No somos su ofrenda
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Carpe Diem

No somos su ofrenda

 


Lo dijo firme, seguro y enfático: “Esto nos vino como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”, y para que no quedara duda, lo reforzó con ademanes que casi rayaron en lo obsceno. Se refería a la pandemia.

Lo hicieron los nazis en Alemania y los comunistas en la URSS, China o Camboya. Todo por el líder, todo por el movimiento. Lo dijo Fidel Castro: “Dentro de la revolución todo; contra la revolución, nada”.

Sobran los iluminados mesiánicos que, a lo largo de la historia han convertido a sus súbditos, esclavos, prisioneros o ciudadanos solo en medios para justificar un fin. Los despojaron de su condición humana, los convirtieron en objetos y los ofrendaron como holocausto en nombre de una utopía, un sueño o una locura.

Es necesario guardar distancias, este régimen todavía no llega a la dictadura, pero parece que no le disgustaría hacerlo. Esperemos que, para el presidente, no seamos solo objetos sacrificables. Pero no sabemos qué somos para quienes están a su lado, sobre todo por aquellos cuyo radicalismo es público y evidente.

En perspectiva vemos con nostalgia los lejanos tiempos mejores y con pesimismo los actuales. Vivimos con el temor de ser los próximos en las estadísticas de enfermos y muertos. Porque tal parece que eso somos para este régimen: solo una estadística.

En nombre de ideales y utopías se dejó a miles de madres trabajadoras sin la oportunidad de un servicio de guardería con cargo al Estado. Que busquen a los abuelos y que cuiden a los niños si quieren seguir trabajando. Y encima les quitan el seguro popular.

Y a los niños se les entregó en manos de la CNTE. Y de este grupo sindical poco bueno puede esperarse que no sea la manipulación ideológica de sus pequeñas cabezas.

En búsqueda de dinero para becar a ninis se despidió a miles de empleados de gobierno, sin importar los años de servicio. No les correspondió ni una liquidación, como suelen exigir a un empresario cuando hace lo mismo.

Se dejó de importar gasolina y se disfrazó como el combate al huachicol, un distractor por los errores cometidos. Los 137 calcinados de Tlahuelilpan y sus familias son el recordatorio permanente de la necedad.

Se han frenado las inversiones en energías renovables para no apropiarse del viento de las comunidades y del sol de los campesinos.

Se eliminaron becas a estudiantes de alto desempeño para universidades del extranjero, se calificó a la ciencia de neoliberal y se dedicaron a realizar ofrendas a la madre tierra.

Los niños con cáncer y sus familias están muriendo por falta de medicamentos que, en aras de limpiar una corrupción que no demuestran los llevó a vetar a los únicos laboratorios que la surtían o la importaban. No importa el dolor de cada niño, importa el movimiento y la cuarta transformación.

Privilegiando el uso del machete en lugar del bisturí se deshicieron de la Policía Federal y militarizaron la seguridad pública. La amputación de instituciones y oficinas públicas, programas, planes y apoyos para productores y campesinos está sembrando la semilla de nuevas olas migratorias hacia los Estados Unidos, para luego vanagloriarse de las remesas que envían como si eso fuera un triunfo del oficialismo.

Alcanzamos la meta catastrófica fijada por el propio Dr. Gatell. México ya tiene 60 mil muertes oficiales por Covid. Y los otros datos son un auténtico holocausto porque es probable que en este momento ya rebasemos los 180 mil.

Esas 180 mil personas son una historia cada una, una familia que se duele por la pérdida de su ser querido. Y lloran su muerte, pero también la situación económica en que quedan.

Y no fueron los gansitos o las papitas, fue la forma tan a la ligera en que se tomó este grave problema de salud pública. “Salgan, abrácense, no pasa nada” fue el llamado presidencial.

A la ligereza presidencial y su mundo de conspiraciones se le sumó la soberbia e ironía del personaje encargado de la pandemia. El Dr. Gatell, quien en lugar de asumir el papel científico que merece un asunto de este tipo lo abordó desde el punto de vista ideológico con las consecuencias que hoy vivimos.

¿Vale la pena ser ofrecido en sacrificio por este proyecto de transformación? El problema es que ni siquiera hay un proyecto más allá de los discursos llenos de lugares comunes.

Viene el hundimiento, lo denota el ataque a la libertad de expresión. Empezaron despidiendo columnistas críticos, conductores y locutores. Hoy se fue de forma cruda y seca: ni la televisión ni la radio ni la mayoría de los medios impresos informaron sobre el video del hermano presidencial recibiendo bolsas de efectivo.

Benditas redes sociales y, acaso, dos o tres periódicos.

Si de ofrecer un sacrificio por la patria se trata, que se sacrifique él y rectifique el camino.

Twitter @nestoryuri