La hoguera de la UABJO
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Opinión

La hoguera de la UABJO

 


La UABJO, hay que decirlo sin reparos, está sumida en un pantano de intereses que poco o nada tienen que ver con su misión pedagógica: un juego de fuerzas entre grupos de presión, sindicatos y camarillas cuasi-políticas, que han encontrado en la otrora formadora de valores humanos un modus vivendi en el que se reparten prebendas y privilegios sin el más mínimo criterio educativo.

La corrupción ronda sus aulas. El intercambio crítico de ideas ha sido desplazado por el tráfico cínico de influencias. Venta de plazas, burocracias infladas, ausentismo recurrente, pugnas partidarias… en fin, degradación de la educación en pro de los intereses pecuniarios de quienes controlan un botín que se sostiene sobre la deuda pública y la insolubilidad financiera. El cinismo del conjunto, que raya lo criminal, deriva en lo patético de los casos particulares: pequeñas facultades cuyas matrículas apenas rozan la centena de estudiantes se fragmentan en medio de la lucha por un poder que sorprende por su insignificancia.

En un libro notable, Wendy Brown se refirió al problema de la universidad en los tiempos del neoliberalismo: el desplazamiento de los valores humanitarios por los precios del mercado lleva a que se abandone la formación de una ciudadanía crítica a favor de un capital humano funcional. El resultado: un Pueblo sin atributos (2017) en el que la apatía y el clientelismo se imponen por sobre la participación y la democracia.

A pesar de lo grave de la situación descrita por la profesora Brown, me temo que la UABJO ni siquiera se presta a una crítica de este talante, ya que la de por sí criticable reducción del humano a capital no encuentra resonancia en sus aulas, en las que una pedagogía de la humillación y el abandono se han impuesto, con sus muy honradas excepciones, haciendo que sus egresados apenas aspiren a un trabajo (no tan) decente en un mercado laboral saturado.

La autonomía, fundamento de una educación crítica y democrática, es tomada como excusa para eludir la responsabilidad de la Universidad ante una sociedad que le reclama que cumpla su “sagrada” tarea con la juventud y la sociedad toda.

¿De dónde puede venir un cambio cuando se excluye cualquier intervención externa y los poderes fácticos dentro de la institución se han enfrascado en una rebatinga gatopardesca que sólo pretende cambiar el poder de manos sin alterar los modos de ejercer la parcialidad y la violencia? De los estudiantes, difícilmente. Reflejo de la degradación de la Universidad, la mayoría de los jóvenes que pueblan sus pasillos han sido reducidos al miedo y la apatía de un proceso de (dudosa) certificación que lejos de ser la fiesta gozosa que alcanzó sus cumbres revolucionarias en la década de los 60s, se parece cada vez más a un matadero. Quien haya caminado por los jardines de la Universidad –abandonados hoy tras dos años de pandemia que se han prolongado indebidamente–, podrá constatar que es más fácil encontrar botellas vacías de cerveza que un libro abierto.

Pequeños destellos de amor por el conocimiento se dejan ver aquí y allá en la labor poco apreciada y mal pagada de docentes que desde sus trincheras organizan un seminario, preparan un libro, encuentran las formas para inspirar a un estudiantado apático –también entre los estudiantes, hay que admitirlo, solitarios faros de esperanza anuncian un puerto prometedor pero distante, una isla llamada utopía–. Pero se trata de actos atomizados, partículas de luz que se opacan en el humo de la hoguera de intereses que mantienen a la Universidad en un estado de estancamiento y franco atraso.

Es pues casi inverosímil, una broma de mal gusto, que en una universidad en la que ningún profesor sensato que haya dedicado más de 10 años a su formación académica buscaría un espacio, aquella se dé el lujo de rechazarlo con argumentos que van desde el mero embrollo burocrático hasta la más cínica lucha de intereses sindicales. No me extiendo más sobre mi experiencia personal ya que se trata apenas de un grano de arena en un desierto de infamias, más sirva de ejemplo a quienes ingenuamente creen que la buena voluntad tiene las puertas abiertas en una institución regida por las influencias.

Más preocupante es el “golpe de estado” que en fechas recientes se intentó dar en la Universidad, un acto hueco e igual de criticable que la pretensión de petrificarse en el poder de quienes en la actualidad lo detentan. Ninguna reforma académica, ningún programa de desarrollo humano, ningún pacto de superación se vislumbra entre quienes con vehemencia se declaran defensores de la Universidad, cuando lo único que defienden son sus bolsillos. Mientras tanto, los auténticos universitarios, profesores y alumnos que luchan contra una dinámica que amenaza con desaparecerlos, persisten en la resistencia de quienes han aceptado que educar y educarse en la UABJO es un auténtico acto de amor por el conocimiento, un sacrificio sin redención.

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