Roma: “¡Cleo, ahí viene el afilador!”
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Roma: “¡Cleo, ahí viene el afilador!”

 


Eso es. Si hay una etapa que nos marca para siempre es la infancia, ese momento de la vida que nos nutrió de emociones, de fascinación y de descubrimientos felices, casi siempre; porque casi siempre ocurrió en el nido al que, como sin proponérnoslo, queremos regresar para sentirnos cobijados de nuevo.

Precisamente, Marcel Proust escribió su magnífica obra a partir de los recuerdos de infancia, del aroma de aquella magdalena mojada en té que se convirtió en nostalgia por aquellos momentos inolvidables y que se quieren recuperar en su preciso instante: “En busca del tiempo perdido” es eso: un homenaje a la nostalgia y a lo que fue, pero que ya no es.

Y ya más cerca está la magnífica obra de José Emilio Pacheco: “Las batallas en el desierto”, una mirada al espejo retrovisor hacia un lugar y un momento en el que se nace para uno y para los demás… Todo traducido en palabras cargadas de ternura… Y de ahí en adelante mucha obra humana se ha construido en base a esos recuerdos inolvidables de la infancia y la adolescencia y que se quieren preservar.

De eso se trata “Roma” la película de Alfonso Cuarón que nos llega en momentos en los que nuestro espíritu nacional –o acaso el mundial- busca la calma; la paz y un poco de estarse quieto para saber que se vive, a pesar de todo y que también se puede vivir en el pasado, que es el refugio momentáneo y seguro, frente al insospechado futuro.

Sin ser especialista en la crítica del qué, cómo y porqué del cine, si se puede otorgar una medalla al pecho al espectador de cine tenaz; el cinéfilo desde los primeros atisbos vitales. Las idas al cine eran el pan nuestro de cada domingo en funciones de a tres películas tres. Y mis escapadas de la escuela con los cuates eran para ir a parar al cine y ver cine y ver todo lo que pasaba en las pantallas. Así que, con base en esa experiencia milenaria, puedo decir que “Roma” es una película excepcional, bien hecha, bien intencionada, cargada de arte, de estética y de cine en estado puro.

Es una película en la que parece que no pasa nada, pero pasa todo: nuestros recuerdos primero, o los recuerdos del director que los pone a disposición de los jóvenes que no vivieron aquellos años, para que sepan cuantos. Y lo sabe decir sin complicaciones, sin complejidades argumentales y mucho menos sin tantos recovecos tan llenos de cajas de cartón, como las que se usan en películas al gusto del cine vertiginoso que nos endilgan desde Estados Unidos, con carreras interminables, de luchas sin sentido y de confrontaciones inútiles: de nuevo propaganda de la superioridad del estadounidense que todo lo puede y todo lo consigue de una u otra manera.

No. “Roma” es un retrato del cotidiano mexicano en tono realista, y es un repaso a la esencia del ser humano, tan sencillo como complejo. La relación humana y el sentido de clase, sin proponérselo.

La película de Cuarón está cargada de melancolía, pero sobre todo de magia y de toda la ternura de la que es capaz el ser humano. Cuarón lo es.

Cleo es una sirvienta indígena que trabaja en una casa de clase media en la colonia Roma del D.F. De ahí el nombre. Y esa sirvienta es el eje central para recorrer los pasillos de la casa y de las calles de su barrio y de su propia vida y de sus patrones.

… Son pasillos y calles que no tienen vuelta de hoja: un día se es feliz, otro día no, y adelante la recuperación de la calma y de nuevo al día a día, porque siempre hay escaleras que nos elevan a las nubes y nos llevan a retomar el camino del “¿Me preparas un licuado de plátano?”. De eso está hecha “Roma”, de lo cotidiano y la rutina. De los pequeños e insignificantes momentos que en suma hacen la vida.

La vida diaria de una sirvienta está ahí. Los detalles mínimos de “apaga la luz”, el “duérmase mi niño”; “¡Cleo, ahí está el afilador!” y el amor a los hijos que no son sus hijos; el suyo se quedó en el camino de un México violento al mismo tiempo que complaciente. Pero ese México, ahí, se resume en la colonia Roma, en donde conviven los vecinos, los cines, los trenes de la época, la ropa, los anuncios, la música de 1970 y termina en 1971: un año puesto en gracia cinematográfica.

Ahí está resumida nuestra vida nacional. Las contradicciones de clase, pero las similitudes de vidas que lo mismo se debaten en la búsqueda de querer que nos quieran y en la confrontación con el destino que no por serlo habrá de decidir lo que sigue: “Su papá ya no va a regresar” … “Encontré un nuevo trabajo”…

“Roma” es, después de todo, un homenaje al Distrito Federal; un homenaje a quienes “recogen nuestras porfiadas miserias” día a día. En el entorno suenan voces, bocinas, pájaros, animales, motores, rumores, gritos, bocinazos, olas, aviones que cruzan el cielo…. Y el afilador: el eterno afilador y su sonido inolvidable. Es un homenaje al tiempo perdido-ahora recuperado. Una película estética a todo lo que da y que nos toca el alma, como sin sentirlo.

Por cierto, la película de Cuarón tiene señales, guiños, recuerdos y maestranzas. Fellini ahí, con su propia “Roma” o “Las noches de Cabiria”; “Los olvidados” de Buñuel, pero sobre todo el realismo italiano está en sus recuerdos cinematográficos que nos dicen de dónde viene. El plano de la playa, de principio a fin, es un monumento al arte del cine, como la escena del hospital, que de tanto realismo se nos escapa el alma.

Hay que ver esta película. Lo merece. Lo merecemos. Sobre todo en estos días mexicanos aciagos, de muertes sin fin, de dudas, de escepticismo, de vaivenes políticos y sociales y de transformaciones aun impredecibles…

“Espera, aun la nave del olvido no ha partido, no condenemos al naufragio lo vivido… por nuestro amor, por nuestro ayer, yo te lo pido…”

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