Mare Advertencia Lirika: Hay feminismos como hay opresiones
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Mare Advertencia Lirika: Hay feminismos como hay opresiones

Mare Advertencia Lirika se reconoce como “rapera, zapoteca, feminista, migrante”, como una mujer nacida en Oaxaca y dedicada al arte desde hace 16 años.


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Si alguien le pide presentarse, Mare Advertencia Lirika se reconoce como “rapera, zapoteca, feminista, migrante”, como una mujer nacida en Oaxaca y dedicada al arte desde hace 16 años. Pero tal definición de sí misma, que la muestra tan segura, no se hizo de la noche a la mañana. Tiene que ver con las experiencias y circunstancias en las que su vida enraizada en lo indígena convive y toma lo necesario de lo que le rodea, de esas otras culturas ajenas y plagadas de la idea de usa y sirve, del ser desechable.

“Soy zapoteca, mi familia es originaria de la Sierra Norte, de Latuvi, una comunidad que todavía se rige por asamblea y pertenece a los pueblos mancomunados”.

Su identidad se ha formado en la resistencia, en la voz que busca transmitir el legado de sus antepasados y documentar la vida de su presente. Lo mismo que de la lucha iniciada por sus ancestras, de su abuela y de su madre. Fueron ellas las que desde sus carencias e imposibilidad de decidir sus destinos buscaron la manera de que Mare y las nuevas generaciones de la familia pudieran hacerlo.

Mare ha venido vestida con una chaqueta de gran estampado en la espalda. Porta tenis deportivos y aretes de chaquira que se asemejan a las creaciones de los indígenas huicholes. Su cabellera negra se deja ver en dos largas trenzas. De playera negra y jeans, muestra una sonrisa que contrasta con la expresión fuerte y ruda del rostro que muestra cuando canta sobre la violencia y el seguir viva, o de cuando comparte su versión de Naila, la de la canción homónima.

Has hablado de tu propuesta musical como una ligada al movimiento político social de 2006 de Oaxaca, al arte urbano y otras expresiones de lucha, ¿pensaste en tu voz como la herramienta de protesta o de resistencia?

—Para mí el rap fue una serie de coincidencias. Obviamente, también fue determinado por el contexto que me tocó.
Sin embargo, creo que en un principio la necesidad era personal. No sabía hacia dónde se iba a ir cuando lo hiciera, sólo fue el ejercicio de sacarlo, de yo misma trabajar para mí, mis duelos, mis monstruos y canalizar a partir del arte. Lo que sucedió es que otra gente se sintió identificada, que lo que decía correspondía a su propia voz. Y fue apoyando y siguen apoyando el proyecto. Siento que el arte se vuelve una herramienta de sanación individual, pero también colectiva.

¿En qué notaste esa identificación de otras personas?

—El disco Siempre viva ahora lo veo como una metáfora de la vida y la muerte. Justo la idea de seguir vivas a pesar de la muerte, y hablo de un proceso personal de duelo, de la pérdida de mi hermano, que falleció hace seis años, pero también de un momento histórico en México donde la violencia está tan fuerte. Hay un montón de desapariciones forzadas, de feminicidios. Y en ese contexto tenemos que sobrevivir. Tratamos de generar nuestra vida cotidiana en un contexto de violencia. Es esa reflexión, de seguir vivos a pesar de la muerte, a pesar de todo lo malo que esté pasando en tu vida o en tu contexto, hay cosas que nos mantienen de pie.

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Para Mare, esos ejemplos de que lo personal va a lo colectivo. Pero que también tiene que ver con el cómo desde los pueblos se defiende la alegría, el cómo se busca hacer comunidad e identificarse. Lo mismo de que, desde lo personal ella y otras personas se cuestionen y cuestionen al sistema, “de quiénes somos, qué hacemos, dónde estamos, hacia dónde queremos ir”. Y eso a su vez se observa en la sociedad, que se pregunta “qué está pasando con la política pública, con nuestro territorio. También es ese cuestionamiento. Por eso el que gane AMLO tiene que ver con eso, la gente estaba necesitando un cambio, y quizá en este sistema democrático de partidos, que nos han vendido, tal vez apuestan a que va a ser por medio de esa elección. En lo personal no apruebo ni estoy a favor de este mecanismo”.

Mare dice que aunque siempre está en diálogo con la ciudad, su relación es cercana con la vida y forma de organización comunitaria de Latuvi, en donde la fiesta y el pueblo se viven entre el tequio, la asamblea, la guelaguetza, pero la del compromiso de unos con otros, “no ese espectáculo que nos han vendido”.

Por eso siempre intenta remarcar las diferencias del mundo que habita, de la vida que tiene entre la globalización y lo comunitario. Con la globalización identifica un modelo que “responde a un sistema económico, a un sistema político” y que es contrario a la vida comunitaria.

