Monarquías allá; anarquías acá
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Monarquías allá; anarquías acá

Tal vez lo que más debe destacarse de este suceso, de sus antecedentes y de sus secuelas, es el interés político y las relaciones internacionales.


El deceso de la reina Isabel II, soberana que fue, por 70 años, del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, ha atraído no sólo el interés histórico y la famosa serie “The Crown”. Tal vez lo que más debe destacarse de este suceso, de sus antecedentes y de sus secuelas, es el interés político y las relaciones internacionales.

Inglaterra es la nación dominante del Reino Unido. A base de guerras de conquista, sangrientas todas, se hizo de territorios aledaños como Escocia al norte, Gales al oeste y la isla donde hoy conviven la República de Irlanda e Irlanda del Norte. La Gran Bretaña es una isla en el Atlántico cuya grandeza y beligerancia se remonta a la época del Imperio Romano. Es una de las monarquías más antiguas en Europa y se consolidó como el imperio colonial más grande del mundo a partir de sus conquistas, gracias a su poderosa flota marítima que le propició el mote de “La reina de los mares”.

En Inglaterra dio inicio la “revolución industrial” y motivó que se exacerbara la diferencia de clases, la lucha entre ellas y esas definiciones que fueron utilizadas por los teóricos del socialismo, sea utópico o “científico” como dice el marxismo.

Hoy en día –como desde hace siglos—se critica y hasta se combate a los sistemas monárquicos, que no son todos como los muy conocidos de Europa. Ha una gran diversidad que incluye a las naciones árabes y del islam, tanco como las monarquías tribales del Pacífico Sur, y el extremo sudoriental del planeta. Japón, en oriente, es uno de los imperios más antiguos en esas latitudes. No falta que se señale a las familias reales y a sus dinastías, como clases ociosas que viven innecesariamente a costa del erario y del esfuerzo tributario de sus poblaciones.

El asunto no es tan simple. Baste ver a los siguientes países y naciones: Bélgica, Dinamarca, España, Luxemburgo, Liechtenstein, Noruega, Países Bajos, Reino Unido y Suecia. Todos se rigen por sistemas monárquicos parlamentarios, todas son naciones ricas, democráticas y del más alto índice de bienestar como salud, educación, vivienda, empleo. En el oriente está Japón, la poderosa economía del Sol Naciente, cuyos emperadores llegaron a considerase divinos.

Como se está viendo ahora en el Reino Unido, la Casa Real, hoy llamada de Windsor (pero de verdadero origen alemán, Casas de Hannover, de Sajonia-Coburgo y Gotha, o de Battenberg convertido en “Mountbatten”), goza de gran amor, fervor y simpatía del pueblo británico al honrar la memoria de la Reina Isabel II y la exaltación de su hijo el Rey Carlos III, haciendo de Buckingham el centro mundial de atención y mostrando que la monarquía no sólo es aceptada, sino hasta invocada como el símbolo de unión y fortaleza de los pueblos del Reino Unido y de las naciones de las cuales la corona inglesa ocupa la jefatura de Estado: Canadá, Australia y Nueva Zelanda, sin contar a otra docena de pequeños territorios isleños en el Caribe que forman parte de la Commonwealth (que fue la Comunidad Británica de Naciones, cuando incluía a La India, la joya del imperio).

Desde luego que no todos los países poderosos son monarquías. Baste mencionar a los Estados Unidos de América, a Alemania, a Francia y a Italia (éstas tres últimas lo fueron), que hoy son repúblicas prósperas y con sistemas altamente democráticos y regímenes políticos diferentes: presidencialista uno y parlamentarios los otros.

Viene al caso hablar hoy de monarquías debido a que no son lo despreciable que se las llama por la superficialidad de comentaristas y de conversaciones de sobremesa. Se trata de naciones donde la democracia es la columna vertebral del equilibrio político, del poderío económico y de la estabilidad social.

México y todas las naciones de América Latina al centro y al sur del continente, así como en las islas antillanas, alguna vez fueron parte de imperios coloniales y hasta tuvimos monarquías. Lo triste y patético es que hoy vivimos bajo anarquías constitucionales que sólo están garantizando y propiciando el atraso y la tendencia clara hacia la dictadura. Es la diferencia.