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Pocas cosas emocionan a los economistas como los datos estadísticos y el anexo de tablas, gráficos, regresiones, proyecciones y demás artilugios matemáticos que los acompañan. Y el inicio de un año es una oportunidad inmejorable para explorar las posibilidades que el análisis estadístico, inevitablemente ligado a los ciclos del calendario, ofrece a los economistas. No podríamos, pues, empezar de otro modo este año que con una breve revisión de algunos de los datos económicos más relevantes que sin demora han inundado las portadas de los principales diarios y revistas.

Comencemos con los relativos al fatídico 2020. Las dos cifras que más llaman la atención de los analistas son la tasa de crecimiento del PIB y el nivel de empleo. Respecto al primero, se estima una reducción del 9% para México, cifra superior al 4% promedio estimado a nivel mundial. No menos preocupante son los cerca de 647 mil empleos que se perdieron a lo largo del año, lo que deja un lastre pesado para un gobierno cuya fe en la austeridad y el combate a la corrupción vivirán una dura prueba en los meses próximos. Otra cifra que llama la atención es el aumento relativo de la deuda pública que pasó de 44.5% a finales de 2019 a 53.5% del PIB a pesar de la negativa del ejecutivo a recurrir al endeudamiento para hacer frente a la pandemia. Sin embargo, hay que reconocer que este número se encuentra lejos del 130% proyectado para los Estados Unidos cuya deuda pública creció más de 20% en 2020. Pero la cifra a la que debemos prestar más atención es, a mi parecer, el aumento de entre 100 y 150 millones de personas que han entrado a la definición del Banco Mundial de quienes sobreviven con menos de 1.9 dólares al día, con lo que se rebasará el umbral de los 700 millones de personas en condiciones de pobreza extrema a nivel mundial, de los que alrededor de 30 millones son mexicanos.    

En el lado “positivo” del 2020, las remesas crecieron cerca de un 11% ubicándose alrededor de los 40 mil millones de dólares. No se puede decir lo mismo de la inversión extranjera que, más sensible a los humores de la pandemia, prácticamente desapareció, lo que es una prueba de que la solidaridad familiar sigue siendo un pilar más confiable para la economía mexicana que los “fugaces” capitales extranjeros. El sector bancario, por su parte, ha reportado una fuerte caída en sus ganancias del orden del 36%, con lo que la “sufriente” banca tendrá que conformarse con ganancias de tan solo 98 mil millones de pesos  para el mes de noviembre [sic]; lo que ya no sé si son buenas o malas noticias, o tan solo una cruda confirmación de la magnitud de la jerarquía económica vigente.

Pasando al año en ciernes, el desfile de proyecciones para el 2021 comenzó con la optimista, aunque insuficiente, estimación del Banco Mundial que prevé un crecimiento del 3.7% para la economía mexicana en 2021. Aunque positiva, la cifra dista de compensar las pérdidas acumuladas y no hay a la vista un programa de reactivación económica más allá de la austeridad y la esperanza, loable pero cada día más ingenua, de que será posible erradicar la corrupción del aparato estatal en menos de seis años y crear así una plataforma para un despegue económico. A veces hacen falta más que buenas intenciones sino se quiere pavimentar un camino al infierno.    

  El tema de la inversión estará en el centro de un debate en el que, por un lado, la postura progresista exigirá más gasto público aún si es a costa de un mayor endeudamiento. Por el otro, los partidarios del liberalismo pedirán una menor intromisión del gobierno en las actividades económicas, eso sí, con la garantía de que se crearan las condiciones propicias para la inversión privada, lo que no es sino una forma de usar al gobierno sin que parezca que se entromete en la economía. Situado en un limbo entre ambos extremos, o quizá en un plano aparte, no estoy seguro, la 4T parece obstinada en seguir la política adoptó desde un comienzo: quemar el campo para matar la mala yerba. Sólo la historia dirá quién tenía la razón. [Por cierto, con el año nuevo dio inició la fatídica temporada de propaganda política con sus ataques virulentos a diestra y siniestra, y las presunciones de superioridad técnica y moral proferidas por todos los partidos].

En fin, estos son sólo algunos de los tantos datos que a lo largo del año veremos fluctuar en todas direcciones a medida que las predicciones se actualicen y se ajusten a las siempre cambiantes circunstancias, dando pie al sempiterno ciclo de la predicción económica: crecimientos y caídas, halagos y críticas, negaciones y refutaciones, etc. Pero cualquier dato, habrá que recordarlo, es una entidad estéril que no guarda significado intrínseco. El bien y el mal son propiedades cualitativas, no cuantitativas, y no habitan en el número desnudo. Los números son lo que son y a nosotros nos toca decidir qué hacer con ellos. Y no nos sorprendamos si alguien decide simplemente ignorarlos.  

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