Órganos “autónomos”
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Opinión

Órganos “autónomos”

 


Los únicos que nunca ven la compra de votos y fraudes electorales que cada 3 años se da en el país y constituyen ya un elemento endémico de nuestra democracia, es el INE. Hemos presenciado escandalosos actos ilegales en materia electoral que nunca fueron vistos por el Instituto, a pesar de estar incluso probados. Aquí en Oaxaca todos sabemos en las colonias quien está recogiendo credenciales de elector y a cómo amaneció el voto.

La COFECE y el IFETEL duplican una enorme cantidad de funciones. Los monopolios están en su apogeo, intocables, no sólo en el ámbito de telecomunicaciones que es el más claro, sino en todos los ámbitos. La CNDH tarda de 2 a 10 años en emitir una recomendación que ni siquiera es vinculante. Cómo olvidar la ridícula recomendación por el caso Ayotzinapa en cuya elaboración, además, tardaron 4 años.
El INAI funciona, salvo cuando se trata de información trascedente que pueda poner en peligro la credibilidad del aparato estatal o el poder económico, entonces, no hay quien los obligue a hacer su trabajo. De la Fiscalía General y de las estatales, mejor ni hablar, todas dependientes de los titulares del poder ejecutivo y terriblemente ineficientes.

Se podría hacer una revisión medianamente exhaustiva para acreditar fehacientemente que cuando se trata de vulnerar los intereses del poder económico o político, los órganos autónomos no funcionan, son otra simulación institucionalizada que no tenemos que defender, porque caemos en la trampa de la simulación, es decir, el único objeto de simular que tenemos derechos es para que no nos atrevamos a exigir se hagan verdaderamente efectivos: si defendemos a un INE ineficiente porque idealmente es necesario, estamos defendiendo la perpetuación de su deficiencia real y material y no el ideal del árbitro eficiente que queremos.

Ahora, desaparecerlos NO es la solución. La única forma de garantizar determinados derechos es a través de un sistema de órganos verdaderamente autónomos. Se pueden reducir, regular, fusionar, reestructurar, etc., pero no podemos permitir su desaparición, porque desde cualquier punto de vista, aunque efectivamente no sirven y están al servicio del poder, sería un retroceso.
No podemos defender instituciones como el INE, que hasta asco dan, pero tampoco podemos consentir o ignorar su desaparición o que pierdan autonomía. Los ciudadanos estamos atrapados en este ejercicio binario maniqueo autoritario limitado que la democracia representativa nos impone. Y ese es el meollo del asunto: el origen de todos nuestros problemas es la ineficiente democracia representativa que hemos construido, una democracia viciada desde su origen.

¿Cuál es la raíz del problema con los órganos autónomos? Aparentemente el andamiaje legal e institucional sustancial que los conforma es bueno, mejorable, pero bueno, hay problemas de forma: los excesos, privilegios, volumen burocrático y duplicidad de funciones. Por lo que el problema está en las personas que ocupan los cargos, quienes responden a intereses de grupo, porque la dinámica democrática así lo exige.

El problema está entonces en la designación de los integrantes. Habría que sacarla de las facultades del Congreso y del Ejecutivo, ya que está probado que NO nos representan. Pero aquí no faltará quien opine que elegirlos bajo un mecanismo de democracia directa es una locura improbable por el costo, logística e incapacidad popular. Me parece que vale la pena intentarlo, es mucho más costoso tener órganos autónomos que no cumplen con su función o no tenerlos. Otra opción es la despolitización de los cargos y su estricta profesionalización a través de un servicio civil de carrera efectivo.

El origen de todo el problema con los órganos autónomos y en general de todos nuestros problemas en la vida, es la democracia representativa que nos falló, que no nos representa, que nunca nos ha representado. Si queremos crear instituciones fuertes, confiables y eficientes, tenemos que hacerlo nosotros mismo, los ciudadanos, sin partidos, a través de la participación y de la democracia directa.
Hoy más que nunca tenemos que defender nuestro lugar en el mundo más allá de como poseedores de una credencial de elector comercializable. Los discursos que ven esto como una gran complejidad insuperable son demagógicos y lo único que buscan es inhibir la participación directa del pueblo en la construcción de la democracia. No sólo es posible sino necesario y urgente.

La democracia representativa es una utopía.

Tenemos que reunirnos, organizarnos, informarnos, educarnos, discutir, debatir, decidir e incidir. Hay que recuperar las asambleas como órgano descentralizado de decisión.