Alfredo López Austin: “Mi vida ha sido a toda madre”
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Alfredo López Austin: “Mi vida ha sido a toda madre”

El luto sigue presente. El pasado 15 de octubre se ha ido un grande del pensamiento histórico; nadie lo discute. Alfredo López Austin es y será siempre un referente para…


Alfredo López Austin: “Mi vida ha sido a toda madre” | El Imparcial de Oaxaca

El luto sigue presente. El pasado 15 de octubre se ha ido un grande del pensamiento histórico; nadie lo discute. Alfredo López Austin es y será siempre un referente para todo aquel interesado en el pasado y las culturas mesoamericanas. Su trayectoria fue admirable y es conocida por todos. A manera de homenaje póstumo —ya que no pude publicar esta entrevista mientras él vivía— voy a recordar al enorme ser humano que se me reveló en aquella ocasión.

La tarde del viernes 5 de marzo de 2021 le marqué por teléfono, días antes habíamos agendado la cita. En parte admirado por su trabajo y a la vez intrigado por su persona, comenzamos la llamada; lo primero que me dijo fue: “Soy un viejo de 85 años, si me habla usted más fuerte se lo agradeceré”. Hice la primera pregunta y se mostró renuente a hablar de sí mismo: “Prefiero hablar de mi trabajo que de mí”. Entonces comenzamos a charlar de la concepción del trabajo en el mundo indígena, también de las cosmovisiones.

La plática fluyó y quise volver a insistir, evocar al niño López Austin. Sin remedio me dijo entre risa y resignación “¡Otra vez!, bueno vamos a ver” y comenzó a contarme:

¿Cómo fue la niñez de Alfredo López Austin?

—Totalmente desintelectualizada (se ríe) digamos fue la de un niño de vida inapropiada (y continúa riéndose hasta que comienza a toser).

¿Por qué inapropiada?

—Porque he sido medio vago desde niño, no fue una vida que se considere común; tenía ciertas experiencias que no eran las de una buena niñez. Hubo un tiempo, cuando yo era muy pequeño, que compartía mucho tiempo en la vida laboral de mi padre. Mi vida era en ratos en los corrales de animales, en las salidas al desierto, en el rastro; imagínese para un niño pasar ahí haciendo amistad con todos los matanceros.

Después se convertiría en uno de los expertos de la cosmovisión mesoamericana…

—No, pero en ese tiempo no era yo muy intelectualizado (risas).

¿Recuerda en qué momento escuchó por primera vez la palabra “Mesoamérica”?

—No, simplemente pensaba en el mundo indígena, pero también desde muy temprana edad. En la familia había personas que hablaban de lo que es la historia local y me interesaban aquellas narraciones, sobre todo de personajes que habían sido muy famosos en mi tierra, entre ellos Victorio, que en mi tierra era un héroe.

¿Cuénteme un poquito quién era este personaje?

—De Victorio no se sabe su origen, pero se convirtió en jefe, el más importante de los apaches chiricahua; él peleó en muchos combates y al final de cuenta hubo un conflicto militar con el general Terraza. Curiosamente en el barrio donde nací, hay una calle todavía, que yo espero algún día (se detiene “no, ya no me alcanza el tiempo”, luego tose y continúa) pero quisiera volver a mi tierra y quitarle el nombre a esa calle porque se llama Mauricio Corredor y él era un tarahumara que peleaba entre la gente de Terraza, que fue quien mató en combate, de lejos le disparó a Victorio. En vez de que en mi barrio haya una calle “Victorio” como debería de ser, pues hay una calle que se llama Mauricio Corredor, ¡Hágame el favor!

Mire qué interesante, cuántas historias…

—Ya olvidamos la entrevista fíjese, ya nos pusimos a hablar de otras cosas (Nos reímos). No, volvamos al tema, como le decía todas esas historias nos las contaba un viejo de la casa y obviamente a mí me abrieron el gusto por todos los relatos de la vida indígena.

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La charla se prolongó por casi una hora, trajo consigo al niño que jugaba con las vejigas de las vacas, el que creció y no mostraba mayor vocación profesional, también el joven que quiso ser escultor o filósofo, pero terminó por estudiar leyes debido a los deseos de su padre de que hiciera “una carrera en serio”, luego vino el joven que se casó, que tuvo a su primer hijo, que trabajó tres años en cuestiones jurídicas y que al no encontrar mayor satisfacción, aceptó una oferta para trabajar como burócrata universitario, también el que finalmente tuvo clara su vocación y se hizo licenciado en Historia, luego maestro, doctor y que consiguió —sin pretenderlo— todo el reconocimiento que gozó.

Sin embargo, enfatizó “si usted piensa escribir sobre lo que yo le dije ahorita va a estar muy mal, porque eso ya se ha publicado mucho”. Entonces en honor a su memoria, resumí lo que a mi parecer puede ser lo menos contado.

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¿Cree que uno busca la vocación o ella nos busca?

—Evidentemente es un ajuste de tendencias, uno ve en qué puede desarrollarse de mejor manera, sobre todo en un desarrollo emotivo de la vida. Pese a que me dedico al estudio de la religión, nunca he tenido una religión, entonces no puedo pensar en ningún otro mundo, otra oportunidad, reencarnación, infierno o gloria. Entonces no hay más que una vida, la de hoy. Es lo que le digo a mis nietos: “Ustedes vivan lo más felices que puedan”, la única cosa que yo les pido es que al ser felices no dañen a nadie.

¿Usted ha vivido feliz?

—Es muy difícil, todos vivimos con altibajos, a veces amanecemos de buenas y a veces no, nos va en unas cosas bien y en otras mal, sería aburridísimo si nos fuera siempre bien, no apreciaríamos nuestra alegría. Pero si vemos con promedio, pues sí, mi vida ha sido a toda madre (nos volvemos a reír). He gozado la vida.

Y yo creo que también le ha retribuido con tantas investigaciones que ha hecho…

—Sí. Cuando me pongo a investigar es como si jugara uno la baraja, realmente es una apuesta, una hipótesis que dice “esto debe salir de esta manera” y uno hace toda la hipótesis de lo que va a resolver, y se pone uno a jugar, pero no para hacer trampa, no se puede hacer trampa a sí mismo, ¡hay que jugársela! Y a mí me han tocado investigaciones en que no me ha salido nada de lo que yo pensé de hipotético.

¿Y cómo investigador qué pasa cuando le sucede esto?

—Se frustra uno, no se imagina cuánto. Cuando le fallan a uno las cosas es feo; más cuando publica uno algo, creyendo que está diciendo verdades y después se vuelve a leer y encuentra los errores, híjole son cargas de conciencia bastante duras. Por eso le digo, es un juego y si no tiene esta posibilidad de combinar triunfo y fracaso, pues deja de ser un juego y deja de ser entretenido.

@Urieldejesús02