Pegatinas Reivindicativas
Estabilidad
La guerra entre Rusia y Ucrania acaba de cumplir un año y, con ello, la inestabilidad se ha vuelto una constante. A inicios de 2022, cuando Rusia comenzó la ofensiva en contra de su país vecino a causa de que este mantuvo su intención de adherirse a la Organización del Atlántico Norte, se desencadenó una serie de consecuencias que afectaron a la comunidad internacional por completo.
El desarrollo de mercados globales y la dependencia de los países por insumos básicos generaron que la invasión rusa significara un desbalance económico generalizado, la escasez de granos como el maíz y el incremento de los precios de los combustibles, entre muchas otras consecuencias que golpearon el bolsillo de todas y todos. No era un escenario esperanzador, especialmente porque aún se encontraban muy vigentes las condicionantes al comercio internacional causadas por la pandemia, situación que persiste en menor medida, por cierto.
Sin embargo, las y los analistas señalan que, a pesar de esa primera turbulencia que comprometió las balanzas financieras alrededor del mundo, hoy ya hay estabilidad. Que los mercados -y con los mercados me refiero al 1% de los tenedores de la riqueza mundial- ya se aclimataron a la presencia de la guerra en Europa y a las amenazas entre Occidente y Rusia. Que lo que sigue -pronostican- consiste en solamente aguantar a ver el desenlace de la película. Claro, la tragedia humana queda en segundo o tercer plano, pero para las lógicas del capital, es un escenario entendible.
Pues entonces, parece ser que habrá guerra por al menos algunos meses más. Tan fácil decirlo y tan dura la realidad. La estabilidad hoy es la turbulencia.
Y esa turbulencia viene de ya algo atrás. La pandemia por COVID-19, los fenómenos naturales, los éxodos humanos, la concentración exacerbada de la riqueza y las escaladas en la violencia en nuestros entornos. Todo eso se nos está convirtiendo en paisaje.
Parece una especie de apocalipsis que se va instalando silenciosamente en la cotidianidad y a la que le abrimos la puerta de nuestros hogares a fuerza de su apacible inminencia.
En México, la generación nacida en los cincuentas – sesentas del siglo pasado tuvo un atisbo de estabilidad. También tuvo la guerra fría y los descalabros económicos, pero por un lapso breve de tiempo gozaron ciertas condiciones económicas, sociales y culturales que les permitieron, al menos por un par de décadas, encontrar un nicho de desarrollo y oportunidad. Las generaciones siguientes carecemos de ese marco de quietud que propicie el crecimiento sostenido y más o menos equitativo.
Y quizá, también, es que, como dice Rosa Montero, el mundo solo es caos. La entropía es reina y el orden del mundo es una ilusión. Todo está en cómo nos contamos, en cómo narramos esta historia que nos decimos a nosotras y nosotros mismos para darle orden al desorden. La estabilidad como instrumento narrativo para la organización/control social. No sería la primera vez. Los políticos llevan siglos perfeccionando la estrategia.
Ante el caos y la turbulencia existen acciones por ejecutar para hacer tangible nuestro ideal de justicia y orden, pero también aceptar que controlar todo este asunto es materialmente inviable. La estabilidad no es un cuento de hadas tampoco, pero es algo que construimos y requiere intencionalidad y trabajo colectivo.
La interconexión global y los fenómenos propios de la naturaleza -humana y no humana- nos plantean un escenario en el que el batir de las alas de la mariposa en Egipto significará un huracán en Brasil. Hoy más que nunca se hace necesaria la cooperación y la solidaridad para salvaguardarnos.
En un mundo cada vez más inestable, que la estabilidad se nos haga costumbre.