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En un famoso ensayo de 1958, el historiador Isaiah Berlin analizó las diferencias entre Dos Conceptos de la Libertad –tal es el título de la obra en cuestión– que se contraponen en nuestro imaginario colectivo. La primera, relacionada con eso a lo que los teóricos de la política suelen referirse cuando hablan de libertad, es de tipo negativo: la ausencia de coacción externa sobre el individuo, generalmente en relación a un gobierno o un tirano. La segunda, la libertad positiva, se refiere a la capacidad de cualquier individuo de ser dueño de su voluntad, de controlar y determinar sus propias acciones, y su destino.

La diferencia entre una y otra, sutil a primera vista, se manifiesta en la forma de una de las múltiples paradojas que rodean a la libertad humana: incluso en ausencia de coacción (libertad negativa) es posible que un individuo entregue su destino en las manos de un legislador externo (“servidumbre voluntaria”, le llamó Étienne de la Boétie en 1574).

No es mi intención en estas breves líneas ahondar en estas reflexiones filosóficas que en su estado original refieren a la libertad de los individuos, sino extrapolar su esencia a un problema que hoy trastoca a la economía mundial en su conjunto. En efecto, dejando de lado las denuncias recurrentes que pesan sobre la contaminación, el comercio desigual y la depleción de los recursos, la globalización de la economía, el aumento de las relaciones comerciales y la intensificación de las conexiones digitales –globalización designa hoy en día la capacidad del dinero para dar la vuelta al mundo con un “click”–, vuelve a los países “beneficiarios” del comercio sujetos vulnerables ante situaciones que se escapan de sus manos.

Concretamente, en los días pasados se ha hecho patente la vulnerabilidad de la economía mexicana –de todas las economías del mundo en realidad– a eventos que tienen lugar a miles de kilómetros de distancia, y no sólo en Kiev, sino también en Nueva York, la City de Londres o Chicago; puntos neurálgicos de las finanzas internacionales donde se decide el precio de los  “commodities” (materias primas) por especuladores que no necesitan, por extraño que parezca, poseer los bienes sobre los que apuestan. La (supuesta) ausencia de coacción que caracteriza a la economía liberal de nuestros tiempos, la libertad negativa de la economía global, se paga al precio de una mayor dependencia a las impersonales “fuerzas del mercado” o, en otras palabras, una menor libertad positiva para determinar nuestro curso como nación.

De aquí que la palabra autonomía, estigmatizada por décadas de dogmatismo académico favorable a la integración de los mercados mundiales, cobre en nuestros días un nuevo atractivo. La posibilidad de aislar uno de los pilares de la actividad económica, los combustibles, de los vaivenes de un mercado histérico y un mundo caótico, ha dejado de ser un mero ideal romántico para convertirse en tema con pleno derecho al debate fundamentado. La autosuficiencia energética no debería ser desechada de antemano, al menos no por argumentos ideológicos que con base en axiomas dudosos asumen, a priori, la eficiencia del mercado.

Aclaro que no es mi intención hacer apología de uno de los proyectos insignia de la 4T, la Refinería Dos Bocas, cuyos costos y manejos deben estar bajo la más estricta lupa de eficiencia y transparencia. Pero es un hecho ineludible, una paradoja insoportable más bien, que siendo un país productor de petróleo, México importe cerca del 80% del combustible que consumimos, anulando así toda ventaja de nuestras exportaciones con la importación no sólo de productos energéticos, sino de la inflación extranjera que se cuela entre sus precios desbordados, orillando al gobierno a elegir entre un oneroso subsidio o permitir más inflación –lo que tendría un alto costo político.

Por cierto, otra manifestación de la pérdida de autonomía que tendrá lugar en los próximos días, es la respuesta que el Banco de México tendrá que dar a la muy probable alza de la tasa de interés de los Estados Unidos para frenar su inflación, una mala noticia para una de por sí escueta recuperación económica, ya que lejos de tener una política monetaria soberana, la de México es una política de seguir al vecino.

Tales son algunas paradojas de la libertad extrapolada al “libre mercado” mundial. Pero la realidad es que, al final, la única libertad que merece ese nombre es la de las personas, individuos y comunidades, que para tener su destino en sus manos, deberán desatar todavía muchas correas, y la del petróleo es apenas la más superficial. El camino de la servidumbre, dijo Friedrich von Hayek, está plagado de buenas intenciones. Puede ser. Pero el camino de la libertad está plagado de trampas, muchas ideológicas y retóricas, que terminan por encadenar la autonomía en nombre de un fantasma liberal.

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