El tremendo esfuerzo de trabajar con la niñez en casa
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Opinión

El tremendo esfuerzo de trabajar con la niñez en casa

 


Con el ciclo escolar 2020-2021 a punto de iniciar oficialmente, y con las condiciones que la pandemia aún nos exige, al menos durante unos meses, desafortunadamente las niñas y niños no podrán abrazarse y contarse qué hicieron durante las vacaciones, o esperar con asías que suene el timbre para salir a jugar en el recreo. Sabemos bien que no es igual el aprendizaje desde una pantalla y, aunque lo primero es la salud, algo vital se pierde y nada podemos hacer. Sin embargo, como sociedad también nos corresponde apoyar responsablemente a nuestras autoridades y buscar soluciones creativas ante este regreso a clases.

Las madres y los padres que tenemos la fortuna de poder trabajar desde casa hemos cumplido 5 meses tratando de encontrar las mejores estrategias para compaginar las videoconferencias de la vida laboral, con las necesidades de nuestras hijas e hijos. Y créanme, con clases o sin clases, no ha sido cosa fácil.

Para las madres ahora son tres o cuatro jornadas impuestas por el COVID: 1) Las tareas de cuidados habituales, es decir, ocuparse de que haya comida en la mesa y ropa limpia, cuidar a quienes enfermen, la faena en que se ha convertido ir a comprar víveres; 2) Atender a la niñez en vacaciones: actividades lúdicas, manualidades, entretenerles; ahora con las clases: uniformes, lunches, vigilar que presten atención a las clases, revisar tareas, resolver dudas, etc; 3) Desinfectar, limpiar y revisar que las demás personas en casa también hagan lo propio; y 4) Realizar los trabajos de la actividad económica, cuando la hay. Todo en un día, cada día. En una palabra: AGOTADOR.

Históricamente, el trabajo de cuidados no ha sido considerado dentro de la economía formal, si bien representa el 23% del PIB en México, según datos del INEGI en su Encuesta Intercensal en su Atlas de Género. En materia de cuidados, los hombres invierten 12.4 horas semanales mientras que las mujeres invertimos 28.8 horas. Es decir, ellas destinan 39.8% más de su tiempo a las labores de cuidados de otras personas. Y según la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo, las mujeres mexicanas realizan 29.8 horas de trabajo semanales en labores domésticas, frente a las 9.7 horas que destinan los hombres a estas actividades. Es decir, la carga para las mujeres es prácticamente el triple de la que tienen los hombres.

Así que no exageramos cuando afirmamos que las madres somos quienes resentimos más la llamada “escuela a distancia”, y que tarde o temprano esto termina impactando en el desempeño laboral. Necesitamos hacer visible, y encontrar soluciones al llamado síndrome de fatiga crónica, que consiste en un desgaste físico y mental que no logra repararse con el sueño, que incluso puede empeorar en el mediano largo plazo, y que, como pandemia, también se está volviendo altamente contagioso. Los síntomas mentales pasan por la irritabilidad y pueden llegar a la depresión y ansiedad, mientras que los físicos pueden aparecer como palpitaciones, visión borrosa, náuseas, vértigo, sequedad ocular y de boca, diarrea, tos o sudores nocturnos.

Pongamos atención a la sobre carga de trabajo en mujeres y busquemos soluciones al interior de las familias y a través de políticas públicas educativas y laborales con enfoque de género, porque no solo se trata de tomar medidas para una pandemia que puedan desatar otras. Una de las grandes oportunidades que produjo esta crisis es replantear las dinámicas familiares en igualdad, generar corresponsabilidad entre quienes integramos una familia, incluyendo a niñas y niños, y empezando por el ejemplo de madres y padres que comparten tareas domésticas equitativamente.