El “Glamuroso” infierno
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Opinión

El “Glamuroso” infierno

 


Alarde de los programas de espectáculos, censuran el llanto de las víctimas de la pedofilia, explotación sexual y matanzas de la delincuencia organizada.

En las últimas semanas, personalidades reconocidas que se desenvuelven en diversos ámbitos sociales se han visto envueltas en el ojo del huracán y es que gracias a la pluma fina pero muy filosa de la periodista, Anabel Hernández, los reflectores se volcaron hacia sus figuras.

Sin embargo, dicho acontecimiento lamentablemente se ha reducido a una especie de “chismorreo” en aquellos programas que están precisamente dedicados durante una hora a analizar “santo y seña” de los artistas. Por lo tanto, se han pasado inadvertidos algunos aspectos tan importantes que han aportado en gran manera al título de tan polémica pieza literaria.  

Anabel Hernández puntualiza que dichas señoritas no solamente sabían a la perfección del “trabajo” que sus “amados” desempeñaban, sino que también disfrutaban las exorbitantes sumar de dinero que recibían y los regalos cuyo lujo es la principal característica.

No obstante, es injusto que nos olvidemos del caso de Emma Coronel, esposa de uno de  los personajes más investigados y emblemáticos de la delincuencia organizada, Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, con quien contrajo nupcias a los 18 años de edad y Coronel, no tuvo la oportunidad de disfrutar las mieles de un amor común y corriente; conoció a su marido en la fiesta de 15 años con citas de la forma más atípica, escoltada por hombres cuyas pupilas dieron testimonio de un millar de despiadados asesinatos.

Por supuesto que es más fácil y cómodo digerir dicha información cuando es narrada de forma “glamurosa” por medio de una serie de televisión en la que estos criminales pasan de ser unas personas temidas a héroes de la historia, o inspiración de alguna canción que es utilizada para “amenizar” alguna que otra fiesta, o de 30 minutos de conversación en un programa dedicado a abordar temas de la farándula. 

Desde luego que es más sencillo ignorar los millones de casos de pedofilia que dichos hombres han cometido y destrozado la vida a muchas niñas en este país; también, como señala la periodista Anabel Hernández, el caso de las víctimas que formaban parte del entretenimiento, cuando estos delincuentes se encontraban de “receso” en las cárceles.

El libro “Emma Coronel y las otras señoras del narco” explica que las mujeres en prisión se negaban a ofrecer servicios sexuales a los “barones del narco” eran violadas por otros reos como castigo. Y ni hablar de aquellas mujeres desaparecidas cuya vida terminó arrumbada en una carpeta de investigación sin rostro ni rumbo.

 

Y es que dicho libro reafirma una vez más el valor de “las flores más delicadas” (como comúnmente y de una forma muy “romántica se nos llama a las mujeres”) para nuestro país, en el que aún se siguen comercializando a mujeres.

Emma Coronel era una joven que estudió Ciencias de la Comunicación y soñaba con ser periodista. Sin embargo, fue víctima más de la “normalización” de esa estructura sobre la que se finca la delincuencia organizada.

Los padres de Coronel, por supuesto que no iban a preguntar cuáles eran las intenciones de ese “señor” de ya avanzada edad que mostraba interés por la hija. Ciertamente sabían el origen del “éxito” de Loera. Y es que en las regiones donde domina el crimen organizado, el ser narco es tan solo un “oficio” que, desde el criterio social, es equiparable a la ocupación de un “bolero” o “taquero”; estas son algunas de las justificaciones que pueden “disculpar” a esta familia disfuncional, inmersa en la violencia doméstica y estrechez económica que padeció Emma Coronel.

Sí, me atrevo a considerar dichos calificativos, porque es el lado oscuro de la aquellas familias mexicanas de las cuales Andrés Manuel López Obrador no se atreve hablar en alguna conferencia mañanera, olvidando que está al frente de una población en donde los niños ya no aspiran a ser bomberos, astronautas, ni doctores, porque con una mano están sosteniendo un biberón y en la otra un cuerno de chivo. 

Por supuesto que el presidente prefiere no aceptar que hay niñas para quienes ya no es esperanzador cruzar la frontera hacia Estados Unidos con la finalidad de alcanzar mejores oportunidades, y puedan estudiar en universidades prestigiosas; sino por el contrario, es más reconfortante ver a su hija rumbo al altar con un hombre cuyos ingresos sean producto del dinero “mal habido”, sin importar que las mujeres sean maltratadas o se tengan las manos manchadas de sangre.

Si la familia de Emma Coronel hubiera surgido del ideal de familia mexicana, quizá ella hubiera ejercido la carrera que estudió y escrito un par de joyas para un archivo periodístico, al lado de Anabel Hernández. Probablemente hubiera bailado sus quince años con algún joven de su edad y disfrutado la adolescencia con los arrebatos que implica esa etapa, y no estaría hoy enfrentando al martillo de la justicia de Estados Unidos pidiendo perdón por los miles de delitos que su esposo, “El Chapo” Guzmán, ha cometido durante años, incluso ante de que ella naciera.

Antes de detenernos en el tema central de los estragos sociales que deja en la sociedad el crimen organizado, preferimos consumir ese periodismo tan arcaico del espectáculo, el cual ignora las profundas heridas, con vidas de mujeres destruidas, infancias arruinadas y niñas violentadas.