Los delegados del pueblo
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Opinión

Los delegados del pueblo

 


La ausencia de la participación de los ciudadanos en el ejercicio del poder público es evidente, es un hecho cotidiano. Todo se recarga en la figura del representante, que se elige de tiempo en tiempo. Este representante, también es un hecho, se ha desvinculado de los ciudadanos, está ausente en la vida de sus representados, al contrario, se ha fusionado en la estructura de los gobiernos o de los partidos, que por lo mismo, se han divorciado de los ciudadanos, o como diría el clásico, del pueblo.

El ciudadano, en su más pura expresión, se ha convertido en un simple votante, es ciudadano activo solo en las elecciones periódicas, después se refugia en su vida particular, en su trabajo, es ganancia si se informa sobre la vida pública en los medios de comunicación. Esto les permite a los representantes una gran autonomía que les otorga permiso, sea para cumplir con los ciudadanos, o para burlarse de ellos mediante la corrupción. Se ha deformado el sistema representativo, es creación de oligarquías políticas, que se reproducen con suma facilidad. Hoy más que nunca se está ante gobiernos elitistas, que en el discurso apelan al pueblo como medio de legitimación.

Anteriormente, existió la figura del delegado, éste a diferencia del representante, no podía tomar una decisión importante sin la consulta debida a sus ciudadanos. Esto evitaba enormemente la manipulación del delegado por las fuerzas dominantes. Si el delegado no buscaba el consentimiento de sus ciudadanos corría el peligro de ser sustituido por los mismos.

La revocación del delegado era un hecho cotidiano, bastaba la voluntad de los ciudadanos por mayoría, para que el delegado fuera sustituido. El delegado estaba más sujeto a la voluntad de los ciudadanos. No fue extraño, entonces, que los gobernantes buscasen la desaparición de esta figura y sustituirlo por el representante, con éste, el gobernante podía llegar acuerdos sin necesidad de la consulta. Aún peor, si el representante pasa a formar parte del cuadro gobernante, no habrá acuerdo, sino instrucción.

En este escenario, dónde queda el ciudadano, solo como votante. Se ha pervertido el sistema representativo entonces, se ha deformado la democracia. Siendo así las cosas, el gobierno, los gobiernos, mejor dicho, tratarán de justificar o legitimar por otras vías sus decisiones, pero no será por medio de la información al representado, sino por los aparatos ideológicos del Estado, que el gobierno es su expresión material de este.

Los acuerdos entre representantes y gobierno irán creando intereses mutuos, que pronto formarán una oligarquía desvinculada, regularmente, del pueblo.  La oligarquía o la clase política formarán sus propios intereses específicos, como por ejemplo, la búsqueda de cómo eternizarse en el poder político. Han creado un poder político, una posición de dominación frente a la masa de ciudadanos. En este sentido, los ciudadanos solo suplicarán una eficaz administración de los recursos públicos, pero nada más, el pueblo se ha reducido a sujeto de paternalismo no de soberano.

Solo en el gobierno de nuestros pueblos mesoamericanos antiguos se tuvo la idea de que el gobierno no era un estrado real, una posición para allegarse de pleitesía y donaire, tampoco era para el deleite y placeres de los gobernantes, sino que era un gran trabajo, una gran responsabilidad, que requería también de mucha penitencia. Por ende, ser gobernante implicaba ser sentenciado al diario sacrificio de servir al pueblo.

Estar muy atento para que el resplandor de la ciudad no sea envuelta en tinieblas y siempre estar preparados para los terribles daños de las pestes. Para lo anterior, se debía tener un gran oficio, precisamente porque para gobernar se requiere de oficio, de destreza, de enorme conocimiento, habilidad y capacidad. Todo lo anterior no bastaba si no se tenía la benevolencia de los Dioses, por tanto, se tenía que ser un mediador entre los cielos, el cosmos y el pueblo.

Cambiemos a los representantes por delegados responsables ante los ciudadanos, vale la pena, mejoremos la democracia republicana.

Es evidente la gran diferencia entre gobernar entre nuestros ancestros y nuestra realidad actual, antes era penitencia hoy es placer, mucho, mucho placer.