De vuelta a la plaza pública
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Opinión

De vuelta a la plaza pública

 


Por Ernesto Hernández Norzagaray

El Zócalo de la Ciudad de México, como en los buenos tiempos del AMLO opositor, estaba lleno y en el escenario estaba exultante el Presidente, acompañado de su esposa y de los principales miembros de su gabinete…además, de Claudia Sheinbaum, la Jefa de Gobierno de la capital del país, que está siendo promovida para que sea la próxima candidata de su partido-movimiento a la Presidencia de la República.
La plancha de piedra sostenía al morenismo que había llegado desde diversos puntos de la capital y el país para escuchar a su líder que hablaría, no solo de los logros de los tres primeros años de su Gobierno, sino de los anclajes ideológicos, que espera dejar y que deberá enarbolar quien resulte candidato de su movimiento —claro, los menos, estaban ahí, solo para disfrutar del paisaje musical que estuvo pensado en clave simbólica por la selección regional que alimentaba la atmosfera nacionalista.
El 1 de diciembre no era cualquier día más del calendario y es que se trataba de hacer el balance de su Gobierno en positivo, sin soslayar aquello que es la gran deuda para la siguiente fase de Gobierno o mejor, los déficits de esta administración, que estará cuesta arriba por la complejidad y porque que técnicamente le quedan no tres, sino dos años, a este Gobierno, de acuerdo con nuestras tradiciones políticas, ya que el último, será en clave de las necesidades del futuro candidato o candidata del oficialismo.
Quizá, por ello, son importantes los mensajes políticos que dio en el zócalo, y que distintos analistas los han destacado, el primero, la autodefinición de su Gobierno, como uno de valores, que tiene en el centro la máxima de “Primero los pobres”.
Que, más allá de un recurso propagandístico e identitario, habrá que verlo en términos de efectividad de políticas públicas ya que al menos en los dos primeros años de su gestión de acuerdo con las investigaciones del Inegi, entre 2019-2020 6.2 millones de clasemedieros descendieron a la clase baja.
Entonces, más allá de que ese resultado empobrecedor, y que se le pueda achacar a la pandemia global de 2020, lo cierto, es que la política pública tiene que ver con que los programas sociales, no han sido lo más eficiente, porque atiende la necesidad de los sectores más vulnerables, pero, no, la crisis empresarial y laboral que provocó la pandemia sin respuesta del Gobierno para no contratar deuda.
Y ya se sabe, en materia de empleo, cada puesto que se pierde, difícilmente se recupera por dos procesos que están ligados, aquellos de las grandes empresas frecuentemente son sustituidos por tecnología y la sobrecarga laboral de los trabajadores que permanecen y en el caso, de las medianas y pequeñas empresas sobrevivientes, harán lo propio, cerrando, reduciendo personal, optimizando el recurso económico escaso.
O sea, muchos de los gobernantes, que estaban aplaudiendo en el zócalo asentían porque era un momento estelar del Presidente López Obrador, y aunque los programas sociales son constitucionales, saben que es un buen slogan, pero insuficiente, desde el punto de vista social, y lo que se necesita, es generar empleos mejor remunerados.
Lo que empata con el tema recurrente de la polarización política que lleva a la desconfianza de los inversionistas por la falta de certidumbre y es donde cobra sentido, otro de los mensajes políticos del Presidente, que es la crítica a quienes recomiendan que hay que alejarse de ese lenguaje y girar hacia el centro político para renovar los canales de confianza con los dueños del capital.
Es decir, la historia podría repetirse, recordemos, al expresidente López Portillo, que, en el ocaso de su Gobierno, rompió lanzas contra el capital y estatizó la banca, lo que provocó una gran fuga de capitales que llevaron a una devaluación mayúscula y definió el horizonte de las reformas estructurales neoliberales.
Quizá, por eso, el discurso del Presidente en el último año denota cierta preocupación sobre quien podría continuar su legado, hasta ahora es Claudia Sheinbaum -que, dicho de paso, al final del discurso, fue vitoreada por un sector de la multitud- quien hace esfuerzos mayúsculos para estar en sintonía con la imagen, el discurso, los gestos y simpatía del Presidente.
Pero Claudia Sheinbaum es otra historia política, nada que ver con la de López Obrador, construida a ras de tierra y en la plaza pública, Claudia está más cerca de una política de izquierda menos estridente y más moderna por su perfil científico, pero, está jugando a la sintonía, a las sinergias colectivas y trabajando, para llegar al final, que está visto, no determinara Morena, sino, el dedo del Presidente. Es decir, en el mejor estilo del viejo presidencialismo mexicano.
López Obrador llega a la mitad de su Gobierno, con la segunda mejor calificación entre los presidentes de la transición democrática de acuerdo con el poll of polls de la empresa Oraculus con el 65 por ciento de aprobación y solo 33 por ciento de la población que lo desaprueba –el primero, es Ernesto Zedillo, que a la mitad de su mandato era aprobado por el 67 por ciento de la población–.