El proceso descivilizatorio y los derechos humanos
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Opinión

El proceso descivilizatorio y los derechos humanos

 


Por Víctor Manuel Aguilar Gutiérrez

En la filosofía tomista, “El bien común es el fin de cada una de las personas que existen en la comunidad”. Así, su unión es una unión de orden; por lo que el bien común es una ordenación de los bienes particulares.
En este sentido entendemos la formación de grupos sociales primarios, como la familia, a partir de los cuales se forman estructuras sociales mayores, como el Estado, que aparecen como una realidad dinámica buscando un fin determinado. El orden social encuentra su principio de ordenación en el fin social, que es el bien común.
“Por bien común, entendemos el conjunto de condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección”
El fin social de un grupo está determinado por la perfección de la persona, que es una forma de actividad o vida y el bien común, la perfección de la vida social.
El bien común presupone tres elementos esenciales: el respeto a la persona, el bienestar social y el desarrollo del grupo, y la paz.
En nombre del bien común se deben respetar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana; se debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, salud, trabajo, educación, etc. Esto significa la vigencia de un orden justo.
Estos elementos son básicos para un proceso civilizatorio de la sociedad. Lo anterior requiere del reconocimiento de un mínimo de derechos que resguarda a la dignidad de la persona; éstos son los llamados derechos humanos.
Los derechos humanos son todos los derechos que se adquieren de forma natural desde el nacimiento, por lo tanto, todas las personas en el mundo los tienen. Los derechos humanos tienen alcance internacional, por lo tanto son una instancia superior a los derechos consagrados en la constitución o leyes de un país.
Sin embargo, esos derechos humanos que se reconocieron para proteger universalmente al ser humano, con el tiempo y la contaminación ideológica, han hecho que se trastoquen y se utilicen criterios que van en contra del propio ser humano.
Existen intentos de derogar la Declaración de Derechos Humanos de la ONU original firmada en 1948, porque no satisface a intereses totalitarios o autoritarios. Pero ahora se da desde la sociedad civil, aprovechando las reformas jurídicas que han establecido la llamada “igualdad sustantiva”, y las innegables preferencias que en muchos lugares le han otorgado a grupos minoritarios específicos e ignorando a otros grupos minoritarios más amplios, con el pretexto de la no discriminación, la cual no se aplica de manera pareja, paradójicamente discriminando. La imposición ideológica busca utilizar los derechos humanos como un medio descivilizatorio. La manipulación de los significados solo genera confusión y dificultad para mirar el mundo objetivamente, contaminando la perspectiva de los derechos humanos a tal punto que incluso se mimetizan abusos como el aborto.
Lo curioso es que para promover estas agendas, que han llegado a la educación, se esgrimen supuestos derechos humanos que van más allá del reconocimiento, innegable, de la igualdad de todos los seres humanos. En realidad se está promoviendo, como en su momento lo hiciera el comunismo y el nazismo, una imposición ideológica que, implantaría un pensamiento único, recientemente configurado y sin fundamentos antropológicos, filosóficos o de cualquier otra naturaleza. Se trata de un acoso mediante el cual se pretende arrinconar a quienes no se plieguen a sus dictados.
Bajo esta lógica, ahora se pretende negar libertades como: de pensamiento, de expresión, o religiosa, para acallar a quienes de acuerdo a sus principios, sus concepciones antropológicas o el simple sentido común, no aceptan la institucionalización de acciones contra el orden natural de diversos aspectos de la persona humana.
De esta suerte, mediante el recurso a las denuncias penales o civiles, se pretende negar también el derecho a la libre educación y la libre asociación; imponiendo textos y prácticas ideologizantes, verdaderos “lavados de cerebro”, a los niños y niñas. También se pretende, mediante disposiciones legales diversas, cancelar la vigencia de las iglesias y organizaciones religiosas, pues sus principios son contrarios a lo que se pretende imponer ahora.
Estos criterios globales, marcan el inicio de un retorno a la barbarie y al salvajismo.
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