NIGROMANCIAS: De los nuevos movimientos asociales
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NIGROMANCIAS: De los nuevos movimientos asociales

 


JORGE T. PETO

Movimientos asociales, anomia y crisis de representación de las causas comunes. Si algo podemos compartir es el verbo en acción, en contra de nadie en favor de todos, vuelta a las causas de la sociedad para sembrar semillas de convivencia pacífica en un mundo adiestrado para la competencia; germinar amor en un mundo de odios cotidianos. Está es una línea de quien escribe, en el intento de comprender, si alguna hubiere, las causas de luchas, comportamientos y movilizaciones con las que se pretende reivindicar la posición de un sector de la sociedad. No vamos a etiquetar a nadie en aras de provocar una reacción positiva al debate racional y argumentativo de quienes se han llamado a sí mismos “luchadores sociales” “líderes sociales” “defensores sociales” y en cuya retórica encontramos siempre términos que contradicen sus acciones.

En efecto, teóricamente, la Sociología puntualiza que los movimientos sociales no son objetos o fenómenos constituidos, regulados por normas institucionalizadas y mantenidos por sanciones legales. De ahí su fuerza, pues sin ella la presión ejercida sobre el Poder constituido sería absorbido y cuestionado. Aun así, en su mayoría suelen terminar entre un corporativismo funcionalista o neo corporativismo como le llamara Schmitter y devienen en un uso metamorfoseado de su propio fin en aras de conseguir los fines proporcionalmente correspondientes respecto del Estado o el poder político.

Si hacemos un análisis conceptual de discurso que manejan, difícilmente encontraremos alguna de las categorías siguientes: clase, conciencia, historicidad, funcionalismo, respuestas, demandas, iniciativas, disociación, cohesión, terrorismo, desviaciones, desvirtuar, derecho, ética, solidaridad mecánica y orgánica, organización, producción, divulgación de conocimientos, aparatos ideológicos, información, exclusión, cohabitación,  otredad, entre tantas otras que conforman un léxico propio de los ya en extinción, movimientos sociales. Y es que, si bien no es necesario el uso de estas, si resulta absurdo que quienes encabezan las protestas contra el “status quo” año tras año, sólo se expresen en lenguaje político ordinario, lo cual los ubica, indubitablemente fuera del contexto social y dentro de un escenario político incluso partidista según sean los tiempos y el propio contexto.

De ahí que la credibilidad y la solidaridad que pudieran encontrar en el espacio donde se mueven, vaya cambiando de la empatía hacia el repudio mismo del que ellos partieron en su momento; el alejamiento de la interactividad con la sociedad y, el acercamiento al endurecimiento hasta el paroxismo es una de las características del agotamiento de la legitimidad de todo régimen sea del tipo sistémico que sea. Cuando los destinatarios de sus demandas duermen en la hamaca del “chambismo” y la sociedad padece los excesos de la represión y el cinismo irracional; cuando las libertades individuales y los derechos fundamentales son confiscados en aras de una presión mal dirigida; cuando el garante del derecho y el mesías justiciero hacen equipo; cuando la burla hacia la gente se vuelve un escenario común y las despedidas para “mostrar el músculo” desquicia, no a la autoridad sino a la ciudadanía entonces algo grave puede germinar.

Alan Touraine, quizá el más importante estudioso de los movimientos sociales  plantea las razones de su investigación con esta sentencia irreversible hasta ahora: “El interés concedido a los movimientos sociales más que a los partidos, el hecho mismo de hablar de movimientos más que de sindicatos y de asociaciones, está ligado a una desconfianza creciente con respecto a un tipo de acción política que, fundada al inicio en los movimientos socio populares, se ha convertido poco a poco en un instrumento y en un lenguaje al servicio del Estado. Debido a que el movimiento obrero y socialista ha tenido como resultado principal mundialmente la construcción de imperios totalitarios y a que los movimientos de liberación nacional han dado vida a dictaduras militares y a regímenes corruptos, muchos, sociólogos o no, sitúan la investigación más abajo que la acción política, más cerca de las corrientes de opinión, débiles u organizadas, para comprender la formación de nuevas demandas y de nuevos movimientos, de la misma manera en que la degradación del espíritu de 1789 en manos de una burguesía todavía voltairiana, pero ya explosiva, incitaba a mediados del siglo XIX (merced a los movimientos de las utopías) la formación del movimiento obrero”.

Y concluye con una interrogante adelantada para nuestra miseria política actual: “El estudio de los movimientos sociales se encuentra en el centro del análisis sociológico en la medida en que éste es una interrogación sobre nuestro devenir histórico. ¿No debe acaso esta interrogación ser más viva que nunca en el momento en que una oleada de nuevas tecnologías trastorna (y transforma) la producción y en que la distancia entre los aparatos políticos y la opinión pública, entre la ideología y las costumbres, se ha vuelto tan grande que la vida social parece desarticulada entre ayer, hoy y mañana?” al tiempo, en breve.

Parece pues que no tenemos conciencia histórica, ni cohesión social ni sabemos a ciencia cierta hacia dónde nos dirigimos social, política, económica y culturalmente, un futuro incierto…nos leemos la próxima, mientras tanto que haya paz.

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