Entre el papel picado, las piñatas, los faroles y la mantelería que evocan alegría y fiesta, las nieves del Jardín Sócrates son una tradición que resiste a la pandemia de Covid-19. Amalia Carmen Velasco Armengol, esposo e hijos tratan de ofrecer a visitantes un momento de descanso y de disfrute con sabor a leche quemada y tuna, a sorbete, tamarindo, vainilla, coco y mamey. Besos istmeños, oaxaqueños, de ángel y putlecos figuran en una variedad de más de 50 sabores de los postres hechos a base de hielo y fruta de temporada.
Pero el deleite se da previo seguimiento de medidas sanitarias. Desde mediados de 2020, degustar una nieve a un costado de la basílica de la Soledad y de la Plaza de la Danza se ha regido por la ya no tan nueva normalidad. Con ello han bajado considerablemente las ventas y expectativas de los propietarios y familias de ocho puestos, la misma cifra con que se inició en 1979 el llamado “jardín de las nieves”.
Amalia recuerda que tuvieron que cerrar varios meses en 2020, desde los últimos días de marzo y hasta mediados de junio. Pero la afluencia tras el aislamiento era casi nula. Todo se veía “triste”, dice quien para vender dos o tres copas de nieve “era mucho”, aunque insuficiente para pagar el hielo, la sal y demás insumos. La situación obligó a producir solo cinco sabores, menos del 10 por ciento de la variedad que ha alcanzado su nevería.
Desde abril, los neveros del jardín observan un incremento, pero que no llega aún a la mitad de ventas previas a la emergencia. Y aunque en junio notaron una mayor afluencia de visitantes, las expectativas no son muy alentadoras.
“Todavía está uno con el temor de tanta gente y la pandemia”, confiesa la heredera de una tradición que intenta sobrevivir. Y que a la par del panorama desolador busca proyectar alegría y esperanza en un mes donde se acostumbraba estar de fiesta, con bailes regionales, calendas, desfiles y demás manifestaciones por el programa de Guelaguetza.
“Tenemos que conformarnos; yo le digo a la gente que viene aquí que se aguante un poquito porque todo esto es muy bonito, todo lo de Oaxaca es una tradición bonita, viva”, dice Amalia al tiempo de pedir comprensión y esperar al próximo año para ver si la celebración se retoma.
Una tradición que inició en el zócalo
De raíces zapotecas, por su madre nacida en la Sierra Juárez y familiar del Benemérito de las Américas, Amalia trata de mantener la herencia de sus padres (Consuelo Armengol Hernández y José Velasco Jiménez) y abuela (Anacleta Hernández). Han pasado 89 años de la fundación del negocio familiar, con las garrafas a ras de suelo, en el zócalo capitalino, en 1932.
Por entonces, producían dos o tres recipientes para vender de forma ambulante entre los paseantes. Consuelo, madre de Amalia, llevaba cinco copas (distintas a las actuales) en cada mano.
Tiempo después, en 1935 y en vista de que la venta de nieves era redituable, colocaron sus primeros puestos junto a la catedral metropolitana, del lado del reloj. Esas casetas fueron de los primeros puestos en el corazón de la capital. Más tarde, por la década de 1940, las autoridades municipales les propusieron reubicarse en la Alameda de León. “Entonces eran cinco neveros, pero de los viejos: mi mamá, mi tía y otra tía, y dos más que llegaron”, recuerda Velasco sobre una tradición que amplió sus sabores y se vio impulsada con el turismo.
Pero estos puestos, explica Amalia, tuvieron una mejor estructura a finales de los 50. En ese tiempo, ella contaba con ocho años de edad, pero se involucraba en la labor de sus padres y tuvo que seguir una formación estricta por parte de ellos. Esa disciplina la ha transmitido a sus hijos.
Sin embargo, apunta que de la alameda también tuvieron que retirarse; inicialmente de forma provisional durante la visita del Papa en 1979. Aunque se reinstalaron, el presidente municipal de aquel tiempo, Jesús Martínez Álvarez, reconsideró la liberación del área, les dijo que serían reubicados. Para ello les propusieron nuevas sedes como una parte del mercado Benito Juárez, el jardín Labastida y el área frente a la basílica de la Soledad (ahora jardín Sócrates). Desde ese entonces, las nieves han caracterizado a este espacio.
De sabores tradicionales y el sorbete
Limón (ralladura), sorbete, leche quemada y tuna eran los sabores tradicionales de lo que se convirtió también en una forma de vida de Amalia y sus padres. De uno de los sabores, el de sorbete, Amalia cuenta que el nombre se debe a la manera en que la gente de la época llamaba a los catrines, un tipo de hombres vestidos de traje y un sombrero conocido como sorbete.
“Ya vienen los sorbetes, decía” (la gente) en referencia a esos personajes adinerados. Sin embargo, estos, que gustaban mucho del sabor de nieve de vainilla creyeron que sorbete era el sabor y así empezaron a pedir sus postres: “Entonces se bautizó la nieve de vainilla como sorbete”, subraya Amalia. A la fecha, el nombre se conserva y figura en la lista de varias neverías.