TRANSPARENCIAS: Orgullosamente UNAM
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Opinión

TRANSPARENCIAS: Orgullosamente UNAM

 


BRICIA YOLANDA ARAGÓN VALDIVIA

 

Para los integrantes de la generación 85-89 de la ENEP Acatlán, UNAM,                                                                    con cariño, respeto y admiración.

Fue un viernes 9 de noviembre de 1984 cuando llegué a la ciudad de México para ingresar a Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) Acatlán, hoy Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán; era una fría mañana y yo tenía ese día para armar mis horarios y definir mi tira de materias para el primer semestre en la universidad. Había que conocer la escuela que me pareció enorme, quince edificios la conformaban entonces, con instalaciones adecuadas para los alumnos y un centro de idiomas que nos dijeron, era de lo mejor en ese momento en la universidad entera; había también una biblioteca muy vasta, así como zonas de cafeterías, espacios para las artes y para el deporte, auditorios, un enorme estacionamiento y todo perfectamente bien comunicado para llegar al periférico, al metro Chapultepec o al metro Toreo, porque nos encontrábamos en el Estado de México, en Naucalpan.

Muchos estudiantes venían de lugares lejanos, desde Cuautitlán o desde el centro de la ciudad a estudiar aquí, haciendo hasta dos horas de camino, muchas veces para entrar a clase a las 7 de la mañana; muchos estudiantes veníamos también de diferentes estados de la República y siempre fuimos acogidos de manera especial y cariñosa por quienes radicaban en la ciudad de México o en la zona conurbada.

Todo lo que vi aquel día me sorprendió mucho, saberme parte de esa gran universidad, lejos de llenarme de orgullo en ese momento por haber logrado acreditar el examen de admisión en el estadio Azteca pletórico de aspirantes -pues ahí fue la sede del examen de la UNAM- me hizo sentir una gran responsabilidad por haber llegado hasta ahí, porque sabía que lo difícil era mantenerse. El lunes siguiente que dieron inicio las clases lo confirmé, pues había largas filas de padres de familia y alumnos buscando tener un espacio para sus hijos, ya que no habían acreditado el examen. Pronto y sin mayor sobresalto esas filas se disolvieron, pues en la UNAM ni hay revisión de examen de admisión, ni hay manera de ingresar como no sea por la vía legal.

En mi carrera, Relaciones Internacionales compartíamos tronco común con Ciencias Políticas y Administración Pública y con Sociología; nuestros maestros eran inmejorables a cual más, profesores muchos de ellos dedicados a la docencia con años de experiencia, además de a su quehacer profesional como abogados especialistas en diferentes ramas del derecho relacionado con nuestra formación, economistas, investigadores, sociólogos, politólogos, internacionalistas, sicólogos sociales, periodistas, historiadores, una gama amplia de disciplinas del conocimiento que incidían de manera orgánica, dijeran hoy, en nuestra formación profesional, maestros mexicanos, pero también extranjeros, cuya diversidad cultural nos enriquecía aún más.

No quiero ni puedo mencionar a mis maestros, pues temo olvidar a alguno, pero todos ellos nos brindaron su tiempo, su conocimiento y su experiencia; nos alentaron a vivir la libertad que da el conocimiento, a desarrollar un pensamiento crítico y cuestionador, a despertar en cada uno la capacidad analítica de las diversas situaciones abordadas en cada asignatura.

Pasaron los semestres, unos más difíciles que otros, que si por las matemáticas, que si por la economía, que si por los idiomas, que si porque había que tener finalizado tal requisito en tal semestre, cada uno de ellos revestía su propia complejidad, su propio afán. Entre inicios esperanzadores de semestre y finales muchas veces atropellados por la carga académica, llegamos al final de la carrera habiendo disfrutado varias Muestras Internacionales de Cine, varios congresos de internacionalistas, una muy nutrida agenda de conciertos, cursos artísticos y deportivos, encuentros de idiomas, conferencias de muy diversos temas académicos, intelectuales y de arte. La UNAM fue para mí, y creo que para mis compañeros de generación, mucho más que sólo escuela, fue una plataforma de formación que llegó más allá de sólo lo académico, nos tocó de forma integral hasta en lo personal.

Mil y un entrañables recuerdos, de compañeros de generación pasamos a ser hermanos de vida que hemos ido compartiendo el camino y nos hemos ido acercando por efecto, hoy por hoy, de las redes sociales.

Actualmente hombres y mujeres de esa generación, de la que soy parte, a lo largo y ancho del mundo ponen en alto el nombre de nuestra máxima casa de estudios, de nuestra Alma Mater y de nuestro México; hombres y mujeres decía, en países como Estados Unidos, Finlandia, Estonia, Mozambique, Canadá, desde organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), organismos no gubernamentales, empresas privadas, organismos públicos del gobierno federal y en gobiernos estatales, desde el poder legislativo, cada uno desde su lugar, enaltece y agradece a nuestra UNAM por todo lo recibido.

Y justamente, queridos lectores, les he querido compartir estas vivencias porque el pasado 10 de febrero se colocó una placa conmemorativa de agradecimiento de mi generación a nuestra UNAM en las instalaciones de la hoy Facultad de Estudios Superiores Acatlán, a 30 años de nuestro egreso; debo señalar que esa placa iba a ser develada a inicios de 2020 porque en 2019 se cumplieron los 30 años, pero la pandemia nos retrasó; se hizo apenas en un acto muy elocuente y salido de nuestros corazones azul y oro.

“El cambio empieza con educación y termina con educación” reza una frase en esa placa. Considero que nunca como hoy nuestra UNAM merece el reconocimiento de toda esta gente que ha sido formada para bien; hace muy poco me decía un entrañable amigo “lo que la UNAM me dio me ha alcanzado para la vida” y él ha recorrido el mundo trabajando para la ONU de manera muy destacada; concuerdo con él: la UNAM nos brindó una formación que al menos a quienes yo conozco, que son gente cercana, aun cuando de diferentes carreras, nos ha alcanzado para la vida. Sin duda nuestro paso por ella marcó nuestra vida de forma positiva. Sirva este pequeño escrito como homenaje propio a la UNAM, a los maestros, a los alumnos, mis hermanos de vida, pues la UNAM somos todos quienes hemos pasado por ella y hemos dado buenos resultados a nuestra sociedad, a nuestro país. Orgullosamente UNAM.