Fernando Iwasaki
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Arte y Cultura

Fernando Iwasaki

“La historia se puede escribir como un género literario”


Fernando Iwasaki | El Imparcial de Oaxaca

Fernando Iwasaki (Lima, Perú 1961) radica desde hace tres décadas en Sevilla, donde ha hecho la mayor parte de su obra. Considera que “en la vida hacemos muchas migraciones y aunque parezcan sencillas, son muy complicadas”; para ejemplo, migró de la máquina de escribir a la computadora, de la historia al flamenco, del Windows XP al Windows 10 y —asegura— esta ha sido una de las más difíciles, “pensamos que las migraciones son de un país a otro y no necesariamente”. Ahora migrando de la charla en físico al Zoom, nos conectamos cuando en España ya cae la tarde y aquí apenas arranca la mañana.

Comenzamos a hablar de Neguijón (Seix Barral/2021) donde narra la historia de un sacamuelas peruano del siglo XVII, que está en busca del gusano neguijón que —se creía— ocasiona la podredumbre en las muelas. Jugando entre los términos científicos y las vicisitudes de la historia, es muestra de lo equívoca y racionalmente pobre de la cultura del hombre del barroco, que tenía un universo de la devoción tan rico y estrafalario que, a los ojos de esta época, parece una ficción:

Usted es de Perú, tiene apellidos japoneses y radica en Sevilla desde hace décadas ¿Qué significado le da a la palabra“nacionalidad”?

—No soy el primero, creo que soy uno más de una larga cadena de personas a quienes las circunstancias familiares le han llevado a transitar por varias culturas. Mi hija mayor está casada con un joven biólogo alemán, tengo un nieto que, por generosidad de mi yerno, lleva primero el apellido paterno, es decir, hay un niño que es alemán, español, peruano y de apellido japones que seguirá provocando este tipo de preguntas interesantes, cuya respuesta es extensa (…) La nacionalidad para mí es algo que crece, que se expande. ¿Por qué debo ser solo peruano, si puedo ser también español? O latinoamericano y europeo, andaluz y andino; siento que eso es una riqueza que comparto con muchísimos a quienes la promiscuidad de sus padres o sus abuelos los ha llevado a tener una macedonia de apellidos.

Neguijón es adentrarse por una crónica de los disparates de la razón, eso era lo verdadero en la época ¿Hay alguna idea que usted haya creído y después se dio cuenta de que no?

—Muchísimas, por ejemplo, de niño era muy devoto de las Ánimas Benditas del Purgatorio. Mi abuela me decía ‘rézales, que te ayudan siempre’; en mis planes, en ese entonces, no estaba leer El nacimiento del purgatorio, de Jacques LeGoff, donde queda absolutamente demostrado cómo el purgatorio fue una fastuosa creación del imaginario urbano, que durante siglos fue creando un espacio intermedio de salvación, producto de la absoluta certeza de la condenación del todo el mundo. Pero yo ignoraba todo eso cuando con 9 años le rezaba con mi abuelita a las Ánimas Benditas del Purgatorio.

Me habla del imaginario colectivo, con la pandemia hemos visto cómo a pesar de que la ciencia dice sí a las vacunas, muchos insisten en que no ¿Se puede combatir el imaginario colectivo o es más fuerte que la ciencia?

—Creo que se puede combatir. Lo que ocurre es que hoy en día no hay personas que combatan el imaginario colectivo, sino que lo refuerzan; parece mentira que en una época en la que el avance científico es tan absolutamente incontestable haya negacionistas de las vacunas y de la ciencia. La necedad nunca ha desaparecido, lo que pasa es que ahora tienen perfiles propios en las redes sociales (risas), ese imaginario puede ser estimulado, primado y, por supuesto, puede engendrar los disparates, no de la razón, sino de las locuras más escalofriantes.

Por muchos años ese imaginario lo regía la religión, pero ahora parece que hay una fe ciega a nada, ¿no?

—Bueno, es una época Nihilista, y el nihilismo lo impregna todo. El gran riesgo de nuestra época es que, ante la ausencia de creencias firmes y sólidas —da igual que sean filosóficas o religiosas— prospera el nihilismo autodestructivo.

¿Fernando Iwasaki tiene una creencia fija en algo?

—Creo en Los Beatles (responde sin chistar), en Borges, en mis hijos, mi mujer y mi nieto; creo en la amistad, el cariño, en la admiración. Probablemente, no crea en otras más, la trascendencia me es inverosímil como decía Cortázar, pero en esas otras cosas creo. Hay que hablar de las personas admirables porque si dejan de existir, el mundo será más pobre.

¿Recuerda cuando admiró por primera vez a una persona?

—Es la primera vez que me hacen esta pregunta y estoy improvisando la respuesta, pero estoy encantado de decirlo (dice como advertencia). Cuando yo era un niño de cuatro o cinco años, admiraba mucho a las maestras que me enseñaban a escribir, que me cogían la mano y me guiaban, me enseñaban el orden, la simetría y la limpieza; creo que ese momento quedó grabado para siempre en mi memoria. Hay una manera delicada, minuciosa y artística de hacer las cosas y esto lo aprendí de estas maestras que afilaban los lápices, dejaban la punta muy fina, me enseñaban a usar la goma de borrar y entonces todo debía ser muy armónico, muy bello (…) Ahora me doy cuenta de que yo procuro mantener eso, intento escribir con el mismo cuidado con el que me enseñaron, pero debe de haber una relación con que me gusta escribir en cuadernos, a mano y en los márgenes de los libros. Por lo tanto, el placer de escribir a mano fue lo primero que admiré.

Dicen por ahí que lo que se aprende en la infancia se convierte en destino ¿no?

—Sí, sí por supuesto. Pero me ha encantado esta pregunta porque nunca me había puesto a pensar cuánto admiré la manera como mis maestras me enseñaron a escribir la caligrafía.

Y aparte qué observador, porque creo que pocos niños piensan tan detalladamente así de la escuela, la mayoría la ve como algo chocoso…

—Yo era tan pequeño cuando fui a la escuela, porque mi madre era muy joven, tenía 23 años y estaba embarazada de la cuarta, entonces dijo “los dos mayores al colegio” y las monjitas me señalaban y decían “está muy chico va a repetir”, no me importa les decía, “yo no lo quiero tener en la casa” (risas) entonces fui al colegio muy chico y no llegué a desarrollar esta idea, al contrario, yo iba al colegio y me la pasaba bien.