Rolando Rojas muestra El imperio de la mirada
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Arte y Cultura

Rolando Rojas muestra El imperio de la mirada

El artista originario de Santo Domingo Tehuantepec presenta alrededor de 50 piezas en las que repasa su arte de las últimas dos décadas


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Los recuerdos de la infancia al lado de la abuela y las experiencias de la juventud durante su formación como artista son observados por Rolando Rojas en su más reciente exposición. En El Imperio de la Mirada, que abre el próximo 14 de marzo en el Museo de los Pintores Oaxaqueños, el autor originario de Santo Domingo Tehuantepec revisa esos y otros momentos de su vida y obra. Y la evolución de un trabajo que plasma en el libro homónimo.

La exposición reúne alrededor de 50 piezas, en su mayoría pintura, que la Fundación Black Coffee Gallery y el Centro de las Artes Gráficas recogen en el libro y comparten en la muestra.

“El coleccionista Benjamín Fernández, de Black Coffee, me ha comprado piezas desde el año 2000, me parece, y ha coleccionado unas 60 piezas o más. Y me invita porque iba a hacer el libro de toda su colección. Entre los dos hicimos el libro donde se incluye toda la colección y parte de la obra que estoy trabajando actualmente”, explica Rolando Rojas (1970), quien considera que el título del ejemplar y la exposición guardan relación con el color en su trabajo, “que automáticamente te hace girar” para verlo.

¿Qué le evocan las piezas ahora que las vuelve a ver en la exposición y el libro?

Me recuerdan mucho. Hay piezas que no las había visto y volver a verlas fue interesante. Hay temas que se dan, paisajes que ya no trabajo. Volverlas a ver te hace recordar los momentos y tiempos de cuando los estaba trabajando, en el taller, de cuando yo estaba en diferentes talleres. Vamos a encontrar ahí un poco de trabajo del 2000 hasta el 2018 o 2019. Ver unas partituras que son una colección de 30 piezas que hice con partituras antiguas, recortes, collages, acuarelas…
¿Hay algo que haya dejado de hacer en cuanto a técnicas? Por ejemplo el collage

Sí, pero no con partituras. Ahí (en la muestra) son como 30, pero se quedaron muchas y están guardadas, no sé cuándo se vuelvan a tocar, pero son momentos que te llevan de trabajo. Y verlas terminadas y juntas te hace ver que realmente sí he trabajado.

¿Es habitual que vuelva a ver su producción, lo que sabe que terminará en otras manos?

Sí, muchas veces voy a las casas donde me invitan y ahí está colgada mi obra. Y digo: qué padre porque se tiene que ir, crecer como si fueran un hijo. Lo padre es que está en buen lugar, lo ven todos los días, estas pinturas dan alegría a las personas de la casa que habitan, les hace el día.

¿No las extraña y quiere tenerlas de vuelta?
No porque yo creo que es como mi hijo, la misma pintura va creciendo. Lo más padre es encontrarlas fuera, en otros lugares. Una vez hice una lotería y no supe quién la compró, pero una amiga me dijo que la vio en Nueva York.

¿Y hay coleccionistas de la magnitud de la Black Coffee?
Creo que hay otros porque son constantes y cada dos o tres años van coleccionando más piezas. Pero como esta colección no hay en el mundo, es impresionante.
El libro El Imperio de la mirada contiene textos de Magali Tercero, Ingrid Suckaer y Jorge Pech. Y para la obra se le pidió que incluyera piezas de los inicios de su trabajo, de cuando vivía en Tehuantepec y de cuando llegó a la ciudad de Oaxaca para estudiar en Bellas Artes. “Y encuentro cosas así, de papel, de temas que no se parecen para nada a mi trabajo, temas que son hasta cierto punto copias de otros autores, pero que hice de chavo, cosas que eran juegos más que nada. Pero ahora me doy cuenta de lo que estaba en ese entonces y lo que hay ahora en mi trabajo”.

¿Hay un cambio drástico?
No drástico porque yo entiendo las pinturas de la época de la escuela, porque tal vez no hay un lenguaje, pero sí un mensaje, un contenido, y ese contenido se va dando en lo actual. Tal vez ahora ya tengo un lenguaje propio, que se reconoce, pero los temas se siguen dando, son parecidos.

¿Cómo qué temas?
Como la mujer, la luna, el sol, también mucha fauna, la música, el rostro que se va dando mucho y que poco a poco va cambiando. Por ejemplo en una pintura: desde que tenía siete u ocho años, yo vi a mi abuela desnuda del torso porque ella nos cuidaba, todas las mamás trabajaban, y cuando uno de los más chicos lloraba, lo amamantaba con esos pechos caídos y enormes que nada más llegaba el nieto, se lo ponía en la boca y se dormía. Por eso creo que pinto mucho estos senos caídos de las mujeres desnudas. Son cosas de la infancia. Y ahí se va dando, buscando la forma de lo que actualmente pinto.