Crisol oaxaqueño: color, solemnidad y alegría
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Crisol oaxaqueño: color, solemnidad y alegría

La fiesta de los danzantes del Lunes de Cerro deslumbran en las calles de cantera verde


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Las calles se llenaron de los colores, la alegría, solemnidad y riqueza cultural para el deleite de visitantes y locales. La lluvia había pasado, pero horas antes arrastraba la sangre sobre el pavimento del centro histórico, al que llegarían los cientos de participantes del segundo desfile de delegaciones.

La mirada atónita, perpleja y de curiosidad, y las cámaras, orilló a los agentes de la Fiscalía a que se llevaran, incluso violando los protocolos, el cuerpo inerte del elemento que presuntamente se suicidó; o cayó, quién sabe por qué causa, de un tercer piso.

La lluvia había terminado y con ella parecía esfumarse la memoria de lo acontecido. Ahora tocaba el turno a la fiesta, al derroche de mezcal, curados y otras bebidas que se repartían en jícaras, vasos de carrizo y de plástico.

Las familias llegaban a la calzada, al crucero de Fonapas o al centro desde horas antes y aun empezado el desfile.

“¡Feliz Guelaguetza!” 

Trabajadoras de una pastelería regalaban panes y la gente se arremolinaba.

Era el momento del segundo desfile de delegaciones. Aquellas que subirán al auditorio para la octava del Lunes del Cerro. Y ahí representar sus rituales, danzas y bailes. Tal vez un fandango, un son, alguna chilena o un jarabe.

Por los aires comenzaban a volar los dulces y panes, los mangos, duraznos y chocolates.

Esta vez, el recorrido iniciado en la fuente de las Ocho Regiones concluiría en el zócalo y no había cambios de última hora por la posibilidad de encontrarse con la Sección 22 del magisterio, como sucedió la semana pasada.

Chirimiteros de todas las edades marcaban la pauta como en las festividades tradicionales de los pueblos, pero ahora en una ciudad que año con año, desde 1951, presenta el espectáculo de la Guelaguetza. 

Las Chinas Oaxaqueñas de Genoveva Medina ondeaban sus coloridas faldas con uno de sus brazos, mientras el otro sostenía varios kilos de una canasta repleta de flores. Las notas que las guiaban, a ellas y a los marmoteros y faroleros, eran las del “Jarabe del Valle”.

La chilena, un género venido de Chile y adaptado a las costas de Oaxaca se escuchó y zapateó con la delegación de San Pedro Pochutla.

¡Y llegaron los de Ejutla! 

De garrafas de vidrio, de botes de jícara u otro contenedor, los mezcales y curados se ofrecían al público que se acomodó al ras de piso, en sillas plegables llevadas por cuenta propia o de pie.

“¡Viva Huautla!” 

“¡Es San José Tenango!’

La multitud confundía a una de las delegaciones que pronto respondió. Tras las risas por el momento incómodo, venían las muestras de apoyo.

“¡Arriba la Cañada, pues!”

“¡Y arriba Pinotepa!”

La delegación de los paliacates, de las blusas de chaquiras y de los versos pícaros se hacía presente en un recorrido que siguió por la calzada Porfirio Díaz, la avenida Juárez, la calle de Abasolo y la de Macedonio Alcalá hasta llegar a la Plaza de la Constitución (zócalo). Aun incompleta porque una de sus integrantes se desvaneció minutos antes del desfile, las chilenas y zapateados no pudieron faltar.

 

“¡Viva la Guelaguetza!” “¡Viva!”

Las delegaciones, entre las que como un sábado previo iban mezcladas con funcionarios de gobierno, arrancaban los aplausos y ovaciones.

De la Costa al Istmo. Al ritmo de “Son calenda”, San Pedro Tapanatepec seguía en el recorrido.

La vilipendiada zona triqui, a la que autoridades y sociedad le recriminan por el plantón que un grupo de desplazados tuvo en la ciudad, era ovacionada a su paso junto como la delegación de Copala, junto a la cual iba un miembro de una organización social.

“¡Mira sus peinados! ¡Es su cabello natural!”

De calzón y cotón, los nombres de las prendas de los hombres, y de mandil y pozahuanco —las de las mujeres— llegaba la delegación de San Andrés Huaxpaltepec, pueblo mixteco de la Costa, con su fandango de cajón.

Cada tanto, funcionarias y funcionarios ataviados con la indumentaria tradicional de los pueblos originarios se colaban entre las delegaciones que, para ser parte de esta fiesta, fueron evaluadas por consejos interculturales.

Así pasaban Tlaxiaco o las bailarinas de San Juan Bautista Tuxtepec, que como en el sábado previo mantenían el luto por Kary León Gaytán y la maestra Paulina Solís Ocampo. La primera, integrante de la delegación y la segunda, la responsable de la coreografía que por 60 años ha sido una de las favoritas en los Lunes del Cerro.

Con latigazos o con campanas, los diablos de Zacatepec y Tecomaxtlahuaca se soltaron en este desfile que incluyó a Huajuapan, la Tierra del Sol; a Tlacolula de Matamoros, a Miahuatlán y a otras comunidades.

Cerca de la fuente de las Ocho Regiones, de donde partió el contingente, un pequeño ataviado como danzante de la Pluma se robaba la atención por varios momentos, incluso de los danzantes que como él mostraban la relación con un pasado de colonizadores y de resistencia.

Las chilenas y los sones del Istmo se escuchaban a cada momento del desfile que ya era esperado por una gran multitud en las calles del centro histórico. A escasas cuadras de donde horas antes la lluvia se teñía de rojo a caer sobre el pavimento. Pero que ahora, con la noche, la pirotecnia y la llovizna se volvía una fiesta.

 


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