“La globalización apunta a la homogeneización de toda la población en el mundo, que nos rijan las mismas políticas, que nos identifiquemos con las mismas cosas y aspiremos a las mismas cosas. Y en la comunidad no es así, cada quien tiene un papel, en el sentido de la reciprocidad, de la guelaguetza, cada quien tiene una tarea, y esa tarea es necesaria igual que todas las demás. No hay una jerarquía.

En el sistema capitalista, apunta, “se generan productos desechables y las personas nos volvemos desechables. Por eso cuando hablamos del incremento de feminicidios en México, no hay una política pública concreta que realmente esté resolviendo el problema, porque las mujeres nos volvemos desechables”.

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¿Nos volvemos números?

—Claro, nos volvemos números y como eso, cualquiera puede ser reemplazable. En una empresa, igual. Si un obrero falta, va a haber 10 más que van a querer ese puesto por las mismas condiciones.
Y no es así dentro de las comunidades, subraya, pues por más pequeña que sea la tarea o por más joven o mayor que sea la persona, siempre va a tener un lugar en la comunidad. “Son dos pensamientos que se contraponen, que conviven, sí, porque se ha necesitado para la misma sobrevivencia”, y entre los que los pueblos deciden qué quieren aceptar y reconocen lo que les perjudica. Por eso ella apuesta más a la preservación de la visión comunitaria antes que la capitalista.

¿Cómo se llevan esas ideas al rap, al canto?

—Trato siempre de documentar desde la música estas experiencias colectivas, estas experiencias comunitarias. Trato de rescatar que lo que he aprendido no es sólo mío, sino consecuencia del aprendizaje de otras personas. Trato de comunicar lo que he aprendido de otras personas.

Para su nueva producción, dice que aborda esos temas de una manera más explícita. “Hablo justo de cómo llegamos aquí por la herencia de los ancestros, de las ancestras, de la muerte misma. Todo lo que venimos heredando, la tristeza, la alegría, es también esa historia, el linaje hacia atrás, que es que vamos a dejar a quienes vengan. La música se vuelve ese documento histórico, esa forma en la que contamos, en que vemos la vida o nos relacionamos con el territorio, la gente. Trato de que cuando la gente escuche mi música pueda entender también qué hay detrás, desde mi persona, mi comunidad y mi historia de vida”.

Sin querer adelantar tanto, la intérprete del álbum Siempre viva, cuenta que ya trabaja de la mano de la chilena Valentina Peralta. Hay letras y arreglos avanzados, propios, que desarrolla desde la autogestión.

¿Qué trabajas o exploras en el disco?

—Para mí ha sido un reto siempre el tratar de explorar más, de crecer musicalmente. Este disco va a tener más instrumentos, arreglos originales. Va a estar dialogando con diferentes géneros. Yo siempre digo que hay una sonoridad enorme alrededor, pero este va a tener unas cosas con reggae, unas de balada, pero desde instrumentos tradicionales, cuestionas más novedosas. Sí lo digital, pero apostando en volver a lo análogo, el escuchar la música más natural, más real.

Su reto es también pasar a la producción. El “decir qué quiero, cómo quiero que suene y poder entablar comunicación con otras áreas del arte, de la música”.

Has explorado el reggae y otros géneros, pero ¿por qué iniciaste y sigues con el rap?

—Siento que el rap me dio una libertad creativa que otros géneros musicales no me dieron. Y como dije, fue una coincidencia, no me puse esa tarea de buscar cómo hacerlo o concretarlo. Y cuando logré encontrar mi voz dentro del rap, me dio esa facilidad. Me permitió explorarme, cuestionarme y cuestionar la realidad. A pesar de que dialogo con otros géneros, siempre me asumo como rapera. Soy rapera y ese es mi ejercicio, pero trato de explorar y de crecer a partir de toda la cultura que hay alrededor, no me puedo quedar encerrada negando que existe un mundo allá afuera.

Hay géneros que asociamos con cierta sociedad o contexto, ¿cómo se asocia el rap con los pueblos indígenas y las culturas de estos?

—Siempre considero que el rap viene de la tradición oral de los pueblos, como un documento histórico que se vuelve arte. El rap es esa parte oral que sigue hablando por lo mismo que hemos hablado por siglos. Sólo que ahora nos da una cara más contemporánea, más moderna, digamos, pero sigue siendo lo mismo. Si tu identidad está trabajada o construida y tienes una raíz, la forma de arte que decidas explorar va a reflejarlo también.

