Don Marcelino tiene más de 80 años de edad, es pobre y no tiene otra opción que salir a la calle. Todos los días se echa un cajón de madera lleno de dulces al hombro para caminar durante horas para vender a quien se encuentra.

Sus pies recorren la ciudad que en este momento está vacía. Cada vez menos personas salen de sus casas para atender el aislamiento llamado por la contingencia sanitaria, opción inviable para Don Marcelino quien, si no sale no come ni él ni su esposa que lo espera en el hogar.
Esta pareja de ancianos vive en las faldas del Cerro del Fortín desde donde sale cada mañana para trabajar, aunque últimamente no vende nada.

A mediodía, un poco frustrado, un poco triste por no haber vendido nada, Don Marcelino descansa frente a una panadería en la calle de García Vigil, se sienta en una banca de concreto a ver las calles sin gente. Se acomoda el sombrero, se seca el sudor, recobra el aliento y sigue su andar.

Con un problema auditivo y una tos que le impide hablar mucho, este vendedor octogenario ahorró un poco de su dinero, compró su cajita y la llenó de dulces para vender para llevar sustento a su hogar.
En una vivienda humilde que anteriormente era una tienda lo espera su esposa. La mujer es doña Otilia, entrada en años conserva un carácter fuerte, ya no oye mucho pero con una sonrisa saluda quien la visita. la sonrisa se hace más grande cuando alcanza a escuchar que la foto de su esposo circuló por redes sociales y mucha gente se está organizando para llevarle una ayuda.

Así la vida de un matrimonio que solo es la muestra de un amplio sector poblacional de Oaxaca que no tiene la posibilidad de quedarse en casa y se ven obligados a salir a las calles a trabajar pues si no, la comida no llega a la mesa.