Nuestros fieles difuntos
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Opinión

Nuestros fieles difuntos

 


Es un ritual que en México no se suspende año con año, por siglos. Es parte de nuestra vida y de nuestra naturaleza histórica y cultural: “Los días de muertos”; “Los fieles difuntos” … El regreso del ánima —que es alma— de nuestros seres queridos, familiares y amigos. Ya es igual.

Ocurre al comenzar noviembre y apenas dos días en los que vuelven un poco…y están aquí —según la creencia nacional— como en un abrir y cerrar de ojos; en lo que dura un suspiro… para convivir con la familia, con los seres amados que aún siguen aquí con recuerdos mutuos; aunque no se les vea, aunque no se perciba su calor humano como entonces, como cuando estaban aquí y nos podíamos decir: “Te quiero”.

Vienen a disfrutar el aroma del cempasúchil, la flor anaranjada y emblemática de estos días; vienen a llevarse, aunque sea un ramo para mantener el recuerdo de nosotros cuando regresen al lugar del que provienen y que sólo ellos conocen. Y vienen a saborear las frutas, los regalos, la comida, el agua, el mezcalito, la sal, el azúcar, los caramelos, los platillos que más les gustaban.

Y en eso nos esmeramos todos los mexicanos. Los que pueden hacer un gran altar “de muertos” lo hacen; otros lo ponen aun con lo que se pueda, aunque sea una flor, una manzana, un pan, una vela:  no importa, sí importa que cuando lleguen encuentren nuestro cariño puesto ahí, en su altar, en donde predomina su imagen, sus retratos de un momento de su vida que guardamos para siempre.

Son dos días en los que los mexicanos nos reconciliamos con la vida, pero también con la muerte: “desdicha fuerte”. Para muchos en el mundo es una celebración incomprensible. ¿Qué es eso de celebrar la muerte? —dicen—. Y sí, la celebramos porque de origen, y aun antes de la llegada de los españoles a este territorio que aún no era México, los habitantes celebraban a los muertos, la ida al Mictlán, a los ‘descarnados’.  Y de ahí en adelante.

Pero este año es particular. Porque no sólo se celebra el día de los muertos en lo particular, en lo íntimo de nuestros hogares y acaso en celebraciones religiosas o hasta en festivales y peregrinaciones que recuerdan que “polvo eres y en polvo te convertirás…”

Es particular porque el cuerpo social mexicano tiene más muertos que nunca antes. Son miles los que durante el año que transcurrió de 2022 a 2023 por falta de atención médica pública; por falta de medicamentos; por falta de atención pronta y apropiada. Por falta de verdad entre lo que es y lo que se promete sin cumplir.

No murieron por culpa de los médicos, no por culpa de enfermeras o asistentes de salud: sí por culpa de un gobierno insensible ante el dolor humano; insensible ante la muerte de los mexicanos a los que prometieron cuidar en su vida y en su patrimonio. Nada. La insensibilidad humana está ahí, a la vista, al portador.

También habremos de recordar a los que murieron por negligencia médica; por abandono; por falta de sentido humano en el servicio de salud; por falta de cariño por la vida y sí cariño por la indiferencia y la traición sanitaria. También los hay.

Habremos de recordar este año a los 850 mil mexicanos que murieron durante toda la pandemia y que en el caso de México fueron muchos más de los que debieron ser.

Miles murieron por la incapacidad, la ineptitud, la arrogancia, la mentira y la obediencia a rajatabla del encargado de salvar vidas: Hugo López Gatell. ¿Está bien con su conciencia este hombre que estudió para ser doctor y curar cuerpos?

Y habremos de recordar a los 155 mil muertos por homicidio doloso y feminicidio tan sólo en lo que va de este sexenio.

Son muertos por agravio, por venganza, por odio, por criminalidad, porque hoy en muchas partes del país impera la violencia criminal, el crimen malvado, el interés económico y el interés político que privilegia a quienes cometen delitos (“Abrazos, no balazos”) y castiga a quien recrimina falta de gobernabilidad. Son asesinados por la impunidad y la falta de escrúpulos de muchos que juran y juran gobernar por los pobres…

Y por los casi cincuenta fallecidos por el Huracán Otis en Acapulco y municipios aledaños. Gente que vive ahí, al día, día a día, para subsistir a su pobreza y a su abandono. Por supuesto, el dolor por el extremo que se vive en Acapulco, nuestro refugio nacional, nuestro hogar de tiempo en tiempo.

Y tantos más de nuestros mexicanos al grito de guerra que murieron por falta de políticas públicas de salud suficientes, falta de medicamentos y de atención especializada, de prevención médica…

Y tanto dolor por todos ellos, por nuestros seres amados y por los seres amados de miles, los que se fueron en condiciones de abandono de gobierno. Por todos ellos estos Días de Muertos 2023 son particularmente dolorosos, inolvidables. Y sí: la historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona. Clío es rencorosa.