Economía de Diván
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Opinión

Economía de Diván

 


Hace unos días, la charla con un colega economista derivó en la acusación por su parte de que como economista debería yo tomar más en serio los datos macroeconómicos. El reclamo surgió de mi postura escéptica ante las previsiones de crecimiento emitida en fechas recientes por “líderes” del sector empresarial que expresan su preocupación ante la lenta recuperación del país que los llevó a ajustar sus pronósticos a la baja de un 2.7 a un 2% para el año en curso.

Mi respuesta, que sintetizo en estos breves párrafos, fue que precisamente porque me tomo en serio la economía intento no dar más importancia de la debida a cifras que, en principio, reflejan menos una realidad objetiva que una determinación subjetiva y, peor aún, casi neurótica.

En contra de las pretensiones cientificistas de muchos de mis colegas que parecen confundir la ciencia con las matemáticas según un modelo vigente en el siglo XIX, soy de la opinión de que en muchos sentidos la economía se parece más a la psicología que a la física. Cito algunos de los titulares que encuentro hoy en los periódicos más conocidos de los circuitos económicos: “la reforma energética asustará inversiones”, “repliegue de tropas genera calma en los mercados”, “riesgo país se incrementa en 2022”, “preocupa que el producto interno bruto no crezca”, etc.

No hace falta ser un experto para darse cuenta que los sustos, la calma, el riego y la preocupación son conceptos más comunes a la psicología que a las llamadas ciencias duras, en donde la estabilidad de los fenómenos estudiados (la monótona salida del sol cada mañana en el oriente, por ejemplo) no admite este tipo de inconsistencias neuróticas.

De aquí que, aunque según un gran número de economistas, el criterio de validez de nuestra ciencia se encuentra en la predicción, yo soy de la opinión de que nuestro pasado registro de malas predicciones, así como sus constantes e interminables ajustes, desacreditan tales pretensiones. Baste con repasar el registro reciente de predicciones para el crecimiento del producto, que apenas hace un poco más de un año, antes de iniciar la vacunación, se ubicaba por debajo de los dos puntos. Subió luego gracias al aparente repliegue de la pandemia hasta 4 o más puntos porcentuales, predicción que fue seguida casi inmediatamente por una nueva contracción a menos del 3% debido a un organismo microscópico llamado Omicron y el recrudecimiento de algunas medidas sanitarias. En el más reciente acto de esta carrera de ajustes y preocupaciones, de nuevo se ha ajustado a la baja una prospectiva que revela el nerviosismo del sector empresarial, de su parte alta al menos, ante un proyecto político que, con razón, les incomoda.

Mi consejo para los interesados en las dinámicas de la economía, es fiarse menos de los supuestos “datos duros” y atender más a los miedos y filias de quienes detentan el poder, tanto económico como político, cuidándonos siempre de guardar reservas ante los titulares catastróficos o excesivamente optimistas. La duda y el escepticismo son necesarios para la independencia de criterio. La verdadera actitud científica encara al mundo evadiendo los intereses utilitarios que empañan el conocimiento. El filósofo inglés Bertrand Russell postuló la necesidad de un diseño educativo que enseñe en las primarias a leer los periódicos con escepticismo. El método consiste en estudiar un evento –la derrota de Napoleón– a través de informes que contradigan lo que en realidad sucedió –los informes triunfales del Moniteur– inmunizando así al estudiante contra la propaganda y los sofismas. Por similar motivo el historiador francés Pierre Vilar declaró que la primera lección de la historia debe ser enseñarnos a leer un periódico.

La precaución contra la falsedad, sobre todo aquella que se sustenta sobre “mentiras estadísticas”, es una actitud sensata en este tiempo en el que los conflictos de interés empañan la difusión de la información, despertando miedos y esperanzas injustificadas entre los ciudadanos. El problema es que precisamente esa histeria tiene la capacidad de alterar, para bien o para mal, el curso de una economía. Canalizar el consenso y el disentimiento, en pleno respeto de la verdad, es un reto que estamos lejos de alcanzar como país. La agudización del terco conflicto que el Presidente se empeña en mantener con periodistas de toda corriente es un síntoma de esta enfermedad nacional, en la que las fuerzas impersonales de la economía se confunden con el diagnóstico de un paranoico. Economía no de laboratorio, sino de diván.

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