Flagelo monetario
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Opinión

Flagelo monetario

 


Tras varios meses de un proceso inflacionario que afectó a los Estados Unidos desde finales de 1973, en agosto de 1974 el Presidente Gerald Ford presentó una iniciativa para combatir el alza de los precios mediante un pacto nacional de ahorro y control de gastos. Como buen republicano, Ford era receloso de los controles de precios que interferían con el libre mercado, por lo que apeló a la buena voluntad de sus conciudadanos para conducir una iniciativa que, a la postre, se revelaría como una fiasco propagandístico.

La campaña “Whip Inflation Now” –algo así como “azota a la inflación ahora”–, cuyo acrónimo WIN se imprimió en botones que los “patriotas” usaban en las solapas para inducir a otros al esfuerzo compartido, fue un rotundo fracaso. Esto se debió, en gran medida, a que la causa principal del proceso inflacionario se encontraba en un conflicto bélico lejano al territorio norteamericano: la guerra árabe israelí que provocó un marcado aumento de los precios del petróleo. El resto del fiasco se explica por el poco poder de persuasión que Ford tuvo al convocar a los norteamericanos a luchar contra lo que él mismo llamó “el enemigo público número uno” –algunos detractores usaron los botones del WIN en forma invertida para crear el anti-slogan NIM “No Inmediate Miracles” (“no hay milagros inmediatos”).

Imposible no reconocer los paralelismos entre esta desafortunada anécdota y la propuesta del Presidente López Obrador para combatir el fenómeno más apremiante de la actual coyuntura económica mundial. Con un promedio de variación nacional anual del 7.7% –9.05% para el caso de Oaxaca– y un incremento más acentuado en las zonas rurales que en los núcleos urbanos, el Presidente ha llamado a “una alianza para garantizar que la canasta básica de alimentos tenga un precio justo”.

A pesar del énfasis que el mandatario ha puesto en que no se trata de controles de precios, las posturas críticas no han tardado en denunciar la iniciativa como “un control de precios disfrazado” que derivará, según la apreciación de una de las compañías financieras más influyentes, en la creación de un “mercado negro”, similar al que operó en la Unión Soviética de Lenin –esto último no lo dicen los analistas de JP Morgan, pero el tono sombrío delata una dosis de fobia comunista que contamina su prospectiva.

Menos fatalistas, un grupo significativo de economistas ven la iniciativa de AMLO con condescendiente altivez, señalando que un pacto como el propuesto este miércoles, a pesar de haber contado en su presentación con representantes de las principales cámaras empresariales, no debe ser un remplazo para la más fundamental política monetaria; lo que en el caso mexicano suele significar seguir el ejemplo de la Reserva Federal, la cual, por cierto, al momento que se escribe esta línea, se encuentra reunida para decretar un inminente aumento de las tasas de interés, lo que no es nada alentador en un contexto de desaceleración económica.

Tal es la solución monetarista: “encarecer el dinero” (subir la tasa de interés) para contener los ímpetus de la demanda que presionan los precios al alza –mejor sería aumentar la oferta para “relajar” la otra hoja de la tijera inflacionaria; pero como es bien sabido, en la economía como en la vida es más fácil destruir que crear.

El problema con esta postura es que la inflación actual, al igual que en la década de 1970 en los Estados Unidos, no es producto de un impulso monetario desaforado sino de coyunturas sanitarias –ruptura de las cadenas de suministro– y geopolíticas –aumento de los precios globales de materias primas– que escapan al control de las autoridades nacionales. “Se deben atacar los orígenes de la inflación y no contener sus efectos”; tal es la crítica que muchos analistas hacen al proyecto presidencial ¿Pero cómo podría México influir en los precios del petróleo o restructurar las cadenas de valor justo cuando Estados Unidos y Europa se preparan para operar un embargo que seguramente encarecerá aún más el crudo?

La historia del WIN parece dar la razón a quienes dudan de la efectividad de una alianza como la propuesta por AMLO. Pero si bien puede ser una medida insuficiente, un poco más de historia nos prevendrá contra un exceso de confianza en los instrumentos monetarios: a cinco años del fracaso del WIN, un nuevo Presidente de la Reserva Federal llevó al límite la teoría monetaria orquestando un aumento sin precedentes de la tasa de interés hasta niveles superiores al 20%. En efecto, Paul Volcker detuvo la inflación, pero lo hizo al precio de ahorcar no solo a la economía norteamericana, sino que sus efectos se expandieron hasta causar la crisis mexicana de la deuda de principios de los 80s.

Tal es la situación en la que nos encontramos: una vereda sinuosa que se abre entre la intrascendencia y el exceso de “efectividad monetaria”. Procuremos, pues, que el azote de la inflación no se convierta en un auto-flagelo.

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