Sororidad y cultura de la denuncia:
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Opinión

Sororidad y cultura de la denuncia:

 


Hace algunos días fue noticia el cómo la alcaldesa de San Agustín de las Juntas, Oaxaca, fue agredida verbalmente por un líder de taxistas; entre los diversos gritos e insultos que le lanzó, destacó uno: “allá dentro serás autoridad, pero aquí en la calle no eres nada”. Las reacciones no se hicieron esperar ante un problema que en realidad es viejo: la violencia contra las mujeres está tan arraigada y normalizada que se suscita en todo ámbito, incluido el público.

El movimiento que millones de mujeres en el mundo hemos impulsado ha logrado poner en la agenda pública los efectos tan negativos de la violencia en todas sus formas, incluyendo en la democracia paritaria, donde la sororidad se alza como una herramienta clave para continuar avanzando hacia la igualdad.

Es urgente seguir visibilizando violencia política, erradicar su práctica para que el pleno ejercicio de los derechos políticos de las mujeres, en igualdad de condiciones, sea lo normal; y sea la sociedad quien tome un papel activo en ello, desde su desnaturalización, en la denuncia y el acceso a la justicia para las víctimas.

Coincido con la feminista española Rosa Cobo cuando señala que la violencia es el primer mecanismo para restaurar el orden patriarcal, que se erige sobre la exclusión de las mujeres de la esfera pública. Hemos visto esta violencia en tantas formas, casi siempre tan sutiles y no por ello menos impactantes, como daños psicológicos, y hasta casos extremos como el feminicidio.

El poderoso impacto de las redes sociales nos ha dado cuenta de casos todos lamentables y contra mujeres en todos los cargos, en zonas urbanas, en comunidades alejadas y de origen indígena, que quizá antes no serían conocidos. Aunque también han sido usadas esas mismas redes para violentar, denostando, exhibiendo, humillando con el beneficio del anonimato aparente.

Personas de la academia y de las organizaciones sociales han destinado importantes esfuerzos para hacer visible ese “rompimiento del silencio”, apelando a la sororidad, a la denuncia pública, a la formación de una conciencia de género. Digno ejemplo es el de ONU Mujeres con su publicación “Nueve historias de violencia hacia las mujeres en la política en América Latina” que relata el detrimento de la democracia paritaria, de la obstaculización del desarrollo de pueblos y naciones, no sólo de las mujeres directamente atacadas.

En México la reforma electoral concretada en abril de 2020, fue posible tras 40 iniciativas presentadas al Congreso de la Unión entre 2012 y 2020 y representa un nuevo modelo de acceso a la justicia, porque de acuerdo a especialistas en la materia, tutela los principios de igualdad, no discriminación, no violencia, debida diligencia; detiene la continuación de la conducta, repara los derechos de las víctimas, sanciona a persona infractora, faculta a las autoridades y las dota de herramientas jurídicas para adoptar medidas de protección inmediatas.      

Sea este un llamado a conocer y reflexionar sobre los alcances de la sororidad, esta hermandad entre mujeres sin ser necesariamente amigas, que implica asumir una conciencia de género ante la violencia política hacia mujeres en razón de género que, dicho sea de paso, erradicarla nos conviene y beneficia a todas y todos.