En esa Argentina al borde del abismo, el viernes 21 y el sábado 22 de noviembre, en el Teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires, uno de los tríos de rock más fascinantes de la historia de la música popular argentina presentó en vivo su segundo LP. La banda se llamaba Invisible, estaba formada por Luis Alberto Spinetta, Héctor “Pomo” Lorenzo y Carlos Alberto “Machi” Rufino, y desde hace pocos días, hay un disco que documenta de manera impecable esos conciertos mágicos.

Invisible es la banda que Luis Alberto Spinetta formó en 1973 después de Pescado Rabioso y de su segundo disco casi-solista (de pie) Artaud. Fue un trío que en su último año mutó a cuarteto. Pero en noviembre del 75, cuando se registró Invisible en vivo en el Teatro Coliseo 1975, todavía se completaba con “Pomo” en batería y “Machi” en bajo, la base que acompañó a Norberto “Pappo” Napolitano en la grabación de Vol.3, de Pappo’s Blues y que, convocada por Spinetta, se mudó durante varios meses a una quinta en General Rodríguez, al oeste del Gran Buenos Aires, con el único objetivo de crear, componer, tocar y tocar.
“Ese ensayo ilimitado fue para el primer disco, cuando nos encerramos en una quinta para preparar, más que el primer disco, el camino para que fuesen tres, y hoy en día, cuatro”, consideró Pomo la semana pasada, en la presentación ante periodistas del flamante nuevo-viejo disco de Invisible. Machi agregó: “Tocábamos todo el día. Ahí se generó, no solo la música de Invisible, se generó también una relación entre los tres muy fuerte, que estoy seguro que nunca más tuvimos en otra experiencia musical”.
Mucho de eso se percibe en esta joya que ahora puede escucharse en las plataformas digitales y también en forma de CD y vinilo gracias a un pequeño milagro: fue el legendario técnico de sonido Carlos Melero (fallecido en junio del año pasado, responsable de cómo sonaron aquí desde Piazzolla y Gandini a Bill Evans y Duke Ellington) quien decidió donar las cintas de estos conciertos que él mismo había grabado 45 años atrás al Instituto Nacional de la Música. El Inamu las cedió a la familia de Spinetta y los hijos de Luis Alberto, de acuerdo con Machi y Pomo, decidieron publicarlas. Para eso, el Inamu convocó a Gustavo Gauvry, ingeniero de sonido de Spinetta desde 1983, y Mariano López, otro histórico colaborador del Flaco.

El resultado es magnífico porque parece un disco pensado para ser editado: por su sonido, impecable; y por su ejecución, magistral. Se trata de una banda decidida a llevar al máximo la experimentación, la destreza y la improvisación. Y lográndolo. Y, por supuesto, con la llama creativa de Spinetta en plena ebullición, ya no tan influido por el surrealismo francés y más impactado por lecturas de autores orientales y el taoísmo. Machi y Pomo recuerdan que no solo de música se alimentaba la obra de Invisible: cada show tenía una puesta en escena conceptual, que en algunos casos incluyó la participación de amigos y asistentes en calidad de “actores” invitados. A falta de registro de aquellas performances, la edición de Invisible en vivo en el Teatro Coliseo 1975 incluye una cuidada selección de fotos inéditas rescatada del archivo de Eduardo “Dylan” Martí, y volantes con dibujos y diseños del propio Luis Alberto. Pomo lo definió así: “Acá se puede ver fehacientemente cómo presentábamos los discos. No hay ninguna edición. Nada. Algún valor debe tener para que hoy estemos acá con la posibilidad de evaluar: si es un manual de instrucciones para cualquier individuo que tenga inquietud musical, esto es de gran ayuda”.
En una entrevista rescatada por el sitio rock.com.ar que el trío dio a la revista Pelo unos días antes de estos shows en el Coliseo que hoy son disco, Spinetta explica: “Cuando empezó el grupo nos planteamos tener una experiencia totalizadora. Somos tres tipos que recién nos empezamos a conocer, y cada uno de nosotros tiene que abrir una cantidad de puertas hacia algo superior. Porque eso es en cierto modo lo que entendemos como ideología del rock. Es abrirse a una percepción más completa del universo. Invisible es una propuesta total, y tratamos de darle a la gente esas cosas profundas. Y que eso no signifique soberbia mental, sino que sirvan para que cada uno con humildad, esté preparado con un cúmulo de riqueza espiritual”.
Son siete canciones: dos del primer álbum (“El diluvio y la pasajera” y una versión colgadísima y a la vez súper precisa de 17 minutos de “Azafata del tren fantasma”), dos que se publicaron a finales de 1974 en un simple (“Oso del sueño” y “Viejos ratones del tiempo”), “Durazno sangrando” (título también del disco que el trío había publicado en esos días), y dos temas que fueron parte de El jardín de los presentes, el tercer y último disco de estudio: “Perdonado (niño condenado)” y “Que ves el cielo”. Alejados deliberadamente de la distorsión que había campeado en Pescado Rabioso, la decisión era sonar limpios. Folk, psicodelia, rock progresivo, jazz rock y, claro, rock de bajo, guitarra y batería atravesados por la búsqueda de lo precioso y la inconformidad estética que estimularon a Spinetta desde sus inicios con Almendra, hasta el final de su vida, hace ya 10 años. Registrado para la misma época en la que el mundo bailaba música disco y se rendía ante la explosión de Queen, Kiss y ABBA, la arrogancia de Physical Grafitti, de Led Zeppelin y Wish You Were Here, de Pink Floyd, el nuevo-viejo disco de Invisible vuelve a poner de manifiesto la rebeldía que siempre movió a Spinetta: canciones de 8 minutos imposibles de pasar en la radio, melodías enrevesadas, solos larguísimos, sonidos que no eran los que la industria reclamaba a una banda comercial que, aún así, alcanzó el éxito de ventas y cierta popularidad. Una rebeldía que en 1975 parecía ser parte del ADN de toda persona joven y que, en el caso de Luis Alberto, fue canalizada a través de su arte genial.

Aquella entrevista publicada en 1975 en Pelo termina con una pregunta: ¿cuál es la imagen actual del rock? La respuesta de Spinetta es así: “Creo que está bien dentro del clima de crisis que se vive. El problema es que hay que superar ese concepto de música foránea que se nos quiere endilgar. Nosotros nos sentimos muy argentinos sin necesidad de que nos hinchen todos los días con la patria, la bandera, etcétera. Los argentinos no tenemos necesidad de andar con la banderita y la escarapela para tener nuestra propia identidad. Lo único que hace falta es gente honesta. Nosotros nos sentimos muy argentinos, y todo lo que hacemos es en función de que vivimos en la Argentina en 1975″. En una Argentina absolutamente convulsionada, a punto de hundirse en el tramo más tenebroso y fatal de su historia reciente, tres músicos fueron capaces de producir maravillas que suenan, pueden oírse, hablan también de su época y perdurarán por siempre.