Los árboles mueren de pie
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Opinión

Los árboles mueren de pie

 


Dentro de los aguaceros y vendavales que hemos tenido que soportar en nuestra ciudad, lamentamos fundamentalmente la caída de árboles centenarios.

En cuanto a edad, no hay duda que el árbol Sabino de Santa María del Tule es el de mayor antigüedad, poco más de dos mil años.

Es conocido por todos, las tribulaciones que ha experimentado el querido gigante vegetal, al grado que para conservarlo vivo se ha recurrido incluso a sistemas de bombeo.

La semana anterior, cayó otro gigante; un árbol de higo, que la tradición señala que fue plantado por don Guadalupe Victoria, por allá del año de 1812, seguramente durante la ocupación del Ejército Insurgente comandado por don José María Morelos, después de la Toma de Oaxaca en aquel año.

Ese árbol se encontraba en la Calzada de la República, y a causa del viento, o como decía Octavio Paz, “el aire que andaba de vacaciones”, cayó y lo lloramos.

Quienes transitamos por esa calzada, lo echaremos de menos igual que al árbol que dio nombre a un hotel en la Calzada Madero, y a los que cayeron en el jardín central, en el Zócalo pues.

Según los medios, están en riesgo otros árboles centenarios y es necesario que las autoridades competentes tomen medidas para protegerlos de las tormentas que se avecina en este año y en los siguientes.

Así mismo tenemos la obligación de seguir plantando árboles, tanto en la vía pública como en nuestras casas quienes tengan espacio; al efecto en casa estamos plantando ya un árbol de higo en la huerta, en memoria del viejo caído.

Hacerlo, plantar árboles, es una medida para ayudar al mejoramiento del medio ambiente, combatir la contaminación, amén de embellecer el entorno.

Por lo que a mí toca, puedo señalar que ordené sembrar decenas de ellos en las calles y avenidas de nuestra ciudad capital, y personalmente planté algunos en el Llano, y recuerdo con afecto y nostalgia, algunos que planté en compañía del señor gobernador de otros años, don Fernando Gómez Sandoval, que se encuentran inhiestos y vigorosos, al igual que los laureles de la India en el Periférico.

El higo que se derrumbó, no tuvo la oportunidad de morir de pie.  

Yo también soy Pueblo.

Por allí nos encontraremos.