La cultura, según la UNESCO, “es el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, así como los festivos que caracterizan a una sociedad o grupo social” y ello incluye las artes, las letras, los modos o estilos de vida, los sistemas de valores, las tradiciones, las creencias, así como la cosmovisión de un grupo social determinado o de la sociedad en su conjunto.
El pretender ser historiador no solo es ocuparse de la verdad, es también ocuparse de lo falso, cuando esta se ha tomado como algo cierto, ocupándose de lo imaginario y de lo soñado, sin embargo, el historiador se niega a confundirlos.
Esas narraciones que, en largas noches, oíamos en labios de nuestros mayores, escuchando de los tíos y los abuelos durante horas, que al final al acostarnos nos impedían conciliar el sueño, que con temor y miedo nos vencía.
Hoy son culturas de niños, otros son consejas de antaño y ogaño, las más resultan ser leyendas, pero vemos fechas, datos y existen documentos que nos dicen que son historias, como la del origen de los Zapotecas.
“Toda obscuridad era cuando nacieron los zapotecas. Brotaron de los viejos árboles, como la ceiba, del vientre de las fieras nacieron, como el jaguar, el lagarto”, así describe Macario Matus, gran pensador binnizá, el origen de nuestra estirpe, el comienzo de nuestra historia.
¿De dónde provenimos los zapotecas? ¿Qué mítica ciudad nos vio nacer? A diferencia de casi todas las naciones mesoamericanas, ni de los de Aztlán, ni de una gran Tula de la que hayamos partido. Antes de nuestros templos en San José Mogote, no se construyeron pirámides.
Los zapotecas somos uno de los pueblos vivos más antiguos del continente americano, ahí está Monte Albán, poseemos un registro histórico de cuando menos tres mil años. Y desde tiempos prehispánicos los habitantes de las comunidades binnizá se jactaban de su antigüedad y nobleza.
“Antes de los aportes científicos de nuestros sabios, no hubo ciencia”, pudo hacer dicho un zapoteca de antes, que hoy llamaríamos binnigula’sa’. Por eso es que nuestros mitos de origen nos brindan una explicación sencilla: si durante la aparición de los zapotecas en la historia, no había otros pueblos civilizados, ¿de dónde habríamos de provenir si no de las nubes, de las raíces de los árboles, de los peñascos, de la naturaleza toda?
En nuestro devenir histórico, el pueblo zapoteca fue capaz de construir un sistema político centralizado, que permitió sentar las bases de un desarrollo material importante. Una entidad estable que estaba obligada a proteger a sus habitantes frente alguna posible amenaza, y que permitía, además, la especialización de una élite social constituida principalmente por sacerdotes y gobernantes (que generalmente eran las mismas personas). Éstos tenían el deber de rendir culto a nuestras deidades y -más importante todavía- tuvieron que mirar el firmamento, registrar sus observaciones y diseñar diversos sistemas calendáricos.
Para registrar el ciclo constante de los astros, requerían de un medio. La escritura nació, entonces, como una necesidad imperiosa, que permitió también llevar un registro de las ciudades sometidas y de los tributos que habrían de entregar. Escritura y calendario fueron dos grandes mecanismos para el desarrollo de los pueblos que vivieron hace más de dos mil años. Ambas son aportaciones zapotecas.

Los binnizá podemos empezar a llamarnos así desde que construimos nuestra primera ciudad, con sus templos, su juego de pelota, y su clase gobernante. Desde que tuvimos capacidad de organizarnos para ir creciendo paulatinamente. Y esto ocurrió hace aproximadamente tres mil años, en un pequeño pueblo que hoy se llama San José Mogote, en la región de Valles Centrales.
En dicho lugar están las pruebas arqueológicas de nuestro origen. El basamento piramidal más antiguo de nuestra estirpe también se encuentra allí, junto con uno de los primeros glifos escritos del continente americano, que representa el símbolo Xu (‘Terremoto’).
De la pirámide que se halla en San José el Mogote se alcanza a ver claramente el cerro en el que cientos de años después se construiría Dani Beedxe’ (‘Montaña del jaguar’), que hoy conocemos como Monte Albán, y que permitiría que nuestra etnia binnizá se desarrollara y expandiera a grados hasta entonces desconocidos. Baste por lo pronto esta información. En posteriores entregas iremos narrando, poco a poco, los acontecimientos de nuestro pueblo, la historia de Guidxizá, la primera Patria Zapoteca.
Los también llamados Los Zapotecos en su propio idioma ben zaa, “la gente de las nubes”, constituyen el grupo más antiguo de la región oaxaqueña. Habitaron inmediatamente lo que dejó el lago de Guelatao que se retiró principalmente de los Valles Centrales y quedaron disponibles las laderas circundantes, desde por lo menos 500 años a.c. que nació Monte Albán, en la actualidad, en esas zonas altas (laderas) viven una gran cantidad de personas cuya lengua materna es una de las variantes del zapoteco.
Los Ben zaa son notables por su larga permanencia, en la época prehispánica, como el grupo dominante de una amplia región de Oaxaca en lo político, lo económico y lo cultural. Se distinguen entre otros aspectos por su arquitectura, sus monumentos grabados, su pintura mural y su arte cerámico. Era una sociedad compleja -formada por campesinos, artesanos, guerreros, comerciantes, sacerdotes y gobernantes- que desarrolló uno de los sistemas de escritura y del registro del tiempo más antiguos de Mesoamérica.
Monte Albán fue la principal ciudad zapoteca -y una de las más importantes de Mesoamérica- durante varios siglos, siendo contemporánea con Teotihuacán y Palenque de la Cultura Maya. El Edificio “L” el de los Danzantes es uno de los más antiguos de la ciudad de Monte Albán. Fue construido durante la Fase Monte Albán I, justo en el tiempo en que la ciudad comenzaba su primer proceso expansión en Los Valles centrales entre los años 100, y 300 d.c.
Oaxaca de Juárez, Oax., a 9 de junio de 2025
JORGE BUENO.
Cronista de Oaxaca.
Presidente de la A.E.C.O.
Secretario General de la
Federación Nacional de Asociaciones
de Cronistas Mexicanos, A.C.