Mare dice que cuando los pueblos originarios utilizan “cualquier herramienta moderna de comunicación” también hablan de su necesidad de resistir a una modernidad, de su manera de adaptarse y de convivir con otras realidades. “Es el que estamos aquí, en este contexto” donde emerge la negación y el señalamiento de que los pueblos ya no existen o de que la gente ya no habla un idioma indígena, o en el que se cree que si se vive en la ciudad ya se deja de ser indígena.

“Pues no, y la prueba es que hay gente haciendo rock, rap, pintando, haciendo grabados, y desde la misma cosmovisión de las lenguas, utilizando las técnicas ancestrales de (teñido) de color, o de la forma de hablar, y que eso es el reflejo de que en la actualidad los pueblos están vivos. La raíz sigue vigente. Y esa parte la genera el arte”.

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También, agrega, es muy fácil juzgar y decir que el rap es algo que no tiene que ver con estos pueblos, pues se generó en otros lados. Pero para ella eso no limita el empleo de tal género o expresión, pues en ella ha significado una herramienta que le dio la libertad creativa. Por eso espera que los pueblos tengan esa posibilidad de expresarse, sin ceñirse a estereotipos. “Se nos ha dicho que los pueblos originarios tienen que estar así, verse y hablar así, tienen que… Básicamente es como si estuviéramos en un museo y como objeto decorativo. Y nuestra convivencia con la modernidad se niega, se niega el desplazamiento forzado de las comunidades ya sea por violencia o motivos económicos”.

Las culturas, remarca, no son únicas y el ejemplo está en la ciudad de Oaxaca, donde hay migrantes, gente que convive con los 16 pueblos originarios o comunidades donde se empiezan a hacer calendas, cuando estas han sido parte de la tradición de otros pueblos.

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¿No existe lo que se intenta llamar “autenticidad”?

Claro. Es muy difícil hablar de la autenticidad.
Te has descrito como feminista, ¿cómo llegaste o conociste este movimiento?

—El camino hacia el feminismo inicia con mi abuela. Ella fue obligada a casarse cuando tenía 14 años, y a los 17, después de tener su segunda hija la devolvieron a su casa porque no sabía ser ama de casa. Pues era una niña, básicamente. Para mi inicia con ella porque ella eligió un camino diferente para mi mamá. Le dio la posibilidad de que eligiera con quién quería casarse y cuándo. Y a su vez, mi mamá decidió que nosotras podíamos elegir si queríamos casarnos o no, pero siempre insistió en que antes de casarnos teníamos que estudiar, tener oportunidades de desarrollo económico, cultural, que a ella se le fueron limitadas por su condición socioeconómica.
Mare considera que la lucha de las mujeres, como la hecha por su abuela y madre, es el feminismo. Es “la lucha por nuestros derechos humanos, por poder elegir ser en nuestras vidas. Quizá ahora la puedo nombrar porque existe una palabra. Para ellas no existió”.

¿Cuándo te das cuenta de que existe esa palabra?

—Me di cuenta, más bien, que podía nombrarme, porque siento que la palabra feminismo, tal cual, existió cerca por los círculos en los que trabajo, por la gente, pero no lograba interceptarlo en mi vida. Cuando lo logré fue cuando en México empezaron todas las políticas pro vida.

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Mare, que ha tenido la posibilidad de elegir qué estudiar y hacer de su vida, incluso ser la primera generación de su familia en dedicarse al arte, se dio cuenta entonces que no todas las mujeres habían pasado o tenido las mismas oportunidades que ella. “Cuando me topo con la políticas pro vida me doy cuenta de que no se trataba de mí, que no eran mis decisiones, sino que por más consciente que fuera, por más educada que fuera, el estado pensaba que yo no podía tomar buenas decisiones”.

Comenzó a cuestionarse más qué significaba ser mujer en esta sociedad, qué significaba el cuerpo que habita, qué significaba la identidad genérica que asume. Y asumió que la categoría de mujer es una categoría política.
A Mare, lo que le recuerda el feminismo es que no todas las mujeres están en la misma condición. “No todas podemos decidir”. También, que “la lucha que hacemos es también por ellas, por las que nos hacen falta y las que van a venir, para que su vida pueda ser mejor.

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¿Esas disparidades te llevan a pensar en que no se trata de un feminismo, sino de varios?

—Sí. Yo siempre he pensado que son los feminismos. Hay una frase que he escuchado mucho y me hace bastante ruido: hay feminismos como hay mujeres. Creo que no es así. Hay feminismos como hay opresiones porque el feminismo, como una lucha política, no puede responder a privilegios. Tiene, forzosamente, que partir desde el entendimiento de las desigualdades que existen como sociedad. Y tiene que partir de ahí para romper con esas desigualdades. No puedo considerar a una mujer feminista cuando se genera desde el privilegio y ejerce el privilegio sobre otras compañeras.