiente. Para mi perspectiva, depende del objetivo deseado. Por ejemplo, si estamos en medio de una pandemia y la vida de la población depende de nuestras acciones, vale ser eficaz. Ahora, en lo general, vale más ser eficiente.

Para ser eficiente, cualquier gobernante razonable, debe de enfocarse en objetivos limitados, en aquellos que son fundamentales para la población y no en los que él piensa que lo son, o que el partido, las clases poderosas o su familia lo determinen.

La selección de las prioridades, sean nacionales o regionales, se deben determinar a partir de una amplia consulta nacional, profunda reflexión de los intelectuales y expertos, o porque se ha presentado la ocasión para ello, o las condiciones son propicias para ello, pero nunca deben ser a la sola voluntad del gobernante o producto de un capricho o de una línea política partidista.

La definición de las prioridades nacionales con base en los principios democráticos es vital, en sentido contrario, será casi siempre, la desgracia de las naciones. La definición de las prioridades de los pueblos es un ejercicio complicado, lleno de valores encontrados, sin embargo, deberán ser de acuerdo al marco normativo prevaleciente, porque este marco es producto de acuerdos históricos logrados por los ciudadanos. Aquellos gobernantes, que quieren quedar bien con todos, que no priorizan, son la ruina para sus Estados y sus naciones.

Los gobiernos y las administraciones públicas deben de actuar muy lejos de las voluntades personales y actuar sobre proyectos, programas y planes acordados y determinados con la antelación necesaria. Los gobiernos que están sujetos a la sola voluntad de los gobernantes ofrecerán, casi siempre, nulos resultados institucionales. Son ideales los planes a largo plazo cuando se trata de asuntos vitales de la sociedad o incluso de la humanidad, como, por ejemplo, el deterioro ambiental, la vida de la tierra es primero, porque se trata de nuestra morada.

Por otro lado, no se puede ser eficiente o eficaz en todos los campos de una nación o de una República. Actuar al unísono tiempo en todos los campos de la administración pública no es un buen camino para lograr ser eficiente o eficaz. Al abarcar todo, regularmente resulta que no se atiende bien a todos los campos, no hay poder financiero, humano o de materiales que alcance. Algunos aconsejan la tesis de la subsidiaridad, que tiene su lógica. Es decir, a la sociedad todo aquello que pueda hacer por sí misma en los asuntos públicos o colectivos, al Estado lo que la sociedad no pueda hacer con eficiencia.

Se tiene también la teoría neoliberal que implica que el mercado deberá atender a la mayor parte de los asuntos de las poblaciones, vistos desde sus individualidades, reduciendo al mínimo los asuntos colectivos que le corresponderá al Estado. El Estado deberá estar a la lógica del mercado, no se trata de su extinción.

Es bastante lógico suponer que el Estado no puede ni debe estar a la lógica del mercado, ni al servicio de una clase, de un grupo, mucho menos de una persona, sino al servicio de la población. Tratando siempre de actuar bajo los principios de justicia. El Estado debe de encontrar el equilibrio entre sus acciones colectivas y los intereses privados. En los tiempos históricos de la humanidad se ha tratado de privilegiar los asuntos públicos, en otros tiempos, los asuntos privados. Decía Aristóteles que el equilibrio se logra evitando los extremos. Evitemos siempre los excesos, incluso en la vida privada.

En los tiempos en que vivimos están surgiendo problemas que ni el Estado nacional puede resolver eficazmente, se necesita la convergencia de varios Estados para ello, por ejemplo, el deterioro ambiental, las migraciones, el crimen organizado y la pobreza. Debemos ya ir pensando en la construcción de un gobierno mundial. Después de todo, somos seres humanos y nos debemos entre sí.