Cuando Benjamín Alire Sáenz (Nuevo México, 1954) escribió Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo pensó que una historia de dos muchachos latinos que se enamoran en El Paso, Texas, en 1987, sería algo irrelevante. El día que se publicó el libro falleció su madre, y la primera semana vendió apenas 11 copias; en esos momentos pensó “No va a tener éxito, se va a morir y ya”, pero el libro llegó a la crítica y fue nominado al Premio Michael L. Printz por la American Library Association. A partir de ahí la historia despuntó, dice que “cuando uno gana esos premios, se vende tu libro un año más y luego se acaba”, pero en este caso apenas comenzaba a venderse.
Once años después lanza la secuela Aristóteles y Dante se sumergen en las aguas del universo (Planeta/2021), donde trae de vuelta a sus icónicos personajes para enfrentarlos a la dura situación de ser homosexual en una sociedad conservadora y decir a sus lectores que, a pesar a todo el caos, “la familia y los amigos son nuestro tesoro”.
Aunque él prefiere escribir en inglés, domina bastante bien el español y lo habla lentamente. Me cuenta que para él ha sido muy difícil poder asumirse como homosexual, por mucho tiempo se reprimió y tuvo una lucha constante, hoy segura “He aprendido a vivir con el amor y por el amor que me han dado mi familia y mis amigos. El amor es algo muy profundo y realmente mucha gente no tiene idea”.
Su madre siempre le decía “Benjamín, déjate querer”, algo que tardó años en conseguir, pues piensa “no nos dejamos querer, porque no pensamos que valemos la pena; el mundo nos rechaza, nos dice que no somos hombres y vivimos eso internamente”; sin embargo, con el paso del tiempo aprendió a no poner atención a la homofobia y afirma “ellos no saben nada de nosotros, tenemos que rechazar esas voces que nos hacen sufrir”:
La historia de Aristóteles y Dante transcurre durante el surgimiento del VIH/Sida y en el nuevo libro lo aborda ¿Por qué cree que exista esta idea donde ser homosexual va tan ligado con el virus?
—No sé, es un misterio (alza los brazos para enfatizar su respuesta). Yo digo que uno enseña a los hijos los valores que tienen y muchos de ellos no son valores que debemos seguir, el odio se enseña; nos dicen que muchos pertenecen a este mundo y ellos deciden quién, porque se creen que los dueños de la tierra y de Dios, él no dice eso ¡No pongan a Dios, por favor!
Pero usted fue testigo de la época en que surgió el VIH ¿Cómo se vivió?
—La época del sida fue el momento más peligroso y más importante para el movimiento de liberación LGBT+, porque en esa época nos dimos cuenta que a la comunidad gay nos odiaban y cuando se dieron cuenta que había esta enfermedad de la que nadie sabía nada, decían “bueno, que se mueran, les cayó Dios para castigarlos”, no querían saber nada de eso y nosotros éramos la enfermedad. Además, cuando marchamos, fuimos como hormigas, éramos miles, en ese momento era una cosa considerada muy peligrosa y nosotros estábamos tristes. Yo perdí a un hermano, al maestro que me decía que tomara este camino de escritor y a un buen amigo que era 10 años menor que yo, él era muy lindo, tocaba el violín, era muy talentoso y yo estuve ahí cuando se murió; recuerdo que me quedé con el corazón helado y decía cómo puede ser “que la gente se muera así, condenado por su país” y por eso escribí la secuela de Aristóteles y Dante, porque años después me di cuenta que ni mencioné el sida y para una historia así que transcurre en esos años, es algo imperdonable.
Me habla de las marchas de liberación ¿Usted fue alguna vez a una?
—Sí, yo he marchado toda mi vida por causas de liberación, porque a mí me pertenece poner mi voz para cambiar o para ponerla en oposición de los que quieren oprimir las voces de las gentes que no son como ellos.
¿Recuerda cuántos años tenía la primera vez que marchó por alguna causa?
—Tenía creo que 16 años, fue por la causa chicana, los que trabajaban en la labor con César Chávez y el movimiento de los mexicoamericanos en Estados Unidos; te digo, yo he marchado toda mi vida y así debe de ser, todos tenemos que levantar las voces unidas. El mundo no cambia porque no nos ponemos a marchar, no levantamos nuestra voz, ni siquiera votamos y luego andamos quejándonos por cómo es el mundo (va subiendo el tono de voz) ¡Pues hagan algo por favor, es el deber!
¿Usted considera que a través de su literatura ha levantado la voz para cambiar el mundo?
—No lo creo tanto, a veces parece que no se logró nada, pero no importa, uno cada día tiene que decir “Yo hice lo que pude” aunque no se valorara. Escribir es mi modo de cambiar el mundo, de levantar mi voz, es mi modo de marchar.
Su personaje de Aristóteles se cuestiona constantemente y no se siente orgulloso de ser quien es ¿Usted se siente orgulloso de su vida, de ser quien es?
—¿Ahora en estos momentos? (pregunta y recarga su cabeza en su frente)
Sí, ¿se siente orgulloso?
—Sí (responde finalmente) ya no me agobio, yo aprendí cómo amarme a mí mismo, mi mamá y mis hermanos me ayudaron mucho. Una vez mi hermana Gloria me regañó y me dijo “Benjamín tienes que reconocer que todos nosotros estamos muy orgullosos de ti, haz ganado mucho éxito con tu obra y lo seguirás ganando”; pero a veces me da vergüenza, yo fui a un festival de libros y había una cola enorme de jóvenes para que les firmara y yo no sé…(se ríe nervioso), esa vez la cola se fue muy lenta y una vez en Argentina duré cuatro horas y media firmando libros, los lectores me han dado tanto amor, que nunca lo voy a olvidar. Yo recibo más de lo que doy y a mí me conmueve mucho.
@Urieldejesús02