Invierno de 1954
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Arte y Cultura

Invierno de 1954

Un hombre mira a la cámara mientras la nieve se precipita sobre sus hombros: es el invierno de 1954, el escritor suizo Robert Walser acaba de cumplir 76 años. Carl…


Un hombre mira a la cámara mientras la nieve se precipita sobre sus hombros: es el invierno de 1954, el escritor suizo Robert Walser acaba de cumplir 76 años. Carl Seelig, conocido filántropo alemán, es la única persona con la que mantiene una relación distinta a la de los pacientes y médicos del nosocomio donde está internado; no es su amigo, pero lo espera con paciencia dos veces al año para que lo lleve de paseo por la comuna suiza de Gais.

Las fotografías que ilustran Paseos con Robert Walser, ameritan por sí mismas un examen. Seelig tiene el cuidado de construir en sus retratos a un sujeto fotográfico: incluso en aquella imagen que le toma por la espalda subiendo cuesta arriba, Walser es el escritor de novelas a quien Seelig ha leído y por el que siente una inconfesable compasión. Lo paradójico, en todo caso, es que en aquel momento ese personaje ya ha dejado de existir, pues hace más de 20 años que no escribe una sola línea. El conversatorio de más de 150 páginas es el resultado de una invención fundada en el asombro desinteresado que Seelig siente como lector de Walser: el conjunto del material presentado, es decir, las conversaciones y las fotografías hechas durante varios paseos ocasionales, forman parte inseparable del legado literario de Walser, por lo tanto, nadie que esté interesado en él puede dejar pasar las opiniones que en última instancia resaltan lo genuino de su contexto y de su propia existencia.

Como si se trataran de piezas de rompecabezas, las convicciones más o menos dispersas que Seelig transcribe de su interlocutor, forman en conjunto una suerte de ideario político a propósito del fin de la Segunda Guerra Mundial y la promesa de reconfigurar las demandas históricas y los modelos occidentales de gobierno. Cuando Seelig incita a hablar a Walser al respecto éste sostiene que favorecerá a los alemanes estar nuevamente bajo el yugo extranjero, pues las naciones cultivadas tienen que aprender a obedecer para después mandar; en relación con los beneficios de la guerra, por sí misma toda la miseria que arrastra barrerá el lastre que impide florecer a la belleza en la forma de un arte original y finalmente el hombre moderno se verá forzado a regresar a una vida más inmediata y natural. Incluso después de 1945, Walser continuará simpatizando con la figura del dictador, quien a sus ojos ejerce un instinto ejemplar de la razón de Estado en proximidad con el pueblo; esta afinidad más que práctica es doctrinaria, defiende los principios mas no a sus representantes. De hecho a Hitler, y luego a Stalin, los va a juzgar desde la postura de un militante fascista señalando que su mayor error fue haber abusado de la exaltación de su imagen dando la espalda a sus funciones naturales en arreglo a los intereses populares.

Durante el paseo del 2 de enero de 1944, Walser expresa que solo en la pobreza despierta la razón humana. Consciente del lugar que conviene al artista, el escritor despreciará la riqueza por ser un falso mérito típicamente moderno que encubre valores auténticos como el de la belleza, la justicia y la inteligencia. La pobreza, por lo tanto, ayuda a la realización del ser del artista permitiéndole no distraerse con asuntos que no le competen. El silencio en el que pasó los últimos 20 años de su vida es relativo a esta preocupación. En múltiples ocasiones le confiesa a Seelig quelas formas breves del relato y el artículo son más conveniente a su naturaleza. Cuando lo cuestiona sobre por qué no viajó desde Berlín a París en el momento en el que más le convenía, Walser —el gran conocedor de sus límites personales— le indica jamás se habría atrevido a ir donde Balzac, Flaubert, Maupassant y Stendhal trabajaron de forma tan inimitable, que la única posibilidad válida para él era la retirada a la pequeña patria.

La fotografía que Seelig le tomó aquel alejado invierno de 1954 revela a un Walser consciente de que su obra maestra se había convertido en él mismo.